lunes, 11 de noviembre de 2019

Bolivia: un golpe de Estado con todas las letras




En Bolivia se ha producido un reaccionario golpe de Estado con todas las letras. Es importante seguir los acontecimientos de las últimas 48 horas para apreciar este hecho en toda su dimensión.
La renuncia de Evo Morales, desde un rincón alejado del Chapare, se produjo horas después del reclamo en ese sentido del jefe de las Fuerzas Armadas.
Las fuerzas policiales, por su parte, habían comenzado a amotinarse el viernes 8 (en Cochabamba, Sucre y Santa Cruz). Un día después, la sublevación se extendió a otras provincias. Este amotinamiento policial fue clave, según algunos medios. “A partir de ahí, el Gobierno comenzó a caer en dominó”, según El País (11/11). Se producen renuncias masivas de funcionarios del gobierno, bajo la presión abierta de los comités cívicos del derechista Luis Camacho. El ministro de minería, César Navarro, renuncia luego de que quemaran su casa en Potosí. El presidente de la Cámara de Diputados, Víctor Borda, renuncia mientras su hermano es retenido por manifestantes golpistas.
Casi en simultáneo con la salida de Evo, Camacho ingresó al Palacio Quemado “con una carta de renuncia de Morales en una mano y una Biblia en la otra” (La Nación, 11/11). Luego, “la policía quitó la ‘whipala’ [bandera indígena] de los principales edificios públicos, entre ellos el Palacio Legislativo, el Tribunal Electoral y el Comando General de Policía” (ídem). Mientras tanto, en Santa Cruz, “mandos policiales de la región rezaron de rodillas frente a la puerta de la Catedral” (ídem).
Camacho es un acaudalado empresario de Santa Cruz, un elemento ultrarreligioso vinculado a la oligarquía golpista de la Media Luna que se había levantado ya en 2008. “Tiene vínculos con Branko Marinkovic, acusado de sedición y separatismo en Santa Cruz por haber organizado y financiado una banda armada que pretendía la independencia de los departamentos de Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija” (Página 12, 11/11).
La otra pata política del golpe es Carlos Mesa, candidato opositor derrotado por Morales en las elecciones del 20 de octubre y quien fuera en su momento vicepresidente de Gonzalo Sánchez Losada, quien dejó la presidencia de Bolivia en 2003 con decenas de muertos, en medio de una insurrección popular.
Los gobiernos del Grupo de Lima, los mismos que reconocieron al golpista Juan Guaidó como presidente venezolano, son cómplices ahora del golpe en Bolivia, al que por empezar no reconocen como tal. “No están los elementos para hablar de un golpe de Estado”, dijo el canciller argentino Jorge Faurié.
El golpe en Bolivia se suma a los recientes casos de Honduras (2009), Paraguay (2012), el golpe contra Dilma Rousseff en Brasil y la asonada de Guaidó en Venezuela. La mano del imperialismo está detrás de todos estos procesos.
En las próximas horas quedará más clara la respuesta popular al golpe. Según un cable de Télam (11/11), en El Alto –próxima a La Paz- hay bloqueos de repudio al grito de “fusil, metralla, El Alto no se calla”. La Federación de Juntas Vecinales de El Alto (Fejuve) llamó a formar “comités de autodefensa” y dio un plazo de 48hs a los golpistas para abandonar el departamento de La Paz (El Salto, 11/11). Las organizaciones cocaleras también se pronunciaron contra el golpe y según medios opositores “salieron a quemar puestos policiales” en Cochabamba (Página Siete, 11/11).
Pero también es cierto que el golpismo pudo aprovechar el desgaste político de Morales (que ya en 2016 había perdido el referéndum de reforma constitucional que lo habilitaba a una nueva postulación) para armar cierta base popular. Por ejemplo, entre sectores de cooperativistas mineros.
La Central Obrera Boliviana (COB), en tanto, al inicio de la crisis llamó a “no permitir el retorno de la derecha fascista y neoliberal que busca destruir la economía de nuestro país” (Primera Fuente, 24/10). Pero este fin de semana, su secretario general Juan Carlos Huarachi llamó en una conferencia de prensa a la renuncia de Evo en nombre de la “pacificación” del país.

Crisis política

El golpe ha abierto una gran incertidumbre, dado que aquellos que deberían relevar a Morales –según el orden sucesorio- también renunciaron (vicepresidente, titulares del Senado y Diputados). En esta situación, la oposición golpista ha montado nuevas maniobras. Una vicepresidenta segunda del Senado, Jeanine Añez (de Unidad Demócrata), se autopostuló como presidenta provisional hasta que se realicen nuevas elecciones. Como paso previo, asumiría como titular del Senado, cargo que también quedó vacante.
Está por verse la consistencia del armado golpista, que reúne en su seno distintas fracciones (Mesa, los comités cívicos, las fuerzas represivas). Camacho ha planteado un gobierno de transición con la participación de la policía y las Fuerzas Armadas y nuevas elecciones. En esa variante, no queda claro si sería con la participación de Evo Morales y el MAS o la proscripción de estos. Por lo pronto, Camacho asegura que hay una “orden de aprehensión” contra Morales.

El rol de Evo Morales

Evo Morales ha jugado en la crisis un papel deslucido. En primer lugar, porque se colocó bajo el arbitrio de la OEA, un instrumento del imperialismo. Esta, finalmente, terminó por reclamar nuevas elecciones, aun sin indicios concluyentes de fraude, lo que potenció el golpe.
Y en segundo término, por el carácter de su renuncia. “Renuncio para que Mesa y Camacho no sigan maltratando a los familiares de nuestros compañeros”, dijo. Pero con su renuncia los golpistas no han hecho más que enardecerse. Evo ha evitado deliberadamente organizar la resistencia ante el golpe como gesto final hacia los grupos capitalistas.
El proceso boliviano está en plena efervesencia. Como en el caso de Venezuela, aparece planteada la necesidad de una gran campaña continental contra el golpe. Y por el triunfo de la rebelión popular en Chile.

Gustavo Montenegro

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