Chile ha constituido, las últimas décadas, un cierto paradigma: “milagro chileno”, el “jaguar” de América Latina, un símbolo de crecimiento económico, estabilidad política y progreso social. ¿Cuáles son las bases de este mito? ¿Cuáles son las falacias de aquel relato?
Hacia mediados del siglo XIX, Karl Marx, señalaba –en Miseria de la filosofía, dedicado al debate con Pierre Joseph Proudhon–, que los economistas liberales tomaban como “natural” el régimen social capitalista y sus instituciones basadas en la propiedad privada de los medios de producción y desigualdad social producida por el antagonismo social de clases. Según Marx: “Para ellos no hay más que dos tipos de instituciones, las artificiales y las naturales. Las instituciones del feudalismo son artificiales, y las de la burguesía son naturales”.
Lo anterior no es muy distinto a la visión de los actuales apologistas del “modelo”, que defienden al capitalismo de las últimas décadas como lo “natural”, “eterno” e “inmutable”: el único sistema social que atrae progresos para todos. Aquí debatimos sobre algunos de esos mitos.
El origen del mito
Desde 1990 al 2017, años de transición democrática, Chile pasó de una población de 13 a 17 millones de habitantes. En ese lapso tuvo un crecimiento del PIB acumulado del 748 %: de 33.000 millones de dólares de producción de bienes y servicios anuales, a 280.000 millones de dólares. El PIB per cápita pasó de 4.500 a 23.500 dólares, actualmente el mayor de América Latina. El viejo trauma de la inflación quedó atrás, y las crisis externas, como la asiática de 1998 o la del 2008, golpearon pero ninguna terminó en catástrofe, como la mayoría de las veces del siglo XX. La pobreza oficial se redujo de un 38,6 % en 1990, al 14,4 % el año 2015 y emergió una nueva clase media, que la llaman “pujante”.
Estas cifras constituyen un cierto paradigma: la idea del “milagro chileno”, el “jaguar” de América Latina. Símbolo de crecimiento económico, estabilidad política y progreso social. Es una alternativa “real” para los neoliberales y receta actual para gobiernos como Bolsonaro o Macri. También para los “nuevos liberales”, como Fundación para el Progreso, que recuperando la tradición vieja de Hayek y Von Misses de la escuela austríaca, se proponen enfrentar al “populismo de izquierda” con una defensa incondicional –y de algún modo, apoyando todas formas de lucha– de un supuesto “libre mercado” capitalista como único sistema social donde el bienestar y progreso es creciente para toda la sociedad. Chile es un ejemplo de ese fetiche realizado, y “amenazado” en sus defensas.
La dictadura cívico-militar sentó las bases de este desarrollo las últimas tres décadas, en las cuales se consolidaron a su vez sus bases, ampliando la modernización capitalista. Nadie puede negar que ha sido un cambio cualitativo en la estructura económico-social chilena, en las relaciones de producción del capital sobre el trabajo. Pero detrás de esas cifras está oculto el Chile real, de alguna forma desgarrado en contradicciones y antagonismos sociales crecientes en los “pilares” del capitalismo chileno. No solo son las bases del crecimiento, sino que a la vez las de un creciente malestar social, de profundas aspiraciones sociales y democráticas de millones de jóvenes y trabajadores, mujeres y pueblos oprimidos incapaces de ser satisfechas en los marcos del capitalismo chileno.
El milagro llegó tras la crisis y el shock
El plan económico de los Chicago Boys había sido esbozado previamente al Golpe del 11 de septiembre de 1973 como un programa económico frente a la crisis económica; luego, con sus representantes como ministros de la dictadura, lo aplicarían contra las masas trabajadoras. Conocido posteriormente como El Ladrillo y como “plan de recuperación económica”, desde el 78 se vivió una especie de terapia de shock económico: abrupta reducción del gasto fiscal (liquidando servicios públicos, reduciendo gasto en salud, educación o vivienda, privatizando empresas), drástica disminución de las importaciones para estabilizar la balanza de pagos, apertura comercial cuasi-absoluta y liberalización financiera, unido a una amplia privatización de empresas estatales (desde recursos estratégicos, industrias, hasta servicios esenciales, más de 500 empresas entre las que estaban CTC, Endesa, Entel, CAP, LAN).
