miércoles, 6 de noviembre de 2019

“Estamos en una fase 'destituyente' contra el neoliberalismo chileno”




Entrevista a Franck Gaudichaud

Especialista de la historia del Chile contemporáneo, presidente de la asociación France Amerique Latine y miembro del comité de redacción de Contretemps, Franck Gaudichaud es politólogo y enseña la historia de América Latina en la Universidad Toulouse Jean Jaurès, Francia (1). Repasa aquí las hipótesis y el desarrollo de la actual movilización que agita Chile desde hace más de 15 días.
Según los economistas y analistas “mainstream”, Chile era un auténtico islote de estabilidad y prosperidad en América Latina. A la vista de la actual movilización, ¿cómo se explica semejante explosión generalizada de ira?
Podemos decir que, en efecto, las clases dominantes chilenas realmente vendieron la imagen de un “Chile paradisiaco”, modelo de crecimiento económico y modelo indiscutible de América Latina. El presidente Sebastián Piñera hablaba incluso de un país «oasis de estabilidad» en el concierto latinoamericano. Menos de una semana después de esas declaraciones asistimos al inicio de una movilización sin precedentes y el presidente declaró en la televisión que: “el país está en guerra”. En realidad, tras el escaparate del Chile “moderno” y neoliberal se esconden desigualdades sociales de las más importantes del mundo y especialmente de la región. La violencia del capitalismo, tal como se aplicó desde 1973 con la dictadura y después de 1975 con el “giro neoliberal” de los Chicago Boys, se prolongó a partir de los años 90 bajo los diversos gobiernos civiles democráticos. Así, el modelo de capitalismo neoliberal, calificado a veces de “avanzado”, es un modelo extremo. Existe una privatización generalizada en todos los terrenos y ámbitos sociales (educación, salud, jubilaciones, transportes, etc.). Y aunque la pobreza se redujo a la mitad desde los años 90, las desigualdades sociales continuaron y se acrecientan. Lo que supone que, en la actualidad, la economía del país está dominada por siete grandes familias de la burguesía chilena cuando la mitad de los trabajadores ganan menos de 480 euros mensuales (mientras el precio de un viaje en metro en Santiago es de un euro). La “democracia de los consensos” y de los acuerdos pactados que nació en 1990, tras la dictadura y negociando con los militares, legitimó ese “modelo”. Las élites civiles de los partidos de la Concertación y -por supuesto- la derecha, aceptaron incluso conservar (con algunas reformas) la Constitución ilegitima elaborada en 1980, en plena dictadura.
Uno de los rasgos distintivos del proceso chileno actual es sin duda la entrada en movimiento de un mundo laboral que la dictadura quiso romper y del que los gobiernos posteriores a 1989 pretendieron perpetuar la fragmentación. ¿Asistimos a una auténtica renovación del movimiento obrero?
La explosión social actual está vinculada a una acumulación de experiencias colectivas anteriores, como grandes movilizaciones de trabajadores a partir de 2006-2007, y también de los centros de enseñanza y de los estudiantes (a partir de 1997). Recordemos la “revolución estudiantil” de 2011. Después tenemos también la multiplicación de las luchas eco-territoriales en torno de lo que se denomina en Chile las “zonas de sacrificios”, zonas de extractivismo masivo y graves destrozos ecológicos y ambientales. Finalmente, podemos citar las importantes movilizaciones en torno al sistema de pensiones, completamente privatizado y en manos de fondos de pensiones (capitalización que por cierto puso en marcha durante la dictadura el hermano del actual presidente…), con el movimiento “No + AFP”. Entre la clase trabajadora, los sectores sindicales más combativos son los de puertos, mineros y una parte de la distribución, además de otros sectores de trabajadores como el de los profesores y del sector de la salud.Y siempre está muy presente la incansable lucha del pueblo Mapuche, que vive la militarización desde hace décadas, desde hace siglos en realidad...
Uno de los rasgos distintivos del movimiento actual no ha sido la centralidad del movimiento obrero tradicional organizado. Al contrario, lo que emerge rápidamente en primer lugar son las luchas de la juventud, la juventud precarizada, los estudiantes, los alumnos de secundaria que comienzan a saltar los torniquetes del metro de Santiago y llaman a toda la colectividad a no pagar y “eludir” masivamente.
Con la represión y la militarización del espacio público, con la proclamación del estado de emergencia y del toque de queda, asistimos a la ampliación de los espacios sociales movilizados, que rechazan la represion y a la ampliación de las reivindicaciones en términos de críticas mas globales al neoliberalismo. Es entonces cuando empiezan a entrar en escena algunos sectores del movimiento obrero y los trabajadores, y en particular los del sindicalismo estratégico y más politizado. Hay que destacar en particular en el papel clave que han desempeñado los estibadores de la «Unión Portuaria», que desde el lunes 21 de octubre llaman a la huelga mientras la Central Única de los Trabajadores (CUT), por su parte, apareció como paralizada. Se trata de una central sindical ampliamente burocratizada en su dirección, en manos de los partidos que han gobernado a lo largo de los tres últimos decenios, el Partido