jueves, 7 de noviembre de 2019

“El gran estallido del mundo”




Si la perspectiva es una nueva recesión, debemos prepararnos para nuevas crisis, rupturas y choques aún de orden superior.

Entre la bancarrota capitalista y los levantamientos populares

Si la perspectiva es una nueva recesión, debemos prepararnos para nuevas crisis, rupturas y choques aún de orden superior.
Así titula New York Times uno de sus artículos de cabecera. Estamos ingresando en un nuevo escenario mundial, atravesado por grandes levantamientos populares. América Latina no se sustrae a esta situación, cuyo punto culminante ha sido el Ecuador y Chile.
Estos levantamientos son inseparables de la bancarrota capitalista, que viene haciendo su trabajo implacable de topo y cuyos efectos devastadores se hacen sentir sobre las masas.

¿En qué situación estamos parados?

Una noticia a la que no se le ha dado la atención que se merece es la reciente intervención de urgencia de la Reserva Federal norteamericana, en el mercado interbancario, cuyo interés llegó a dispararse hasta el 9%. Recordemos que la crisis de liquidez de la banca yanqui precedió el crack de 2008, que estalló con el hundimiento de Lehman Brothers. Una intervención de esta naturaleza es un hecho excepcional y habla de la fragilidad del sistema financiero norteamericano, en el que sectores crecientes de la banca tropiezan con dificultades para hacer frente a retiros normales de sus clientes depositantes.
No se trata de un hecho aislado. Los síntomas de una debacle financiera, como la que se precipitó en 2008, están a flor de piel.
Durante 2019 ya hubo tres caídas de la Bolsa neoyorquina y mundial. Asistimos a un auge exponencial de los rendimientos negativos de las colocaciones financieras que han llegado a la friolera de 15 billones de dólares. El capital abandona colocaciones riesgosas y se desplaza a inversiones más seguras. Esto alimenta la fuga de capitales de la periferia y potencia la crisis de deuda y las tendencias al default que sacude a países emergentes, como Argentina.
El dato dominante es que la economía mundial avanza a una recesión, que es lo que se pretendió evitar apelando al recate del Estado.
Europa y Japón tienen un crecimiento nulo. Estados Unidos ha tenido en este último trimestre su registro más bajo desde la época Trump (1,9 por ciento) y ya se habla de que en 2020 podría haber tasas negativas, al menos en algún trimestre. La recuperación norteamericana, de la que se jacta el magnate, se ha pinchado. El dato más relevante es China, donde la desaceleración es cada vez más pronunciada.
Como telón de fondo está la crisis de sobreproducción y sobreacumulación de capitales. Las tendencias deflacionarias hoy reinantes traducen la declinación en los niveles de rentabilidad. Con excepción de algunos gigantes de la economía norteamericana (Amazon, Google, Apple, Microsoft), las corporaciones vienen sufriendo una caída en sus márgenes de beneficio, mientras crecen sus deudas, que ya ascienden a 8 billones de dólares.
Esta tendencia en la caída de la tasa de beneficio está en la base de la huelga de inversiones que se encuentra en su punto muy bajo.

Cartuchos mojados

La capacidad de hacer frente a la perspectiva de una recesión es sensiblemente inferior a la de diez años atrás. Los recursos de los Estados para rescatar el capital se han ido agotando.
La Reserva Federal ha dispuesto la tercera reducción de la tasa de interés en el año. El Banco Central Europeo (BCE) ha establecido tasas negativas, con nuevos ajustes hacia abajo. Pero estas medidas no logran reanimar sus economías.
Tanto la Reserva Federal como el BCE han resuelto iniciar su política de expansión cuantitativa-compra de activos financieros -que habían dado por concluida. El uso de ese procedimiento va de la mano de una gran emisión monetaria y provoca un creciente debilitamiento de las monedas, empezando por el dólar. Un dólar débil no es una garantía de mayor competitividad de los productos estadounidenses, pero podría provocar, en cambio, un cataclismo internacional, si se concretara un abandono de la divisa norteamericana, que es el principal medio de pago en las transacciones mundiales. Ya algunos bancos centrales se vienen desprendiendo de sus reservas en dólares y comprando oro, que es lo que explica, entre otras razones, el aumento que viene teniendo en su precio. El refugio en el oro es una señal clásica e inconfundible en la historia de los momentos excepcionales de la crisis capitalista. Esto implicaría una fractura del comercio y de la economía mundial y, por lo tanto, sería un acelerador de la recesión y de las rivalidades anticapitalistas.