En el ámbito social los principales cambios fueron: 1) el Plan Laboral que intentó desarticular legalmente a los trabajadores y el movimiento sindical a través de un profundo cambio en las relaciones laborales a favor del capital, reflejado actualmente en el Código del Trabajo, con sindicatos chicos y sin peso, negociaciones limitadas y ausencia de efectivo derecho a huelga; 2) la reforma de pensiones con la creación de las AFP, que destruyó el sistema de reparto y se basó en la capitalización individual, que tiene como principal objetivo entregar millonarios recursos al mercado de capitales y la bolsa; 3) la reforma en la salud, en la que el sector privado es el principal beneficiario de los recursos estatales, bajo instituciones de salud previsional privadas (ISAPRE) para el fortalecimiento de clínicas y negocios, debilitando el público Fondo Nacional de Salud (FONASA); 4) la reforma educacional, donde comenzó un proceso de privatización casi completa de la educación regulada por la relación entre “oferentes” y “demandantes” de servicios educativos, desmantelando progresivamente la educación pública.
La primera prueba de fuego de estas medidas fue la crisis económica de 1982, la mayor que conozca el país en las últimas décadas, que tuvo como consecuencia una catástrofe económica brutal sobre las masas. El PIB disminuyó un 14,3 % solo el primer año, el desempleo saltó al 30 %, la pobreza superó el 45 %. El régimen devaluó el peso en 18 % contra las masas trabajadoras, mientras rescataba el sistema bancario privado estatizando las deudas con la “intervención”, a la vez que abrió otra ronda de venta de empresas estatales como Chilectra y la Compañía de Teléfonos. El costo del “rescate” fue de 35 % el PIB, a base de la deuda pública externa, que ya en 1987 alcanzó el 86 % del PIB.
Es falso que el plan de shock neoliberal trajo mejores condiciones de vida para las masas. Desde el ‘78 al ‘89, las masas trabajadoras vivieron una década de penuria, crisis y degradación de sus condiciones. El “shock” catastrófico fue el papel sucio que jugó la dictadura (tras represión sistemática) para sentar las bases del crecimiento noventista. Entre 1990-97, el crecimiento anual promedio fue de 7,7 %, un PIB promedio inédito de crecimiento en el país. Pero no llegó de “milagro”, sino de una “catástrofe”. Ya entrando en 1998, no terminaban de recuperarse las condiciones pre-crisis y ya llegaban los golpes de la crisis asiática. El “milagro” para las masas trabajadoras, significaba más una “recuperación” que un nuevo salto.
Renta, apertura comercial y concentración económica
Durante la década de los 80, el plan de shock, implicó una enorme apertura al capital extranjero, una privatización sin precedentes de los recursos estratégicos y empresas estatales, y un saqueo basado en el principal recurso estratégico del país.
El cobre y la minería, que constituyen la quinta parte de la producción total del país, representan sin embargo casi la mitad de las exportaciones. Es clave, en el marco de una economía relativamente pequeña en el escenario internacional, el rol que juegan las exportaciones y en particular el cobre. Chile es una economía basada centralmente en dos bases centrales en la acumulación del capital: 1) la renta de la minería –no es la única, pero sí la principal–, y; 2) la alta tasa de explotación de la fuerza de trabajo. Ambas condiciones son ampliamente favorables para el desarrollo del capital, extranjero y nacional.
