lunes, 4 de febrero de 2019

Las hadas de la Comuna de París




Es la historia de las famosas petroleras de la Comuna de París quienes para sus detractores incendiaron la ciudad. Un mito para desacreditar la lucha de las mujeres y borrarlas de la historia.

La creación de este mito sin dudas se convirtió en un estandarte de lucha en la Comuna de París de 1871 cuando se formó el primer gobierno obrero de la historia entre marzo y mayo de ese año. Hablamos de las trabajadoras petroleras.
Repasando un poco de historia, la comuna surgió tras la caída del Segundo Imperio ante los prusianos que pusieron a Francia de rodillas frente a un enemigo que lograba su unificación, pasando a ser Alemania. Los saldos de la guerra franco-prusiana habían sido altos en cuanto a vidas y por sobretodo en cuanto a lo económico y social. Como consecuencia se instauró forzadamente la Tercera República (cuyo sistema político era un bote para salvar a la burguesía quienes eran responsables de la derrota militar).
La derrota era vista como “la debacle”, denominada así por el extenso libro de Emilie Zola. Aparecen preguntas obvias ¿Qué hacer luego de haber sido vencido por el enemigo? ¿Quién pagará el coste de la guerra? La respuesta es la de siempre, los trabajadores y el pueblo pobre.
Las reglas de la guerra implicaron que el pueblo se sacrificara y se pusiera de rodillas ante la derrota, mientras la clase política y económica enriquecida buscó salvarse y desligarse de responsabilidad. En este caso transformándose en una república (borrón y cuenta nueva). El tratado de Frankfurt refleja aquello, se entregaría a Alemania la ciudad de Alsacia y Lorena, y no solo eso, sino que Francia debe pagar 5000 millones de francos de compensación, de lo contrario el ejército de Bismarck ocuparía Francia hasta que cada ciudadano pagase por los sueños imperialistas de Napoleón III. Ante este escenario la sublevación de París no es extraña.
En respuesta la capital fue tomada por los comuneros, los y las trabajadoras de París, ante una Francia devastada. Los parisinos se pusieron de pie izando las banderas rojas para defender la ciudad de los alemanes y de los propios franceses pertenecientes a otras comunas. El trasfondo de la historia no es patriótico sino todo lo contrario, los comuneros no se levantaron por la defensa de la patria sino por el derecho a determinar sus condiciones de existencia ante la ilusoria consigna igualdad, fraternidad y libertad de la revolución francesa y ante la ocupación extranjera.
Los comuneros buscaban la conformación de un gobierno proletario por lo que no se rendirían tan fácilmente ante el gobierno provisional de Adolphe Thiers, quien comandó la masacre de la revolución de 1848, y pretendía entregarle París a los prusianos como parte del tratado de rendición incondicional. En este contexto comenzó el mito protagonizado por las petroleras, mujeres combativas que redujeron a cenizas gran parte de París.
Para hablar de ellas hay que entender que las mujeres fueron el principal bastión de la resistencia: fueron llamadas a organizarse. Siguiendo a Andrea D’Atri [1], en los primeros días de abril, los diarios publicaban una convocatoria en la que se les pedía a las parisinas apoyar el combate de sus maridos y hermanos y también tomar las armas ellas mismas. Era la convocatoria de Elizabeth Dmitrieff, representante de la Primera Internacional enviada a París, que llamaba a poner en pie comités de mujeres en todos los distritos y formar la Unión de Mujeres por la Defensa de París.
La Unión de Mujeres organizó numerosas asambleas públicas, sus comités organizaban la provisión de víveres, enviaban ambulancias y atendían a los heridos. La ciudad era un laberinto de barricadas descrita por W. Benjamín en su Libro de los Pasajes: “La barricada es resucitada durante la Comuna. Es más fuerte y segura que nunca. Se extiende a través de los grandes bulevares, a menudo alcanzando una altura de dos pisos, y protege las trincheras detrás de ella”.
Las mujeres fueron las primeras en acudir al combate cuando el Ejército de la Asamblea Nacional precedida por Thiers intentó arrebatarles los cañones. Fueron la principal resistencia para que éstos no pusieran un pie en la ciudad que se encontraba rodeada. La victoria o la muerte se definirían calle por calle.
Prender fuego, todo a su paso, no era la idea para combatir de los comuneros ni tampoco pretendían llevarse la ciudad con ellos. El fuego no era una venganza sino una forma de defensa. Antes de la retirada quemaban los edificios para que el enemigo no pudiera usarlos como resguardo, lo usaban para cortar el avance enemigo en las avenidas o quemar cadáveres que se apilaban ante la matanza; para que éstos no sean usados como trofeo o sean transmisores de enfermedades que diezmaran las filas. Otros eligieron usarlo para quemar lo que realmente les interesaba a los burgueses: la propiedad. Por lo que ver en llamas el Palacio de las Tullerías y demás edificios emblemáticos representaba algo tan imponente como fue en la Revolución francesa de 1789 la toma de la Bastilla.