Socialista, la Democracia Cristiana y también ahora el Partido Comunista. No obstante, el movimiento obrero se ha puesto en marcha y la CUT también reaccionó, pero demasiado tarde y con frenos de una parte de los dirigentes y organizaciones. Es interesante observar el papel de los portuarios y de los mineros, especialmente los de la gran mina «la Escondida», que también han llamado a la movilización y a la huelga. La aparición de una iniciativa unitaria más amplia, la mesa de «Unidad Social», en la cual se encuentran la CUT, el movimiento «No+AFP» contra los fondos de pensiones, así como la Coordinación 8 de Marzo, feminista, los sectores de la ecología política y varias decenas de organizaciones sociales y sindicales, fue un paso adelante notable, bajo la presión de las movilizaciones. Se trata pues de un espacio mucho más amplio que el sindicalismo por sí solo, aunque en los llamamientos a la huelga nacional han desempeñado un papel importante para cambiar el equilibrio de poder y hacer retroceder al Ejecutivo, en particular con respecto al estado de emergencia.
Sin embargo, el movimiento sindical chileno sigue siendo débil y fragmentado como resultado de la gran derrota y el aplastamiento por parte de la dictadura de Pinochet entre 1973 y 1989. Pero también es el resultado de los gobiernos civiles de la Concertación (1990-2010 especialmente), que no hicieron nada para cambiar esta situación, muy al contrario, hicieron todo lo posible para mantener una actividad sindical directamente aliada de los gobiernos y canalizada (aunque no siempre lo lograron). Actualmente, pues, el desafío es la reconstrucción de colectivos sindicales combativos que puedan desplazar el peso de algunas de las direcciones más tradicionales. Vemos que en esta fase la organización de «la Unidad Social» es mucho más amplia que la CUT sola. Se trata de un espacio de organización y tensiones que ha permitido comenzar a dar una orientación y una dirección posibles a las movilizaciones, pero con el riesgo de la tentación de querer capitalizarlos por parte de algunos y dirigirlos “desde arriba”, lo que conduciría entonces a canalizar esta extraordinaria fuerza del movimiento hacia una salida institucional-parcial y de nuevo dentro de los “consensos” y pactos sociales a la chilena...
En las manifestaciones y las huelgas, uno de los eslóganes más repetidos sigue siendo «¡Fuera Piñera!». Sin embargo la izquierda radical, el Partido Comunista Chileno y el Frente Amplio –que tienen, como dices, un peso importante en el movimiento sindical y el movimiento social- han optado por renunciar a esta reivindicación en favor de un «impeachment» de Piñera o de algunos de sus antiguos ministros o en favor de un referéndum, ¿Cómo se explica semejante opción política?
Hay una fuerte reivindicación entre las personas movilizadas en torno a la salida de Piñera, «¡Fuera Piñera!», reivindicación en mi opinión totalmente legítima cuando estamos hablando de 20 personas muertas, cientos de heridos (entre ellos algunos muy graves), miles de detenidos, decenas de abusos sexuales y torturas en las comisarías, desaparecidos, etc. Las reformas sociales parciales anunciadas por el Gobierno no son en absoluto aceptadas por la calle porque consisten, una vez más, en que el Estado subsidia el salario mínimo, el sistema de pensiones privatizado y finalmente el sector privado… Por lo tanto, no plantea ningún retroceso del modelo de Estado subsidiario neoliberal. Tampoco el cambio de gabinete es considerado como medida de cambio real. Por otra parte, la reacción de la oposición política parlamentaria ha sido más que tímida, por no decir desastrosa. Algunos incluso han llamado a la represión, como es el caso del antiguo ministro socialista y exdirigente de la Organización de Estados Americanos (OEA), José Miguel Insulza. Por parte del PC sí hubo una reacción. Con su experiencia política de larga trayectoria, los comunistas comprendieron rápidamente la trampa que representaba negociar con Piñera, por lo que llamaron a boicotear esas reuniones de negociación, mientras tanto había estado de emergencia, y con razón. En cuanto al Frente Amplio, vemos hasta qué punto está atravesado de tendencias contradictorias y la fragilidad de su proyecto, en esta etapa, porque existe todo un sector importante, llamado “Revolución Democrática”, que quería ir a la Moneda ¡Mientras estaba el estado de emergencia, el toque de queda y la represión en la calle! Finalmente, en un primer tiempo, el Frente Amplio tampoco fue a negociar y llamó a denunciar esas maniobras. Pero se ven las dificultades del Frente Amplio para posicionarse en semejante coyuntura de movilizaciones excepcionales, cuando creo que éste debería ser un momento fundamental para la izquierda, para presionar, para alimentar la movilización, dar dirección hacia unas primeras rupturas con el modelo capitalista neoliberal y las herencias de la dictadura, para llamar inmediatamente a una Asamblea Constituyente, apoyando a la vez el llamado a la dimisión del Gobierno. Y ahí el Frente Amplio ha sido confuso, con sectores muy marcados por las lógicas parlamentarias de “negociación en las alturas”, a contrapié con lo que está pasando en el país, aunque es de notar que el sector de izquierda del FA, Convergencia Social, ha sido más claro en ese sentido y también movilizado desde el principio.