Según el estudio Nuevas Estimaciones de la Riqueza Regalada a las Grandes Empresas de la Minería Privada del Cobre: Chile 2005-2014, la renta económica, solo de las 10 grandes empresas de la gran minería privada, fue de 120.000 millones de dólares solo entre el 2005 y 2014. Esto sobre los 10.000 millones de dólares de ganancia anuales de estas compañías. Entre ellas predomina el capital extranjero: BHP Billiton o AngloAmerican, junto a otros grupos nacionales como el grupo Luksic con Antofagasta Minnerals. El 71 % de la producción está en manos privadas.
Solo la ganancia generada por la renta minera y la explotación laboral, podría financiar la gratuidad universal de la educación superior, resolver en un año el problema del déficit habitacional y las listas de espera. Sin embargo, son recursos que en su gran mayoría se fugan al extranjero, y cuyos precios se imponen en la bolsa de metales de Londres en la puja entre las grandes compañías multinacionales. Así está ocurriendo también con el recurso estratégico del litio. En el mar, los recursos están en manos fundamentalmente de 7 familias. Los bosques, con casi 3 millones de hectáreas en manos de los grupos Matte y Angellini, que controlan la industria de exportación de la madera.
La apertura económica de Chile, con 26 Tratados de Libre Comercio, está atada a las exportaciones a China, EE. UU., Europa y América Latina, fundamentalmente de: cobre y minerales; madera y celulosa; salmón, frutas y vino; y cuyo consumo de bienes de servicio son fundamentalmente importados, desde China, EE. UU. y Europa, y una total dependencia de la importación de maquinaria frente al desarrollo tecnológico. Un 25 % del PIB se va en importaciones. A través del DL 600 y la Inversión Extranjera Directa, prácticamente la inversión en su conjunto depende de capitales extranjeros, y un tercio de ella solamente va a la minería, y otro tercio en servicios financieros, es decir, en el desarrollo de las finanzas y los bancos (en este caso, el capital extranjero controla casi el 50 % del sistema bancario, encabezado por el banco español Santander, que tiene una cuota del 20 % del mercado financiero; los demás grupos nacionales los principales son BCI y Banco de Chile, en manos de Yarur y Luksic).
Así, la IED se vuelve en uno de los mecanismos privilegiados del saqueo y la dependencia frente al capital extranjero. El caso de la minería, la celulosa y madera, el salmón, los vinos y la fruta, no solo casi no hay “libre competencia”, sino que la concentración capitalista en un puñado de monopolios (u oligopolios) en las principales ramas de la economía depende fundamentalmente de la inversión extranjera de las grandes corporaciones imperialistas, quienes a su vez imponen los precios, y favorecen sus propias exportaciones. Aunque la balanza comercial no sea deficitaria, la dependencia extrema de una materia prima particular (el cobre) y la inversión extranjera, hace a Chile frágil de mayores golpes a la economía mundial.
El gran ejemplo chileno descansa fundamentalmente en este saqueo, junto a las condiciones favorables de explotación y precariedad sobre las masas trabajadoras.
Salarios, pobreza y desigualdad
La segunda base de la acumulación, la tasa de explotación con el pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor, muestra las paupérrimas condiciones a la que están expuestas millones de personas en el país. Según Fundación Sol, en su informe “Los verdaderos sueldos de Chile”, el 50 % de los trabajadores chilenos gana menos de $ 380.000 y 7 de cada 10 trabajadores menos de $ 550.000 líquidos”, y “el 84,1 % de las mujeres que tienen un trabajo remunerado gana menos de $ 700.000 líquidos”. El salario mínimo, de acuerdo a organismos internacionales como la OIT, es catalogado como “mini salario mínimo”. Mientras en las últimas dos décadas desde 1998 la productividad del trabajo creció cerca de un 90 %, los salarios reales solo un 20 % (es decir 70 % de ganancia).
Las pensiones son miserables. El 50 % de las y los jubilados recibe montos inferiores a los $ 170 mil. Los pensionados en Chile son mayoritariamente pobres, no por nada uno de los movimientos más masivos y con alta popularidad fue el movimiento No + AFP que develó esta crítica situación que afecta a por lo menos 3 millones de ancianos y ancianas.
