Lula libre ya no es una consigna, sino una realidad. Fue una decisión judicial que responde a una demanda social extendida y que anima las contradicciones de nuestro tiempo en la región. Los inversores actuaron ante la sola mención de la posible liberación de la injusta prisión al líder del PT. El resultado de ese accionar impactó a la baja sobre las cotizaciones de acciones y a la variación de las divisas, afectando vía devaluación monetaria las condiciones de vida de la mayoría empobrecida del Brasil. La algarabía popular es preocupación de los ganadores bajo el gobierno Bolsonaro, antes de Temer, que festejaban en estas horas el alineamiento del Brasil con EEUU e Israel para sostener el bloqueo a Cuba. Brasil condensa en estas horas las tensiones y contradicciones en nuestra región, que nos motiva a pensar en otros procesos y en debates postergados en aras del imaginario de lo posible y lo necesario para transformar la realidad.
Hay tensa espera por la segunda vuelta uruguaya, “no está muerto quien pelea” sostiene el dicho popular, y ya asistimos a la despedida del gobierno de Macri en Argentina y a las expectativas por el próximo gobierno de los Fernández. Dos pueblos hermanados, el uruguayo y el argentino, y separados por la historia que no siempre caminaron en conjunto y, de hecho, las tensiones a ambos lados del Río de la Plata han sido frecuentes y no hablo de tango o de fútbol precisamente. La unidad de objetivos y rumbo en el Río de la Plata resulta fundamental para mejor articular una política desde el Sur de América para empujar otras posibilidades en la unidad regional, especialmente con Brasil y Paraguay, lo que podría extenderse más allá, hacia Bolivia y Chile. Pero de nuevo, hay debates ausentes que involucran esos desencuentros, aun con gobiernos que enarbolaban un discurso de impugnación al neoliberalismo en años recientes, del Frente Amplio y del Kirchnerismo. La discusión es el límite de lo posible, ya que el “posibilismo” en ambas orillas, para no confrontar con el poder, culmina a la corta o a la larga en la reversión de procesos emancipadores y transformadores.
Celebramos el triunfo de Evo Morales, junto al reconocimiento de la ofensiva opositora que agudiza un proyecto destituyente en Bolivia. Las “derechas” ya no solo son proyectos autoritarios, protagonizados por militares auspiciados por el poder en las sombras, al margen de consensos sociales, que ahora son movilizados y organizados para el desarrollo de acciones callejeras. Las “guarimbas” venezolanas como ensayo, se despliegan en otros territorios, más allá del reconocido “éxito” macroeconómico de Bolivia, destacado por todos los organismos internacionales. Algunos justificaron esas acciones en Venezuela ante los problemas económicos, que ahora se aplican en Bolivia con argumentos relativos a la política. Es quizá Bolivia el territorio de mayor consolidación de un proyecto popular en el gobierno, surgido de la impugnación a la lógica hegemónica que denominaron neoliberal. Recordemos que en el origen están las luchas contra la privatización del gas y del agua.
Por su parte y como gran novedad, el pueblo chileno mantiene su protesta en las calles y exige cambios profundos que descoloca al poder continuado de la dictadura pinochetista. Esta, consolidada por tres décadas bajo la norma constitucional elaborada por el régimen dictatorial como forma de institucionalizar el orden construido desde 1973, junto a reprimir intenta retomar la iniciativa política. Lo que ocurre es que la dinámica social en lucha no lo permite, al mismo tiempo que se desafía a construir un proyecto propio que pueda ser asumido por la mayoría de la sociedad y transformar la realidad.
¿Qué hacer?
Son datos contradictorios de nuestro tiempo, que expresan los sentimientos cruzados de concepciones confrontadas sobre el qué hacer en nuestros territorios. La gran discusión es cuál será el rumbo que se imponga. No es menor la impugnación social masiva, caso chileno, a un orden que dio inicio a lo que hoy se considera hegemónico en el sistema mundial: el neoliberalismo. Lo importante es la dinámica y la discusión sobre el qué hacer, que si se queda corto reanima el rumbo conservador y reaccionario de un orden capitalista en desorden.
Parece una contradicción, pero no lo es. El “orden” requiere de un “nuevo orden” y por eso el “desorden”. EEUU lideró la ofensiva capitalista liberalizadora ante la crisis de los años 70´ para terminar con la bipolaridad entre capitalismo y socialismo, objetivo logrado hace tres décadas. Sin embargo, la propia dinámica de la acumulación de capitales generó, vía exportaciones de capital hacia China, la confrontación por la hegemonía del sistema con base en la gran expansión de la relación capital-trabajo en territorio chino. El peso de China en el sistema mundial y las alianzas políticas, militares y económicas desplegadas en estos años, con Rusia e Irán entre otros, debilitó el peso de la dominación estadounidense. Con ello se exacerbaron las contradicciones y el fenómeno de la guerra comercial, económica, financiera puso en evidencia la impunidad sancionatoria de Washington y la exacerbación del militarismo. Las sanciones unilaterales de EEUU rompen todas las reglas del orden mundial surgido al final de la segunda guerra en 1945. Por eso, lo que ocurre es un desorden, para intentar reordenar el sistema capitalista contemporáneo a favor del liderazgo de EEUU.