Existen, pues, llamados al «impeachment» contra Piñera (con pocas posibilidades de prosperar a nivel del Senado). Algunos piensan también que sería posible negociar acuerdos mínimos con el nuevo Gabinete y el fin de la represión. También organismos de derechos humanos y abogados han comenzado una querella contra Piñera y el ahora exministro del interior (Chadwick) por responsabilidad política en crímenes, tortura y asesinatos. Pero lo que está creciendo dentro del movimiento, en términos de lo que se podría denominar “reivindicación transitoria” unitaria, es ante todo el llamado a una Asamblea Constituyente Libre Soberana y Popular constituida “desde abajo”, que sea representativa y proporcional, realmente democrática (a diferencia de todas las constituciones chilenas, no solamente la de Pinochet), que permita poner así todo sobre la mesa y que sea aprobada por referéndum en una óptica de “refundación” del modelo social y político chileno. Las fuerzas de izquierda, anticapitalistas, deberían tener un papel que desempeñar en ese sentido. Evidentemente no se trata de que el Parlamento reabsorba y canalice las movilizaciones a través de una nueva reforma constitucional (como ya el PS y sectores de la derecha lo están proponiendo). Sino, por el contrario, de hacer que crezcan la autoorganización y la politización en un proceso en el que la Asamblea Constituyente y Popular no sería más que uno de los elementos de un proceso abierto de democratización que forzosamente tendría que ir cuestionando y a contrapelo de los privilegios exorbitantes de la burguesía chilena, una de la más voraces de América del Sur.
Los elementos de autoorganización que se ven aparecer en los centros de trabajo y a un nivel territorial, en Concepción por ejemplo con la Asamblea provincial o en Antofagasta con el “Comité de Emergencia”, dan un aire “años 70” a la movilización actual. ¿El imaginario de los Comandos comunales o de los Cordones industriales, el ala activa del proceso revolucionario 1970-1973, sigue presente en Chile?
En cuanto a fuerzas e iniciativas de autoorganización han sido muy potentes en este movimiento, en el sentido de que es un movimiento “espontáneo” que se propagó por las redes sociales, por Facebook, de forma horizontal y fuera de los canales tradicionales instituidos (sindicales, sociales o políticos). Vemos, una vez más, que existe una gran experiencia acumulada procedente de los movimientos anteriores, de los conflictos laborales de 2006-2007, de los de los estudiantes de 2011, de experiencia como la ACES ( Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios) o de los movimientos feministas y sindicales, con organización de múltiples “cabildos” y asambleas territoriales y populares. O también en estos con la “toma feminista” de plaza Italia en el centro de la capital. Son experiencias democráticas, participativas, de “poder popular” en acción. Esta es en realidad una de las fuerzas “disruptiva” de este movimiento y es todavía difícil medir la amplitud de esas asambleas en el plano nacional, pues aparecen de norte a sur. Todavía son dispersas y muy desiguales según los territorios, mientras los niveles de represión estatal continúan siendo escandalosos. De alguna manera permanece la memoria colectiva del “poder popular” y de los cordones industriales de los años 1970-1973, aunque no siempre directamente. Estamos, por supuesto, muy lejos de los niveles de politización y movilización de los años 70 que caracterizaron a la clase obrera chilena con la experiencia de la Unidad Popular, una clase obrera que incluso comenzó a sobrepasar los límites de la “vía chilena al socialismo” que propuso Salvador Allende a su pueblo.
En la actualidad, nos hallamos más bien en una fase “destituyente” frente al neoliberalismo y al Gobierno de Piñera, pero también potencialmente “instituyente” en el sentido en que se vuelve a hablar en Chile, a una escala masiva, de una perspectiva posneoliberal y democrática que buscaría superar –por fin- la herencia de Pinochet y de 30 años de “democracia pactada” y tutelada. Este es ya uno de los formidables logros de estas jornadas de rebelión de octubre de 2019 sin que se abran de nuevo (como en los 70), de momento, las grandes alamedas de las perspectivas anticapitalistas. Es necesario entender hasta qué punto que el “modelo” chileno todavía sigue siendo uno de los más arraigados y “blindado” de América Latina, a pesar de todas las fuertes sacudidas y revueltas que lo atraviesan. Pero después de octubre ya nada será igual en Chile para los dominantes, y eso solo comienza. Se ensancharon las fisuras del neoliberalismo, no hay vuelta atrás...

Jean Baptiste Thomas y Julien Anchaing
Revolution permanente
Traducido del francés para Rebelión por Caty R.
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1/ Entre las publicaciones recientes de Franck Gaudichaud, señalemos una obra de referencia sobre el período de la Unidad Popular chilena, “Chile 1970-1973. Mil días que estremecieron al mundo”, LOM ediciones, 2016 ) así como su último trabajo, en colaboración con Jeff R. Weber y Massimo Modonesi, “Los gobiernos progresistas latinoamericanos del siglo XXI , Ensayos de interpretación histórica”, UNAM, 2019, ver en línea: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=259150.

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