Uno de los últimos estudios de Fundación Sol, “La pobreza del “modelo” chileno, la insuficiencia de los ingresos del trabajo y pensiones”, hace una medición de la pobreza donde se considera exclusivamente los ingresos del mundo del trabajo (ingresos laborales y pensiones contributivas). “La micro simulación basada en CASEN 2017 confirma la hipótesis de que la pobreza en Chile al considerar los ingresos del mundo del trabajo “supera con creces” al indicador oficialmente divulgado. Para el caso de las mujeres, la pobreza pasa de un 9 % a un 31,7 % mientras que en los hombres, de un 8,2 % a un 26,8 %. En el total, la pobreza pasa de un 8,6 % a un 29,4 %”, afirman desde la entidad.
En noviembre de 2017 la línea de la pobreza por ingresos en Chile para un hogar promedio de cuatro personas estaba establecida en $ 417.348. “Si consideramos solo a los asalariados del sector privado que trabajan jornada completa, el 50 % gana menos de $ 402.355, esto quiere decir que ni siquiera podrían sacar a su grupo familiar de la pobreza”, concluyen en Fundación Sol. Sumado a esto se registra que casi 1 millón de asalariados no tiene contrato de trabajo y el 80 % percibe sueldos inferiores a $420.000. En Chile, los trabajadores y jubilados son pobres.
Consumo basado en una creciente deuda de las masas trabajadoras
El acceso al consumo ha sido mediante el endeudamiento de las masas trabajadoras y sectores populares. El monto total de deuda de los hogares llega al 71,1 % del ingreso promedio de la clase trabajadora, unos 153.000 millones de dólares. De cada 10 pesos de ingreso de las familias, 7 pesos constituyen deuda. Solo en términos de carga financiera, es decir, aquella porción de ingresos que se destina al pago de intereses y amortizaciones, llega al 25 % de los ingresos. El crédito hipotecario (vivienda) alcanza casi el 38 % de la deuda, los créditos de consumo el 18,2 %, y las casas comerciales, compañías de seguros y cajas de compensación el 15,5 % del ingreso disponible. El 14 % del endeudamiento es con prestamistas no regulados, amigos o familiares (cuentas nacionales BC).
Según los datos del XXI Informe de Deuda Personal Universidad San Sebastián- Equifax, en junio de 2018, se registraron 4,48 millones de deudores morosos. Según el INE, el 70 % de los hogares está endeudado. En el caso de los jóvenes entre 18 y 29 años la cifra de endeudamiento supera los 3 millones, alcanzando un 21 %, centralmente por educación.
El intento de destrucción de los sindicatos y del movimiento obrero
Para poder sostener el crecimiento de la tasa de rentabilidad mediante una mano de obra de salarios relativamente bajos y mayores tendencias a la precarización sindical, un aspecto fundamental en la política neoliberal impuesta en dictadura fue pulverizar la organización sindical a través del Plan Laboral, posteriormente llamado Código del Trabajo. Creado por José Piñera, tuvo cuatro pilares claves. ¿Cómo hacer que exista un “derecho” laboral sin que los sindicatos, sus negociaciones y huelgas tengan fuerza, o mejor: no existan realmente existiendo formalmente. Un primer punto fue establecer sindicatos y negociación colectiva centrada en la empresa o establecimiento, y con “grupos negociadores” para conseguir un cierto “paralelismo” con los sindicatos. Esto en el marco de excluir a enormes grupos de trabajadores de la negociación colectivas, como las federaciones y confederaciones, los trabajadores públicos, profesores y negando el derecho también a negociar a los sectores estratégicos determinados cada 2 años arbitrariamente por el poder ejecutivo (según el artículo 6.º del DL 2.758, “no podrán declarar la huelga los trabajadores de aquellas empresas que: a) atiendan servicios de utilidad pública, o b) cuya paralización cause grave daño a la salud, al abastecimiento de la población, a la economía del país o a la seguridad nacional”). Hoy en día, solo el 8 % de los trabajadores tiene derecho a negociación colectiva, y un 2 % de la fuerza laboral tiene instrumentos colectivos de trabajo.
