lunes, 9 de septiembre de 2019

Crisis en el Reino Unido: el Brexit fuera de control




El primer ministro pierde una votación clave en el Parlamento y pierde el control del Brexit. ¿Cómo sigue la crisis a partir de ahora?

El primer ministro Boris Johnson ha perdido el control del Brexit. La Cámara de los Comunes (cámara baja), mediante una alianza entre el Partido Laborista, los Verdes, los Liberales Democráticos y los llamados Conservadores “rebeldes”, le cerró el camino al “hard Brexit”, es decir, a la ruptura unilateral del Reino Unido con la Unión Europea (UE). Habrá que ver si finalmente la Cámara de los Lores (cámara alta) aprueba esta ley y por último si la reina la promulga. Pero en la instancia parlamentaria, que en el sistema británico es la que expresa la “soberanía popular” electoral, Johnson acaba de sufrir una derrota que puede derivar en nuevas elecciones anticipadas. Si fuera así, sería la tercera elección general en cuatro años.
La cuenta regresiva hacia el 31 de octubre, cuando vence el último plazo que le dio la UE para concretar el Brexit, ha actuado como un acelerador de los tiempos. Y también como un gran revelador de la profunda crisis política y estatal –es decir orgánica- que amenaza ya no solo el estatus geopolítico y las relaciones comerciales de esta vieja potencia imperialista en decadencia, sino su propia continuidad como entidad estatal.
El “hard Brexit” con el que amenaza el actual primer ministro conservador Boris Johnson es el equivalente a una opción nuclear.
Podría dinamitar el acuerdo de Viernes Santo de 1998 que puso fin al conflicto de Irlanda del Norte, manteniendo una frontera abierta con la República de Irlanda.
Dispararía casi con seguridad un segundo referéndum en Escocia –que es profundamente europeísta- para lograr, esta vez sí, su independencia.
Y le haría perder a los grandes capitalistas británicos una relación privilegiada con el bloque europeo, al que se dirige gran parte de sus exportaciones, para no hablar de la City de Londres que ha oficiado de principal plaza financiera de la UE. Esto a cambio de un incierto acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, que tiene como única garantía la endeble promesa de Donald Trump.
A todas luces, demasiadas contradicciones para ser absorbidas por un primer ministro cuya única base de legitimación son los 92.000 afiliados del partido conservador que lo eligieron.
Quienes siguen de cerca la política británica manejan dos hipótesis. Una que efectivamente Johnson es un euroescéptico furioso que considera que el Reino Unido debe recuperar su soberanía. Y otra que sería una táctica de negociación dura para lograr concesiones de Bruselas que mejoren el acuerdo logrado por May. En particular, eliminar o flexibilizar el llamado “backstop” que dicho sencillamente es una especie de salvaguarda que mantendría abierta la frontera entre las dos Irlandas en caso de que no hubiera una ruptura acordada.
El cálculo de Johnson es que la UE estaría dispuesta a pagar un precio para evitar el Brexit en una situación teñida por la recesión inminente en Alemania, la guerra comercial con Estados Unidos y las crisis políticas, como la de Italia, precipitadas por corrientes populistas y euroescépticas. Pero hasta ahora esta hipótesis no se ha corroborado y la UE no ha dado muestras de flexibilidad, en particular en la cuestión de Irlanda que es una de las líneas rojas que Bruselas no está dispuesta a cruzar.
A juzgar por la evolución de los acontecimientos, la estrategia de presión in extremis se ha demostrado peligrosa.
Los hechos de las últimas semanas muestran por sí solos la profundidad de la crisis, que ha tenido su expresión superestructural, y por lo tanto distorsionada, en la pulseada sin tregua entre el Parlamento y el Ejecutivo. Pero que tiene sus raíces en la fractura social surgida de las contra reformas neoliberales y las décadas de globalización.
El intento bonapartista de Johnson de cerrar la cámara baja durante cinco semanas, que le fue concedido por la reina Isabel II en homenaje a la supuesta neutralidad de la corona en los asuntos políticos, terminó siendo un bumerán.
Hizo que decenas de miles de personas salieran a la calle a protestar contra lo que consideraron una suerte de “golpe”. Y facilitó la alianza multipartadaria que le propinó al primer ministro tres derrotas consecutivas en un solo día: primero perdió la mayoría, después el orden del día y finalmente el control del Brexit.
Esta prolongada guerra de desgaste que ya lleva cuatro años se ha devorado a dos ministros. Primero al gobierno de David Cameron, el conservador que ofició de aprendiz de brujo con el llamado al referéndum en 2016 en el que inesperadamente se impuso el “leave” (salir de la UE) por escaso margen. Y luego al de su sucesora, Theresa May que azuzó al ala euroescéptica más dura y luego trató sin éxito de hacer votar un divorcio negociado con la UE que para los “brexiters” de paladar negro equivalía a mantener al Reino Unido como “vasallo” del bloque europeo. Boris Johnson está a punto de ser el próximo en ser tragado por este agujero negro.
Sin embargo, la gran preocupación para la estabilidad burguesa es que la principal víctima del Brexit ha sido el partido conservador, el instrumento político más directo de los grandes capitalistas. Los tories se han dividido en otras oportunidades pero ahora parece haberse desatado una guerra civil sin cuartel.
Johnson expulsó a los 21 conservadores “rebeldes” que se unieron a la oposición y fueron los artífices de su derrota, entre los que se encuentran servidores ilustres de la clase dominante como el nieto de Churchill o los exministros de Hacienda Philip Hammond y Kenneth Clarke.
Bajo su liderazgo se ha transformado en el “partido del Brexit”, es decir, un partido populista, euroescéptico similar a las formaciones de la extrema derecha que florecen a ambos lados del Atlántico. En cierto sentido, esta transformación es similar a la del Partido Republicano norteamericano bajo Trump.
Si hubiera elecciones anticipadas probablemente Johnson persiga la estrategia de enfrentar al “pueblo”, que supuestamente querría el Brexit, con la “élite” que se rinde ante la UE. Johnson se tiene confianza porque percibe el momento de debilidad del laborismo y el desgaste relativo de su líder, Jeremy Corbyn.
Apostar a la polarización puede ser una estrategia útil para ganar elecciones. Pero como muestran los gobiernos de Trump, Bolsonaro, o el propio Boris Johnson, la dificultad que tiene la clase dominante son los gobiernos con base social estrecha, es decir, sin hegemonía, para lidiar con los desafíos de los explotados.
Hasta ahora, la burguesía británica cuenta con el hándicap que le ha dado el Partido Laborista, que bajo la dirección del ala izquierda de Jeremy Corbyn ha actuado como un factor de moderación en la situación caótica del Brexit.
Sin embargo, los grandes capitalistas ven con desconfianza la posibilidad de que Corbyn llegue a ser primer ministro, no porque tenga una estrategia distinta a la colaboración de clases tradicional del laborismo, sino porque su programa que incluye renacionalizaciones y ciertas medidas de un tibio reformismo, pero reformismo al fin, despiertan el entusiasmo de amplios sectores de la juventud que se entusiasma con revertir décadas de austeridad y neoliberalismo y se han venido movilizando por decenas o cientos de miles. En última instancia, es el temor de siempre de los burgueses: que la combinación catastrófica de ilusiones y crisis de los de arriba termine motorizando la lucha de
clases.

Claudia Cinatti
Miércoles 4 de septiembre | 18:05

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