¿Cuál es el papel de Nuestramérica? En este territorio surgió como ensayo el “neoliberalismo” en tiempos violentos de dictaduras genocidas, luego instaladas en el capitalismo desarrollado, no solo por las restauraciones neoconservadoras en Inglaterra y EEUU, sino también bajo la dirección de la socialdemocracia europea. Con la caída del socialismo en el este de Europa el fenómeno se extendió planetariamente y se pensó en el fin de la historia y el triunfo del capitalismo. En este comienzo del Siglo XXI, Nuestramérica encendió la expectativa esperanzada contra el “neoliberalismo”, incluso contra el capitalismo, animando procesos políticos en Europa y en África, provocando como respuesta el accionar desestabilizador de la dominación local, regional y mundial. Por eso aludimos a las tensiones y contradicciones actuales, que requieren ser resueltas y el gran interrogante es con que rumbo.
Son muchos los desafíos en estas horas. En Argentina no le funcionó la estrategia a Trump y su asistencia financiera vía FMI a la Argentina para sostener otro periodo de gobierno a Macri. Pero “muerto el rey, viva el rey”, sostiene el dicho popular. Trump ya felicitó a Alberto Fernández y se apuró a poner a disposición la voluntad estadounidense, de peso decisorio en el FMI, para “cooperar” con el nuevo gobierno de la Argentina. La OEA por su parte fiscaliza las elecciones en Bolivia, y el Grupo de Lima sostiene la ilegitimidad de la impugnación al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, mientras un renovado Grupo de Puebla intenta nuevos reagrupamientos de impreciso signo “progresista”, del mismo modo que en su momento el Consenso de Buenos Aires intentó contestar al consenso de Washington. Al mismo tiempo, en La Habana sesionó el Encuentro antiimperialista, con una perspectiva que intenta radicalizar los procesos sociales de impugnación neoliberal, con movimientos sociales y políticos en donde conviven quienes apuestan a procesos profundos de cambios socioeconómicos y otros que son contenidos en los límites de lo posible.
El que no cambia todo no cambia nada dice la setentista canción popular de César Isella y Armando Tejada Gómez, tan genialmente interpretada y matizada por Mercedes Sosa y Alfredo Zitarroza. Es sugerente la letra para pensar nuestro tiempo desde la transición necesaria, para terminar con el neoliberalismo que es la política hegemónica del capitalismo contemporáneo. No alcanza con la impugnación al neoliberalismo y lo que debe impugnarse es el capitalismo. Es cierto que hubo tiempo para el reformismo del orden capitalista, pero fueron tiempos de bipolaridad y confrontación entre capitalismo y socialismo. Fueron tiempos del Estado del bienestar y políticas keynesianas entre 1945 y 1975, los treinta años gloriosos del capitalismo mundial, solo posible por la visibilidad de una propuesta anticapitalista. Por eso, solo es reformable el capitalismo si se opone la potencialidad del orden alternativo, de confrontación anticapitalista. No es una cuestión de consignas, sino de colocar objetivos que reviertan la situación, al estilo de la citada canción “Triunfo agrario”, que dice: “hay que dar vuelta el viento como la taba, el que no cambia todo, no cambia nada”.
¿Qué supone cambiar todo?
Enfrentar el ajuste y las reformas inducidas en los acuerdos con el FMI, tal como lo hizo el pueblo ecuatoriano recientemente, o en otro sentido la movilización chilena, incluso la haitiana.
La Argentina está desafiada a atender la deuda con el tercio empobrecido y los problemas de empleo e ingresos de la mitad de la población trabajadora o atender la usura de la hipoteca con los acreedores externos. Son objetivos confrontados.
Bolivia para profundizar tendrá que apuntar a extender la preocupación por el desarrollo de la economía comunitaria y el aliento a la construcción del sujeto de los cambios, coherente con el sujeto político indígena, originario campesino, con todo el peso del Estado Plurinacional, o pensar en la retracción social a manos del revanchismo de los sectores más concentrados de la economía local.
La disputa uruguaya se juega en la disputa del rumbo en un debate con la sociedad y hacia donde avanzar, en la profundización de los cambios esperados por la mayoría social de menores ingresos y recursos, o en la restauración de la lógica del capital por la liberalización.
Resulta necesario discutir la modificación del modelo productivo y de desarrollo sustentado en el crecimiento, la expectativa por atraer inversiones y la tendencia a la mercantilización generalizada en una reproducción de una norma por la ganancia y la acumulación. Se trata de un cambio de lógica, más orientada a la satisfacción de las necesidades sociales extendidas y por eso más pensar en producir bienes de uso que bienes de cambio, y en defender a la Naturaleza en tiempos de agresión y devastación con peligro sobre la vida, la sociedad y el propio habitat.
Existe un tiempo de contradicciones y de definiciones, que pueden resolverse en términos civilizatorios, lo que requiere un debate a fondo que no se quede en el límite de los posible.
Julio C. Gambina
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