Un segundo aspecto fue el ataque a la huelga como herramienta de lucha. Para esto se impuso el concepto de “huelga que no paraliza” y el reemplazo en huelga que se utiliza hasta la actualidad, ahora “no permitido” aunque sí aplicado de facto por las empresas, y con “servicios mínimos” establecidos para los sindicatos.
La despolitización sindical y “libertad sindical” (para formar grupos paralelos al sindicato) fue otro concepto que abordó el Plan Laboral. Así se demuestra en el considerando n.º 7 del Decreto 2.756, el que plantea de forma explícita que “es indispensable que la organización sindical sea autónoma y despolitizada, para que pueda dedicarse a sus finalidades propias, evitando que sea instrumentalizada por grupos o intereses extraños a la propia organización”. Esto llevó incluso a que hasta la actual sea prohibición constitucional para dirigentes sindicales presentarse a elecciones populares sin renunciar a su cargo.
Esto lo hicieron tras la represión brutal a sangre y fuego contra uno de los movimientos obreros más avanzados de América Latina en aquella época, como fue el chileno, que vio nacer en 1972 las ocupaciones de empresas (llegaron a ser más de 500 empresas ocupadas por sus trabajadores tras el golpe del 29 de junio de 1973, antes del golpe final del 11 de septiembre), y el plan buscaba impedir una nueva tendencia a la organización de los trabajadores, para luchar por sus derechos, para impedir un rol protagónico en sus luchas y demandas y en las luchas de clases de la sociedad. Para la acumulación capitalista impuesta a la clase trabajadora no solo estaba la entrega de la renta y los recursos estratégicos al gran capital, manteniendo la dependencia de la inversión extranjera, sino otorgar las mejores condiciones posibles a aquella inversión, en impuestos, regalías, pero sobretodo, condiciones laborales favorable a la rentabilidad capitalista.
¿Quiénes se benefician con el “milagro”?
No solo las grandes compañías multinacionales del cobre, cuya renta y ganancia es el principal saqueo del país. También son los grandes grupos económicos nacionales, algunos de ellos de décadas de riqueza y acumulación, y otros tantos que hicieron su fortuna tras la dictadura militar, o los grupos creados con la apertura comercial de los TLC pos2000. Hay 3 familias: Angelini, Matte y Luksic, que controlan la mitad de los activos cotizados en la Bolsa de Valores de Santiago, y su patrimonio representaba (2011) el 12,5 % del Producto Interno Bruto (PIB).
El 8.° Informe de la Riqueza Mundial de 2017, del banco de inversión suizo Credit Suisse, revela que en Chile, dentro de un total de 13 millones de habitantes adultos, existen unas 57.000 personas que tienen más de un millón de dólares ($ 630 millones) o más. 79.000 chilenos son parte del 1 % más rico del mundo, lo que es equivalente a la población total de Papudo, Zapallar, Santo Domingo, Algarrobo y Concón juntas. Según la Fundación Sol, el 1 % de los considerados “ocupados”, que son capitalistas (gerentes, directores de empresas y empresarios) o pequeño-burguesía alta (médicos, abogados, ingenieros) tiene sueldos superiores a tres millones de pesos, que pueden alcanzar hasta los 30 millones de pesos mensuales. En el otro polo, el 70 % de los trabajadores tiene salarios inferiores a $ 400.000, bajo la canasta básica familiar, y más de 1 millón de jubilados cobran pensiones de menos de $ 140.000.
Por algo el 76 % de la población opina que el crecimiento ha favorecido exclusivamente a los ricos, y solo un 17 % reconoce haberse beneficiado del crecimiento.
El “milagro” no llega a todos, y es más bien un paraíso y “utopía” para las ganancias capitalistas, que para las y los trabajadores.
Ángela Suárez
Pablo Torres
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