viernes, 26 de abril de 2019

Portugal: el reino de la precariedad laboral




La cara oculta del “milagro económico” que elogia Kicillof

La experiencia portuguesa ha sido tomada como ejemplo a seguir, exhibiéndola como un modelo de “salida de la crisis con crecimiento”. Los elogios han venido desde Christine Lagarde, directora del FMI, pasando por el Financial Times y hasta por el kirchnerismo. El equipo de Axel Kicillof se encargó de transmitir en los medios, tras el encuentro con los enviados del FMI, su entusiasmo por el “milagro” del país lusitano.
En noviembre de 2015, el Partido Socialista formó un gobierno de coalición junto a otras fuerzas de izquierda, encabezado por Antonio Costa, quien asumió prometiendo “acabar con la austeridad para reactivar la economía”. Negoció nuevas condiciones con el Fondo y hoy se jacta de haber presidido una recuperación de su país. Portugal estaría saliendo de la recesión, el desempleo se redujo a la mitad, el déficit presupuestario podría desparecer este año, por primera vez en más de 40 años, y habría logrado, hacia fines de 2018, cancelar el préstamo especial de rescate que se contrajo con el Fondo en 2011. Aún así, los datos de crecimiento sobre los que se bate tanto el parche son modestos. El PBI creció un 2,1% en 2018, apenas por encima del promedio que tuvo el aumento en la eurozona -del 1,9%.
Pero lo que no se dice es que Portugal es tierra arrasada, y viene de un ajuste mayor al de 2001 en Argentina. Pero, a diferencia de nuestro país, el mismo logró abrirse paso sin que se produjera una rebelión popular. En 2011, el gobierno de centroderecha, que precedió a los socialistas en el poder, implementó un ataque de dimensiones gigantescas, siguiendo los dictados de la Troika (FMI, Unión Europea, Banco Central Europeo) y comparable al que se viene aplicando en Grecia. Los salarios públicos bajaron entre el 20 y 25% y el desempleo creció del 7% en 2008 al 18% en 2013.
Los socialistas están gobernando a partir de ese retroceso histórico y sosteniendo aspectos centrales de los avances reaccionarios impuestos contra los trabajadores. Uno de los más importantes fue la reforma laboral, que facilitó los mecanismos para que las empresas despidan personal, reduzcan los pagos por horas extra y los días de vacaciones, recorten el tiempo de subsidio de desempleo y las condiciones para cobrarlo. A la par de esto, se puso en marcha una suerte de "banco de horas", que terminó haciendo tabla rasa con la jornada de ocho horas e imponiendo jornadas flexibles de acuerdo con la apetencia y necesidades patronales, a lo que se agrega una mutilación de la negociación colectiva.
Portugal ha pasado a ser el reino de la precarización laboral. Así logró reducir el costo laboral y atraer inversiones no sólo locales sino extranjeras. Por esta vía, llegaron multinacionales exportadoras y de servicios, como los call centers, y en especial la industria turística, que es la gran impulsora del “crecimiento”.

Contra los jóvenes

El principal blanco de la precariedad laboral es la juventud. Según Eurostat, el centro de estadísticas más reconocido de la Unión Europea, en 2008, el 10% de los jóvenes de 16 a 24 años tenían un empleo a tiempo parcial, de corta duración. Pero, en 2015, esa proporción llegó al 22% y ahora al 67,5%. Según el Fondo de Compensación del Trabajo, que paga las indemnizaciones por despido, hoy en Portugal apenas uno de cada cinco nuevos contratos de trabajo es fijo, y un 20 por ciento de ellos dura menos de dos meses. Aún así, el desempleo en la nueva generación sigue siendo el triple que entre los adultos, y asciende a al 24 por ciento.
En el caso de los call centers, reinan los contratos basura con salarios miserables de 600 euros, un 30% menos que los ya superbajos de call centers españoles.
El mismo panorama se extiende a la actividad turística, con cientos de miles de jóvenes que desempeñan sus labores en bares, hoteles y todo tipo de servicios gastronómicos, de guías turísticos y transporte “por temporada”, mal pagos y con jornadas extenuantes.
El primer ministro socialista, sin pelos en la lengua, se enorgullece de la puesta en marcha de la reforma laboral, destacando el hecho de que “el aumento de la productividad tenía que pasar necesariamente por la flexibilización de las leyes laborales” (Conferencia sobre el Futuro del Trabajo, 2016). Lagarde, a su turno, compartió esta tesitura al elogiar el camino seguido en el país lusitano, “que eximió a las personas en su primer puesto de trabajo de la obligación de cotizar a la seguridad social durante tres años. El desempleo juvenil aún es elevado, pero esa medida está bien encaminada” (Financial Times, en castellano, 14/4).

