miércoles, 24 de julio de 2019
Por qué se recalienta la persecución de Trump a la inmigración
Manifestantes reclaman el cierre de los centros de detención y rechazan la separación de padres y niños migrantes
El domingo 14 de julio el gobierno norteamericano ejecutó una redada antiinmigrante en nueve de las principales ciudades estadounidenses. Para ello instruyó a la ICE, rama del Departamento de Seguridad Nacional dedicada a la inmigración y las aduanas, a capturar “2.000 inmigrantes irregulares que, pese a haber recibido una orden de detención, permanecen en el país norteamericano” (elpais.com, 14/7). Muchos comentaristas destacaron que la acción estatal no implica novedad alguna, pues la “ICE realizó el pasado año unas 250.000 expulsiones” (ídem). Los gobernadores de los estados implicados el pasado domingo, casi todos pertenecientes al Partido Demócrata, realizaron una campaña demagógica de oposición a los arrestos, ofreciendo asistencia inocua al estilo de “consejos legales a los inmigrantes”. Su hipocresía debería ser desenmascarada, pues “el récord [de expulsiones] es de 410.000 indocumentados en 2012 con Barack Obama” (ídem).
¿Cuál es, entonces, la noticia -además del horror cotidiano de deportaciones en masa-? Sucede que Trump desenvolvió una intensa campaña previa, anunciando esta medida en forma sistemática durante varias semanas. Las amenazas constantes a la inmigración irregular, que es masiva en EEUU (se estima en 10,5 millones de personas), cumplieron la función de aterrorizar a esa franja de la población. Semejante nivel de regimentación refuerza la función que cumple para el capital ese sector de la clase trabajadora: mano de obra barata y desprotegida que presiona hacia abajo las condiciones del conjunto. Un sector de la burguesía yanqui, de hecho, se opone a las bravatas expulsivas de Trump precisamente porque se vale de esa mano de obra migrante (como las tecnológicas). Al mismo tiempo, Trump hace de la demagogia fascistizante respecto de la inmigración un tema central de campaña política. De hecho, esta semana desarrolló los primeros actos públicos hacia el objetivo de ser reelegido en 2020 y agitó al auditorio con bravuconadas contra cuatro congresistas demócratas, obteniendo como respuesta por parte del público el grito de “envíalas de vuelta”. El “regreso a sus países” de las diputadas lo había propuesto Trump en twitter. Estas parlamentarias del ala izquierda demócrata son obviamente norteamericanas, pero de ascendencia latina o árabe. El energúmeno que ocupa la presencia del principal país imperialista no solo “junta votos” con la misoginia y xenofobia explícita; actúa conscientemente para reforzar la división de la clase obrera, necesaria para que la burguesía imponga su opresión en toda la línea. Al día siguiente, el gobierno yanqui presentó un proyecto de ley para endurecer las condiciones de ingreso al país.
Más que “desviar la atención”
Indudablemente, la crisis con la inmigración no puede reducirse a “un operativo distraccionista”. Se trata de una catástrofe colosal, que tiene carácter internacional, como lo ilustró el barco al mando de Carola Rackete que desafió al gobierno fascistizante de Mateo Salvini en Italia hace pocas semanas. Estamos en presencia de un régimen social incapaz de garantizar las condiciones más elementales de vida para millones, que deben desplazarse forzosamente frente a las guerras, la destrucción y la miseria. Los países imperialistas que bloquean el ingreso de los migrantes son principales responsables de las crisis que empujan esa movilización masiva de población. En el caso de EEUU, la mayor parte de personas llega desde una Centroamérica devastada tras décadas de sumisión total al imperialismo. Aun de distinto signo político, los gobiernos latinoamericanos han sido incapaces de cualquier posición independiente frente a la política de agravios a sus ciudadanos por parte de Trump. Por caso México, cuyo presidente es el “progresista” Andrés Manuel López Obrador, capituló recientemente ante EEUU tras las amenazas de subir aranceles, y firmó un acuerdo que “elevó en un 33% las deportaciones, hasta las 21.912 expulsiones, lo que supuso la cifra más alta desde 2006” (elpais.com, 11/7). No obstante, también es cierto que en la campaña política de Trump las arengas derechistas son un intento de gambetear las profundas contradicciones de la situación económica. Mientras el magnate se vanagloria de haber bajado el desempleo a niveles mínimos y de promover un crecimiento económico ininterrumpido “único en la historia”, las tendencias profundas de la crisis muestran la precariedad de la situación. Desde el punto de vista inmediato de los trabajadores, los salarios no han crecido; a la vez, los empleos aun más desprotegidos que en el pasado, sí. Al mismo tiempo, la perspectiva de una recesión es presentada en forma abierta, y la guerra comercial profundiza desequilibrios de la economía mundial sin redundar en los beneficios pretendidos por la burguesía imperialista. El muro de Trump, que aún no se concreta, debería servir para contener mucho más que migrantes.
Por una salida de la clase obrera a la catástrofe migratoria
En Estados Unidos hubieron movilizaciones, algunas de ellas masivas, que “han exigido el cierre de los centros de detención y que el gobierno dé marcha atrás con su plan de detener a los migrantes cuya documentación es irregular” (Clarín, 13/7). Sería positivo desarrollarlas mediante una participación de la clase obrera y sus organizaciones, que hasta el momento no intervienen como tales. Es preciso levantar la bandera de la solidaridad incondicional con los migrantes; el rechazo a los arrestos, las deportaciones y la represión; el reclamo de plenos derechos ciudadanos para los 10,5 millones de “irregulares”, que viven y trabajan en EEUU; el reparto de las horas de trabajo disponibles sin afectar el salario, entre otras medidas. La Unidad Socialista de América se contrapone con la barbarie capitalista que degrada a la humanidad a los peores tormentos en nombre de algo tan absurdo como las fronteras.
Alejandro Lipco
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