miércoles, 27 de noviembre de 2019

Colombia, otro “modelo” regional desenmascarado




Tras el paro general, siguen los cacerolazos y protestas

Más de 300 mil personas marcharon en Medellín el jueves 21

El histórico paro del 21 de noviembre, en que millones de personas ganaron las calles contra el paquete de reformas ajustadoras y privatistas de Iván Duque y contra la masacre de activistas sociales, ha tenido su continuidad en cacerolazos y nuevas protestas en todo el territorio colombiano. En rigor de verdad, el primero de esos cacerolazos se produjo la noche misma del paro, abarcando inclusive a barrios acomodados.
“Las joyas de la corona de la región, Chile y Colombia, demostraron que no son inmunes a los terremotos sociales”, resumió apenado, en el diario bogotano El Tiempo (24/11), el columnista Gabriel Silva Luján.
La represión criminal del gobierno, que dejó 3 muertos y cientos de heridos, durante el paro nacional, fogoneó protestas de repudio. El país se encuentra conmocionado por el caso de Dilan Cruz, un joven de 18 años que sufrió un traumatismo de cráneo durante la represión contra una marcha estudiantil por parte de la policía bogotana.
El proceso de movilización ha superado la política de contención de las direcciones sindicales. “El paro terminó (…) hoy tiene que volver la normalidad” (Clarín, 23/11), había dicho Julio Gómez, titular de la CGT, una de las centrales obreras.
El martes 26, el Comando Nacional Unitario (que reúne a las tres centrales obreras –CUT, CGT, CTC-, la Organización Nacional Indígena de Colombia –ONIC-, y las dos federaciones estudiantiles universitarias, Acrees y Unees) volverá a reunirse para examinar la posibilidad de nuevas medidas. Sin embargo, su línea es la de una mesa de concertación con el gobierno.
El 25, las protestas iban a converger con las movilizaciones por el día internacional contra la violencia hacia las mujeres.

Un gobierno reaccionario

Las movilizaciones en Colombia (precedidas por la oleada de luchas estudiantiles por mayor presupuesto) tienen la importancia de golpear a uno de los principales aliados del imperialismo yanqui en la región. Colombia se ha alineado con las provocaciones golpistas contra Venezuela y sostiene una intensa cooperación con los yanquis en materia de seguridad. A instancias de Trump, el presidente Iván Duque ha retomado la fumigación aérea de cultivos de coca con glifosato.
El reciente bombardeo de un campamento guerrillero dejó ocho niños muertos y obligó al ministro de defensa a presentar su renuncia. Unido a esto, el crimen contra dirigentes campesinos (el último en la lista es Hernán Bermúdez, de La Guajira, quien luchaba por la restitución de sus tierras, y que fue asesinado de diez balazos el sábado por cuatro hombres motorizados) termina por configurar un cuadro de recrudecimiento de la guerra en el campo, en momentos en que el “proceso de paz” naufraga y un sector disidente de las Farc retomó la lucha armada.
Uno de los motivos del hartazgo del pueblo colombiano es la masacre de activistas sociales (cerca de 400 en cuatro años) y el accionar de bandas criminales que defienden a sangre y fuego los intereses de hacendados y narcos.
El gobierno de Duque, electo hace poco más de un año, ha intentado asentarse en el poder por medio de un plan de reformas ajustadoras: una reforma laboral que instituye la contratación por horas, la elevación de la edad jubilatoria, la formación de un holding financiero con empresas estatales, la privatización de Ecopetrol, y la regimentación de la protesta social.
Pero encuentra dificultades para avanzar en este plan y viene de sufrir una fuerte derrota en las elecciones municipales, que marcaron un ascenso de candidatos independientes (Medellín) y de los verdes en Bogotá.
En estas condiciones, ha impulsado una mesa de diálogo tras las protestas que incluye a los nuevos alcaldes y gobernadores, y que podría extenderse a sectores empresarios y organizaciones sociales. El temario incluye la cuestión de la corrupción, el proceso de paz, el medio ambiente, el “crecimiento con equidad”, la educación, y el “fortalecimiento institucional”. Este tipo de mesas son ya una maniobra clásica para desviar la rebelión: las inauguró Emmanuel Macron frente a la rebelión de los chalecos amarillos, y continuaron su ejemplo Lenín Moreno en Ecuador y Sebastián Piñera en Chile.
En oposición a esta trampa, se hace necesaria la formación de asambleas populares y la profundización de las medidas de lucha hacia la huelga general que derrote al gobierno ajustador y proimperialista.

Gustavo Montenegro

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