Ascenso huelguístico

Importa señalar que el gobierno de centroizquierda mantiene el congelamiento de los gastos sociales. El presupuesto de salud es el menor de los últimos 15 años y las partidas para educación se han reducido, incluso, en relación con los niveles del gran ajuste pactado por el gobierno conservador con la Troika.
Este congelamiento se extiende a los salarios. Los sueldos docentes se mantienen congelados desde 2009 y, de un modo general, los sueldos del sector público están en niveles de indigencia o pobreza.
Sobre esta base, se ha logrado reducir el déficit fiscal y reunir los recursos para pagarle a los acreedores de la deuda externa y al FMI.
Esto es lo que está en la base de la explosión de huelgas que han estallado en el país. “La calle en Portugal hierve y promete superar los registros récord de 2018, en la que hubo un total de 260 huelgas de muchos sectores, con dos que han decido plantarse definitivamente: profesores y enfermeros. Comparten las mismas reivindicaciones: que sus salarios se actualicen, tras los largos años negros de la crisis, y que no sigan cargándoles de horas extra para evitar reponer plantillas devastadas al paso de la Troika” (El Confidencial, 25/2).
Existe un hartazgo en la población y esto empieza a minar la principal base de apoyo electoral del gobierno, que es entre los trabajadores. El gobierno, de todos modos, conserva un margen de maniobra amplio, en un escenario donde la derecha no levanta cabeza y viene retrocediendo en las encuestas. Por otro lado, el gobierno socialista cuenta con el apoyo de la Troika, ya que viene pagando puntualmente la deuda y respetando escrupulosamente los compromisos con el Fondo. Los organismos financieros internacionales ven al “modelo portugués” como una variante potable y compatible con las exigencias y pretensiones del gran capital.
El malestar creciente de la población, sin embargo, amenaza tener un carácter explosivo y ha empezado a obligar al gobierno a echar lastre, estableciendo una recomposición salarial acotada. Entretanto, se mantiene incólume la reforma laboral y la precarización de las condiciones de trabajo.
Si la situación no ha desembocado en una reacción general es por el bloqueo de las centrales sindicales, encolumnadas detrás del gobierno y de los partidos patronales.
Un párrafo especial lo merece la izquierda radical, adaptada al orden social y al régimen político. El Partido Comunista portugués y el marxista Bloco de Esquerda (en el que participan los "trotskistas "del Secretariado Unificado) integran la coalición de gobierno. Su presencia ha servido para justificar y encubrir la gestión de los socialistas y hacer pasar su política antiobrera.

No hay atajos

El respaldo al “modelo de crecimiento” portugués que reivindican Axel y Cristina no debe extrañar. Durante la gestión kirchnerista tuvimos un 34 por ciento de trabajo en negro, un 50 por ciento de la mano de obra por debajo de la línea de pobreza y condiciones de precariedad y flexibilización que fueron avanzando en todas las ramas de la actividad.
Lo que provoca el entusiasmo del kirchnerismo -también de Lavagna y el PJ- es que se pretende conciliar el monitoreo y los acuerdos del FMI con un crecimiento y, por sobre todo, con un supuesto abandono de la austeridad. Esto es una impostura.
Como ya dijimos, antes de la recuperación económica portuguesa actual, tuvo lugar el formidable ajuste, cuyos pilares ha preservado el gobierno socialista. Es lo que reclama el gran capital en Argentina, y lo que dejó inconcluso el macrismo. El “gradualismo” que le reprocha la burguesía al gobierno macrista apunta a poner en marcha las reformas estructurales, empezando por las reformas laboral y jubilatoria. La “renegociación de la deuda”, que pregonan los K y el PJ en general, va unida a buscar un mayor respiro de la clase capitalista y lograr un rescate financiero del Estado, utilizando en su favor una parte de los recursos que hoy se destinan al pago de la deuda. Esto va de la mano de un ataque en regla al salario y a las condiciones de trabajo.
Podemos trazar un paralelo con la reactivación económica K que tuvo lugar después de la maxidevaluación de Duhalde, con precios dolarizados y salarios pesificados, que cayeron a niveles irrisorios en dólares. Y esto empalmó con un escenario económico internacional favorable, con un aumento de la demanda y de los precios de las materias primas y commodities.
No hay atajo posible. El “modelo portugués” es un sinónimo de precariedad laboral y salarios de pobreza. Cualquier sendero de “crecimiento” de la mano del FMI pasará por este prerrequisito y, aún así, hay que ver su viabilidad porque choca con las tendencias disolventes de la crisis mundial capitalista que amenaza marchar a una nueva recesión. A las salidas y al programa de salvataje de los capitalistas, le oponemos un programa de salvataje y de salida de los trabajadores y de la izquierda, que debe partir del repudio de la deuda pública, la ruptura con el FMI y la nacionalización del sistema financiero.

Pablo Heller

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