lunes, 1 de julio de 2019

Peronismo, política y clase obrera




La experiencia de los dos primeros gobiernos, las condiciones en las que emerge y la crisis de 1952. ¿Es posible la conciliación entre capital y trabajo? ¿El peronismo representa los intereses de los trabajadores?

Perón (1946-1952)

Todo fenómeno político nacional transcurre condicionado por factores de alcance internacional que, entre otras determinaciones, juegan un papel clave en su desarrollo y definiciones. Cómo imaginar la estabilidad del gobierno de Menem sin tener en cuenta el proceso de restauración política y económica de los años noventa, ahí estuvo el Consenso de Washington para confirmarlo. O más cercano, el gobierno de Kirchner sin el boom de las commodities (2003-2014) durante sus mandatos.
Entonces, el primer aspecto a considerar para entender el peronismo, es situarlo históricamente. Emerge en el contexto de la configuración de un nuevo equilibrio internacional, el ya no más del dominio británico, la emergencia del norteamericano y la aparición de la URSS como la nueva potencia mundial victoriosa sobre el fascismo, vistiendo el espectro del comunismo. Este interregno de inestabilidad geopolítica y excepcionalidad económica que se extiende hasta finales de los 40, otorgó márgenes de autonomía que el peronismo en sus orígenes supo hacer jugar a su favor y sobre los que construyó su épica antiimperialista y popular.
La neutralidad que el país había sostenido ante la Segunda Guerra Mundial se había transformado en un punto de conflicto al interior de la burguesía nacional, especialmente después de 1941 cuando EEUU ingresa efectivamente en la guerra y presiona por el alineamiento del país contra el Eje. El golpe militar de Junio de 1943 evitó ese giro copernicano -solo declaró la guerra al eje en 1945 cuando las cartas estaban echadas-, mantuvo una neutralidad que de facto favorecía al frente británico y a los grupos nacionales, la burguesía terrateniente, vinculada al imperio.

4 de junio de 1946, Juan Domingo Perón asume como presidente.

En ese contexto se sitúa la emergencia del peronismo, “podemos decir que –producto de las contradicciones en las que aparece– el peronismo surgió y se afirmó “apoyándose” en la vieja estructura económica argentina y en oposición a la ofensiva del imperialismo norteamericano, aprovechando las brechas abiertas por la competencia interimperialista para lograr una ubicación más favorable en la división internacional del trabajo y una mayor autonomía del país”, [1] adoptando medidas económicas y políticas que no cuestionaron la estructura dependiente.
Frente al avance del imperialismo norteamericano y el debilitamiento del inglés, una política que resistiera las presiones imperialistas necesitaba de la acción integral de las fuerzas vivas de la sociedad. La debilidad de la burguesía nacional, característica propia de los países dependientes o semicoloniales, la condicionó como factor decisivo para tal empresa. Perón recurrió al apoyo de la clase obrera y los sindicatos como fortalezas, “maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros”, [2] en un equilibrio inestable entre las clases, dando origen a un régimen que puede definirse como bonapartismo “sui generis”.
Desde su paso por la Secretaria de Trabajo y Previsión, en el gobierno del golpe de 1943, Perón había elaborado los decretos que pusieron en marcha una nueva política social - otorgando importantes conquistas que formaron parte de las reivindicaciones del movimiento obrero desde finales del siglo XIX - que combinó contención y disciplinamiento: impulsó la sindicalización y el reconocimiento de los sindicatos por rama, aunque con una política represiva sobre los dirigentes opositores y combativos; la creación de los Tribunales de Trabajo para el control de las condiciones laborales; la promulgación de una ley de jubilaciones y el Estatuto para el peón del campo en 1944. Desde 1945 se fijaron vacaciones pagas, aguinaldo y una nueva normativa de estabilidad laboral. No menos importante, ese mismo año diseñó el decreto 23.852, más tarde Ley de Asociaciones Profesionales, por el que el Estado reconocía al “sindicato interlocutor” válido en las negociaciones, favoreciendo la cooptación de sus dirigentes, la injerencia y el control del Estado sobre las organizaciones obreras. Y ya como presidente, Perón propició el aumento de los salarios reales y el pleno empleo. [3]
Aunque los cambios internacionales provocaron realineamientos internos, éstos no se tradujeron en crisis abierta pues la excepcionalidad de la guerra - las arcas del Estado parecían desbordar de reservas a causa de la imposibilidad de importar bienes, el alza de la demanda y de los precios internacionales de los productos agropecuarios - le permitió en el terreno económico superávit en todas las áreas comerciales, lo que facilitó una política de concesiones. Nadie mejor que Perón para explicarlo “(...) Señores capitalistas, no se asusten de mi sindicalismo, nunca mejor que ahora estará seguro el capitalismo, ya que yo también lo soy, porque tengo estancia y en ella operarios. Lo que quiero es organizar estatalmente a los trabajadores, para que el Estado los dirija y les marque rumbos...” ("Discurso pronunciado por Juan Domingo Perón en la Bolsa de Comercio”, 25 de agosto de 1944).
Característica de esta etapa fue también el mayor intervencionismo estatal, que en Europa se expresó como Estado benefactor, aquí una de sus manifestaciones fue la creación del IAPI; las nacionalizaciones, como la del Banco Central y la formación de empresas estatales en áreas de servicios como la Empresa Nacional de Energía, Yacimientos Carboníferos Fiscales o Gas del Estado, entre otras.