Las mujeres encendieron las barricadas de París dirigidas por la escritora Louise Michel, docente y una de las precursoras principales de la vertiente feminista anarquista. Combatieron junto a los hombres siendo parte de la Guardia Nacional de la Comuna que buscaba una sociedad de igualdad de derechos dando una lucha heroica. Popularmente estas mujeres luchadoras fueron denominadas las incendiarias o petroleras (petroleuses). Fueron señaladas como las responsables de los incendios en París por la prensa que las satirizaba con el objetivo de ridiculizarlas en su lucha. Fueron perseguidas bajo aquel estereotipo.
Es recordada la imagen del diario Le Fígaro publicado en un folletín donde representaban a las comuneras con la imagen de una mujer que cabalga sobre una hiena, dejando tras su paso las llamas negras de las casas que ardían. Las petroleras representaban lo que una mujer no debía ser, eran feas, marimachos, rameras y malas madres [2]; culpables de crímenes imperdonables como subvertir el orden. Corrió el rumor de que las furias lanzaban petróleo ardiendo a los sótanos. Toda mujer mal vestida o que llevaba un cacharro para leche, una botella vacía, podía ser acusada de petrolera [3] es decir una mujer pobre que buscaba alimentar a su familia.
Esta imagen construida por la prensa burguesa trataba de deslegitimar los principios y la lucha de la Comuna y el buen nombre de quiénes fueron sus protagonistas principales. Las mujeres, quienes se mostraban rebeldes e ingobernables ante un orden social que las oprimía y demostraban su voluntad de transformarlo en el campo de batalla.
Las petroleras estaban instaladas en la imagen popular incluso como brujas. Un cuento de 1873 de Alphonse Daudet relata el juicio a una de las “brujas locas”. Posiblemente se trate de la figura de Louise Michel en su juicio. Compartiré los siguientes fragmentos que pertenecían al alegato de una de estas mujeres:
“Sí, rían cuanto quieran. Ya acaban de comprobar qué es un pueblo que carece de hadas. Ya han visto a todos esos aldeanos burlones y bien comidos abrir sus arcas del pan a los prusianos y guiarlos por los caminos […] Si nosotras hubiéramos estado en nuestro sitio, ninguno de los alemanes que han entrado en Francia habría salido vivo. Nuestros fuegos fatuos los habrían arrastrado hacia las ciénagas; en todas las claras fuentes que llevan nuestros nombres, habríamos vertido brebajes encantados que los habrían vuelto locos […]. Los campesinos habrían luchado. Con las hermosas flores de nuestros estanques habríamos elaborado bálsamos para los heridos; con los “hilos de la Virgen”, habríamos tejido hilas; y en el campo de batalla, el soldado agonizante habría visto al hada de su aldea inclinarse sobre sus ojos a medio cerrar para mostrarle un trozo de bosque, un recodo del sendero, cualquier cosa que le recordase su tierra. Así es como se hace la guerra nacional” [4].
Las mujeres recibieron el peor de los castigos ante la derrota. Lissagaray relata las humillaciones que sufrían estando presas tratando de quitarles la dignidad. Aquello debía servir para toda mujer que se atreviese a levantarse y desobedecer lo pensase dos veces. Eran golpeadas no solo por sus carceleros sino en las plazas públicas por todo aquel que se considerase “de bien”. Mercereau, veterano “cent-gardes”, tenía a su cargo aquella sentina, hacía amarrar a las detenidas que no le caían en gracia, las golpeaba con su bastón, paseaba por sus dominios a las bellas damas de Versalles, curiosas de ver petroleras, decía delante de ellas a sus víctimas: “¡Vamos, pícaras, bajad los ojos!”.
Muchas en las cárceles en Versalles y Montmartre fueron golpeadas, violadas y obligadas a abortar o dieron a luz niños muertos, algunas se volvieron locas. Sin embargo nunca pudieron doblegarlas.
La caza de brujas era un hecho. Bastaba con ser mujer y ser pobre para ser apresada. Las mujeres como en el combate ocuparon la primera fila en las ejecuciones ante la derrota de la Comuna, muchas mujeres comuneras fueron acusadas de petroleras terminaron siendo ejecutadas, otras lograron huir o fueron deportadas con suerte. Así es como se intentó eliminar o tergiversar de la historia a miles de mujeres valientes organizadas. Hoy muchas otras la están escribiendo sosteniendo las antorchas de las luchas de las anteriores generaciones en las calles. Nada es definitivo la historia está siempre queda abierta.
Como decía en uno de sus cuentos Alphonse Dauder: “¡Ay! ¿Dónde están ya las hadas de Francia? Todas han muerto, señores. Yo soy la última; no queda ninguna más que yo… Y de verdad es una lástima, porque Francia era mucho más hermosa cuando aún vivían sus hadas”.

Juan C. Cisnero

[1] D’Atri, Andrea, La participación de las mujeres en la Comuna de París”, en https://www.eldiario.es/contrapoder/louise_michel_6_471812820.html, consultado el 08-01-2019.
[2] Gulllickson, Guy, Mujeres sin reglas en la Comuna de París, Cornell University.1992.
[3] Lissagaray, Oliver, Historia de la Comuna de París. FCE. Barcelona. 1990.
[4] Daudet, Alphonse, Cuentos del lunes, ediciones Zig-Zag. Chile. 1946.

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