jueves, 17 de octubre de 2019

¿Habrá Brexit?




El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker (derecha), estrecha la mano del primer ministro británico, Boris Johnson.

El Reino Unido y la Unión Europea anunciaron un acuerdo para hacer efectiva la separación el próximo 31 de octubre. Muchos respiran aliviados, pero hay varias razones de peso por los que podría fracasar.

El Reino Unido y la Unión Europea finalmente anunciaron un acuerdo para hacer efectiva la separación el próximo 31 de octubre. El primer ministro Boris Johnson celebró que ahora sí los británicos “recuperarán el control” y la soberanía, la promesa incumplida de la campaña del “Leave”. Por su parte, el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Junker, respiró aliviado porque en lo inmediato esto aleja el escenario más ominoso del “hard Brexit” en momentos en que la eurozona se debate entre las guerras comerciales de Trump y las perspectivas de una nueva recesión.
¿Será el último acto de esta tragicomedia que ya lleva tres años? Demasiado pronto para afirmarlo. A decir verdad, hay varias razones de peso por las que podría fracasar.
Antes de que entre en vigor, el pacto debe ser refrendado por los parlamentos de la Unión Europea. Hasta ahora, los líderes de la UE dieron un apoyo cauto, pero no sería de extrañar que amarguen la fiesta votando una nueva prórroga para precisar los detalles del divorcio y la futura relación comercial.
Sin embargo, el principal obstáculo sigue siendo la crisis política que devora al Reino Unido y al partido conservador desde que una leve mayoría votó salir de la Unión Europea en 2016.
El acuerdo tiene que pasar por el parlamento británico, que se reunirá este sábado. Hasta el momento, Boris Johnson, que no tiene mayoría propia, no contaría aún con los votos para aprobarlo. Como la política ha tendido a los extremos, el acuerdo resulta demasiado concesivo para conformar al ala euroescéptica del partido conservador y a los aliados de derecha del primer ministro partidarios del hard Brexit. Tampoco suscita el apoyo de la oposición. El líder laborista Jeremy Corbyn ya ha adelantado que no lo va a votar y sigue planteando la necesidad de que cualquier compromiso sea sometido a un referéndum.
El punto donde se concentran las contradicciones del Brexit sigue siendo la posibilidad de que se reabra el acuerdo que puso fin al conflicto armado en Irlanda.
En la negociación entre Londres y Dublín que destrabó el acuerdo, ambas partes cedieron. La República de Irlanda resignó el llamado “backstop”, es decir, el reaseguro de que se mantendría abierta indefinidamente la frontera con el Ulster. En el nuevo protocolo esta apertura dura cuatro años, y luego de la transición post Brexit debe ser revalidada por una mayoría de la Asamblea de Irlanda del Norte. Esta mayoría debe incluir como mínimo un 40% de unionistas (pro británicos) y nacionalistas.
Sin embargo, la concesión es mucho más costosa para Gran Bretaña porque el territorio norirlandés pertenecerá legalmente a su espacio comercial, pero prácticamente estará regido por las normas tarifarias y aduaneras de la Unión Europea. A esto se suma que impuestos como el IVA se mantienen en una zona gris.
En términos generales, el nuevo acuerdo es bastante similar al que había negociado May, aunque como el diablo, la diferencia está en los detalles. Para destrabar el Brexit, Johnson aceptó la exigencia de que no habrá controles aduaneros ni fronteras terrestres en la isla de Irlanda, pero sí entre Irlanda del Norte y Gran Bretaña donde se establecerá de hecho la frontera con la Unión Europea.
Esta “solución irlandesa” que Johnson vende como un logro soberano, potencialmente podrían cambiar la relación entre Irlanda del Norte y Gran Bretaña. O al menos esto es lo que cree el pro británico Partido Unionista Democrático de Irlanda del Norte (DUP) que ve resurgir el fantasma de la unificación irlandesa.
La aprobación del acuerdo con esta salvaguarda de Irlanda no pondrá fin a la crisis orgánica que amenaza la continuidad estatal del Reino Unido. Desde el Brexit las tendencias centrífugas no han cesado de crecer. Las últimas encuestas indican que un 50% apoya la independencia de Escocia. Y que incluso en Gales la independencia se ha vuelto a instalar en la agenda política.
Queda aún por delante definir la futura relación comercial y política del Reino Unido con la Unión Europea. Según el Department for Exiting the European Union, la agencia gubernamental que estima el impacto económico del Brexit, un acuerdo de libre comercio con la UE le costaría al Reino Unido un 6.7% de su PIB en los próximos 15 años. La gran burguesía, que se ha opuesto al Brexit, ve con preocupación que perderá mercados y beneficios para sus exportaciones, aunque a esta altura considera que el mal acuerdo de Johnson es el mal menor frente a una retirada unilateral del bloque europeo.
Las próximas 48 horas serán de negociaciones frenéticas. Si Johnson saliera derrotado en el parlamento es probable que llame a elecciones anticipadas, en las que se tiene fe ganadora ante la crisis del partido laborista y el momento de debilidad relativa de Corbyn. No sería extraño que recurra al artilugio “populista” de dividir al campo de la política entre el “pueblo” y la “elite”, aunque él pertenezca a esta última.
Pero una cosa es ganar una elección apelando a la polarización y otra muy distinta es gobernar sobre la base estrecha de minorías intensas. Desde Estados Unidos con Trump, el Brexit o Bolsonaro, las divisiones en la clase dominante y los aparatos estatales –las tendencias a la crisis orgánica- le han dado el tono a la situación en los últimos años. Lo novedoso es que las masas empiezan a aprovechar esas grietas para plantear sus demandas. Los chalecos amarillos en Francia o la rebelión en Ecuador contra el gobierno de Lenín Moreno y el FMI son los primeros avisos de incendio.

Claudia Cinatti
Jueves 17 de octubre | 18:24

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