Guerra comercial

El impasse capitalista alimenta la guerra comercial. El acuerdo reciente entre China y Estados Unidos es super-restringido. Los aranceles siguen en pie. Lo único que Estados Unidos ha suspendido es el aumento del 25 al 30% de los mismos, que entraba en vigencia en estas semanas. El acuerdo no cubre las acciones de Estados Unidos contra las empresas tecnológicas chinas, los subsidios estatales de las empresas chinas y la incursión del gigante asiático en la industria de alta tecnología. China acordó la compra 50.000 millones de dólares adicionales de productos agrícolas estadounidenses. Aún así, sigue estando por debajo de los niveles previos a que estallara el conflicto comercial.
Si la perspectiva es una nueva recesión, debemos prepararnos para nuevas crisis, rupturas y choques aún de orden superior. Un anticipo es la devaluación del yuan a la que ha apelado China. Estamos entrando en un escenario de devaluaciones competitivas, que ahondarían más las tendencias proteccionistas y conducirían a un dislocamiento de la economía mundial. Esto es lo que está en la base del fracaso de las devaluaciones ya realizadas en Argentina, y son un aviso de los límites insalvables de la política devaluacionista que alienta Fernández.
Lejos de sus efectos benéficos, lo que ha primado con la guerra comercial son sus consecuencias negativas en Estados Unidos: aumentos de los precios al consumidor y de los costos industriales por el encarecimiento de los productos importados y el cierre de mercados, empezando por el agrícola. Esto ha despertado una tensión creciente entre el gobierno y franjas crecientes de la clase capitalista que plantean poner un freno a la guerra comercial.
En China, a su turno, la devaluación del yuan es un arma de doble filo, pues encarece la deuda nominada en dólares de las empresas locales estatales y privadas, que ya se encuentran en serios aprietos financieros y podría disparar una nueva huida de capitales, como ya ocurrió en 2016 cuando la fuga en un lapso muy corto de tiempo alcanzó la friolera de 750.000 millones de dólares.
El régimen chino dio señales de avanzar hacia una apertura de su economía. La noticia, sin embargo, que tomó estado público un mes atrás, ordenando la incorporación de funcionarios del régimen a cien empresas privadas, incluida Alibaba, indicaría un volantazo. La burocracia china mira con recelo a la elite empresaria que está tomando cada vez más vuelo propio.
El régimen bonapartista de Xi Jinping, al cual se le han conferido facultades excepcionales al habilitársele la reelección indefinida, está obligado a conciliar la tendencia a la autonomía de sus proto-capitalistas con la necesidad de contener la desintegración del Estado. Las ex economías estatizadas han incorporado a sus contradicciones autárquicas, las más violentas aún, de la economía mundial.

América latina

Según los pronósticos de la Cepal y el FMI el crecimiento de Latinoamérica será del 0,3%. Esto es consecuencia directa de la caída de los precios de las materias primas (soja, petróleo, minerales, etc.), que constituye el grueso de las exportaciones latinoamericanas; de la recesión y del freno del comercio mundial, agravado por las guerras económicas entre Estados Unidos y la Unión Europea y China; del encarecimiento del crédito y las fugas de capitales hacia las metrópolis imperialistas. Y, sobre ello, el peso agobiante de las deudas externas.
Que Chile sea uno de los puntos más altos de la rebelión popular es emblemático, pues era considerado por la burguesía como un “oasis” y el "modelo" a imitar. No ha escapado, tampoco, a los coletazos de la crisis mundial: caída de los precios del cobre, desaceleración de su economía, fenomenal peso del pago de los intereses de la deuda externa. Este deterioro fue comiendo también los ingresos fiscales.
Importa señalar que los ajustes de cuño fondomonetarista, ya sea con el acuerdo formal o no del FMI, han sido llevados adelante por gobiernos que se reclaman derechistas (como el de Macri en Argentina o Bolsonaro en Brasil), pero también por los nacionales y populares (como el de Lenín Moreno en Ecuador, el sandinista Daniel Ortega en Nicaragua, Evo Morales en Bolivia o el Frente Amplio en Uruguay). Esto habla de las limitaciones insalvables del nacionalismo burgués y del progresismo que, impotente para dar una respuesta y una salida frente a las tendencias dislocadoras de la bancarrota capitalista, termina cediendo a las presiones y la extorsión del capital financiero. Esto conduce a una desorganización y descalabro económico y a penurias inauditas para las masas y abre paso a la reacción derechista.
Esta nueva etapa coloca en el orden del día en Latinoamérica -y podemos afirmar a escala internacional- la consigna que venimos impulsando en Argentina: que la crisis capitalista la paguen los capitalistas, lo que plantea derrotar y poner fin a estos regímenes responsables de este calvario y abrir paso a una salida política en la que los explotados sean los protagonistas: la lucha por gobiernos de trabajadores.

Pablo Heller

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