viernes, 6 de septiembre de 2019

El golpe parlamentario pone al rojo vivo la crisis del Reino Unido




El cierre del Parlamento británico por parte del primer ministro Boris Johnson, con la anuencia de la reina Isabel II, ha abierto un nuevo escenario de la crisis política.

Si bien el cierre ordenado por Johnson no es indefinido (se extiende del 10 de septiembre hasta el 14 de octubre), limita los tiempos de deliberación del Parlamento sobre el Brexit, que debería consumarse drásticamente a fines de octubre, si no media antes una reformulación del acuerdo con la Unión Europea o una nueva prórroga. La respuesta de la oposición al golpe de Johnson consistió en una votación en la Cámara de los Comunes en favor de una prórroga por parte de la Unión Europea, a la que se adhirió un sector del partido conservador, desautorizando de este modo el planteo del primer ministro de un Brexit a cualquier precio. Para hundir la maniobra, Johnson presentó una moción por nuevas elecciones, bajo la convicción de que puede ganar cómodamente esos comicios y forjar una mayoría parlamentaria sólida -hoy cuenta con una exigua mayoría y puramente nominal, puesto que depende del humor de un partido unionista norirlandés y de un sector crítico del partido conservador, que agrupa algunas decenas de diputados. Pero la moción no obtuvo los dos tercios de los votos que necesitaba, lo que asestó al primer ministro un duro doble golpe en una sola jornada.
La abstención de los laboristas fue decisiva para que no prosperara la moción de nuevas elecciones. Jeremy Corbyn no se opone a ir a las urnas, pero exige la desactivación previa de la bomba de un Brexit desordenado.

Golpismo y elecciones

El pisoteo de la voluntad popular que supone la clausura del Parlamento tiene como añadido que Johnson sólo ha sido votado por 90 mil miembros del partido conservador en una elección interna (o sea, el 0,25% del electorado). Llegó al poder tras la caída en desgracia de Theresa May. Pero los demócratas “europeístas”, que le cuestionan esa ilegitimidad, actúan a su vez haciendo caso omiso de un referéndum que resultó favorable al Brexit, en 2016. Ya se sabe que la agudización de la crisis capitalista y las tensiones sociales disparan los atropellos del gran capital sobre sus propias formas políticas democráticas. Asistimos a un golpe en la cuna del parlamentarismo. Más en general, bajo la excusa de la guerra contra el terrorismo, los gobiernos de las grandes potencias capitalistas han dado un salto desde el 11-S (Torres Gemelas) en legislaciones de excepción y supresión de libertades democráticas.
El golpismo de Johnson dio lugar a movilizaciones de algunas decenas de miles de personas durante el fin de semana en varias ciudades, comandadas por sectores contrarios a una salida del Reino Unido, pero que estuvieron por debajo de las movilizaciones previas contra el Brexit.
En el escenario de una nueva elección, Johnson buscaría ensanchar su base parlamentaria, disciplinando al partido conservador y sumando los votantes del ultraderechista Partido del Brexit -que ganó las últimas elecciones europeas. Queda planteada la posibilidad de un acuerdo electoral e incluso de un cogobierno con esta fuerza ultrarreaccionaria, si bien el partido de Nigel Farage ha puesto reparos públicamente a dicha posibilidad. Johnson se tiene fe en una nueva elección, pero no hay que olvidar que el adelanto electoral de May para reforzar su mayoría en el Parlamento culminó en un fiasco. Un Johnson reforzado sería el reforzamiento de un gobierno de guerra contra los explotados. Su debut ya estuvo marcado por exenciones impositivas al capital y un reforzamiento del aparato represivo.
Es probable que para enfrentar a Johnson se estimule un acuerdo “europeísta” entre liberal-demócratas y laboristas, e incluso sectores del partido conservador. Pero esa variante difícilmente superaría la prueba de la fragmentación política. En las vísperas del cierre del Parlamento por parte de Johnson, sonaba la posibilidad de una moción de censura contra el primer ministro y un gobierno provisional, de unidad nacional, liderado por Jeremy Corbyn, el líder del partido laborista. Pero fracasó por el rechazo de los liberal-demócratas. Aunque la variante de unidad nacional se haya frustrado, está claro que asistimos a tiempos políticos excepcionales. El último gobierno de este tipo corresponde a 1931, dos años después del crack financiero de Wall Street, cuando los laboristas de Ramsay McDonald se unieron a los conservadores. En tanto, el último cierre del parlamento se remonta a 1948.

El laborismo

Corbyn sostiene una posición ambigua con respecto al Brexit para hacer equilibrio, toda vez que en su partido hay simpatizantes tanto de la permanencia como de la salida (un sector de los sindicatos y del movimiento obrero votó por el Brexit en 2016 ante el impacto del derrumbe industrial). Se muestra partidario de una prórroga y un nuevo referéndum, pero no indica si votaría en él a favor o en contra. El mismo cuadro de división caracteriza al partido conservador, el otro gran partido del Reino.
La encrucijada de Corbyn es la encrucijada que plantean dos variantes de crisis: la de un proyecto europeísta en agonía y la de un proyecto nacionalista amenazado por el abrazo del oso de Estados Unidos (que ofrece un rápido tratado de libre comercio cuando se produzca el Brexit).
Hay sectores de la izquierda británica (como el SWP y el SP) que alientan una nueva elección bajo la expectativa de un triunfo de Corbyn, que levanta una agenda de reformas sociales. Pero el partido laborista viene de pagar sus divisiones internas con una caída en las últimas elecciones municipales, por lo que no es una apuesta segura.

Unidad socialista

Las aguas están más que agitadas. El gran capital, que en forma mayoritaria recela de una salida, inició relocalizaciones ante el temor de un Brexit duro. Los dos partidos históricos están fuertemente divididos. Y la disgregación que supone el Brexit para el continente tiene como complemento una disgregación del propio Reino Unido. El gobierno escocés, cuya fuerza mayoritaria es europeísta (el SNP), amenaza con un nuevo referéndum de independencia. El Brexit reabriría, a su vez, el conflicto en Irlanda.
Las masas británicas han quedado aprisionadas hasta ahora entre dos variantes capitalistas, sin que emerja una alternativa política independiente que contemple los intereses de los trabajadores.
Frente a las tendencias centrífugas en el Reino Unido y en Europa, cobra mayor actualidad el planteo de los estados unidos socialistas.

Gustavo Montenegro

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