Perón y la clase obrera

La política hacia la clase obrera del régimen peronista debe entenderse en este doble juego: saldar la debilidad burguesa, apoyándose en el proletariado para resistir la ofensiva imperialista, y controlar a la clase obrera que, ahora más numerosa y extensiva, contaba con una larga tradición de lucha. La jornada del 17 de octubre de 1945 había provocado un cambio en la situación política del país y la creación del partido Laborista, semanas después, por iniciativa de sectores del sindicalismo expresaron la fuerza social del movimiento obrero que irrumpía en la escena nacional, mostrando además su voluntad de conservar y ampliar las conquistas que había obtenido.
La política de Perón buscaba evitar además que se contagiara la “marea comunista” del fin de la guerra. No era especulación. La tradición argentina guardaba ejemplos de combatividad y el escenario de la posguerra no excluía su irrupción radicalizada. Así había ocurrido en 1918-19, cuando la agitación obrera había llegado a la calle o en los años recientes, la huelga general los trabajadores de la construcción de 1936.
La seguridad del orden interno (burgués) era vital y hacerlo sólo por la fuerza atentaba su durabilidad. En un régimen antiobrero que los excluía, como el de la Década Infame, Perón apostó a incorporar a los trabajadores a la república burguesa, institucionalizarlos como “ciudadanos-obreros” (Horowicz). No fue por azar que la Constitución peronista de 1949, cuyo preámbulo repetía la fórmula “constituir una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”, le concediera derechos civiles y sociales pero no mencionara el derecho de huelga, elemental para su defensa como clase.
La política del peronismo significó el reconocimiento de la potencialidad de la lucha obrera y en ese mismo acto, la clausura de sus tradiciones políticas e ideológicas previas, el fin de su autonomía e independencia política. Este disciplinamiento se dio bajo la forma de un partido encabezado por el coronel y por abajo, un movimiento de la clase obrera como base de sustentación, “su columna vertebral”. La consagración de Perón como líder, a lo que contribuyeron también la política antipopular y errática de las organizaciones obreras (socialistas y comunistas), [4] permitieron su subordinación a un movimiento nacionalista burgués, sostenido en la cooptación y estatización de las organizaciones sindicales. De modo que la alianza del “pueblo peronista” y su líder cuestionaba a la clase obrera como sujeto político capaz de reconocerse y hegemonizar la lucha emancipatoria junto a sus aliados y las tareas de liberación nacional. No es poco.

Perón (1952-1955)

A comienzos de la década del 50 cambia el escenario internacional. Estados Unidos se convirtió en el imperialismo hegemónico a la salida de la Guerra optando por una política de estabilización económica de Europa (Plan Marshall) y política (acuerdos de Yalta y Postdam) con la Unión Soviética. En América Latina el fin de la Guerra y el triunfo norteamericano significaron el fin del impasse anterior y la vuelta a su injerencia abierta.
A partir de 1949 la economía argentina entró en crisis, marcada por la caída de las exportaciones a Europa y la producción agropecuaria y con ella, la escasez de las divisas necesarias para importar equipos y bienes en un mercado industrial altamente dependiente. Las condiciones excepcionales que habían permitido una relativa autonomía se deterioraron ante los comienzos de la crisis. El juego de maniobras que Perón había utilizado durante su primer gobierno, y había contribuido a su liturgia nacionalista, se disiparon. El recetario peronista volvía a las fuentes clásicas de las cobardes burguesías nacionales: sumisión al capital extranjero y ajuste sobre los trabajadores y el pueblo. Veamos.
A partir de 1952, el gobierno entró en una nueva etapa. Perón recurrió al endeudamiento externo, especialmente con Estados Unidos, convertido en el principal inversor extranjero y proveedor en los rubros de maquinarias y vehículos. Se sancionó la ley de inversiones extranjeras (1953) que establecía un trato igualitario entre compañías nacionales y foráneas. La nueva orientación, por ejemplo, facilitó las negociaciones con la petrolera Standard Oil de California.
Su plan de estabilización económica se resolvió por la decisión de reducir el gasto público y el ajuste sobre los salarios, la prórroga de la vigencia de los contratos de trabajo. Se creó la Comisión Nacional de Precios y Salarios para vincular salarios a la productividad. Perón intentó imponer las necesidades del capital extranjero y nacional contra las conquistas que los trabajadores habían logrado, pero fracasó, aumentando la crisis política y enfrentando un aumento de la conflictividad social, que demostraba que los trabajadores no estaban dispuestos a perder conquistas y en la que las comisiones internas y los cuerpos de delegados cumplieron un rol central.
Se preparan las condiciones para el golpe. Con apoyo de Estados Unidos, los capitalistas inclinan la balanza hacia esa salida golpista en septiembre de 1955. Con la excusa de evitar un derramamiento de sangre, Perón decidió no enfrentarlo y huyó para salvar a su clase. Como señala Horowicz, refiriéndose al general que dio el golpe: “Lonardi [general al frente del golpe que derrocó a Perón] instrumentó un buen número de estratagemas que, en el mejor de los casos, debieron permitirle liberar una batalla pero de ningún modo alcanzar la victoria. Es decir: más que las dotes militares de Lonardi, más que en el arrojo de sus oficiales (...) la victoria se asienta en un solo punto: la decisión de Perón de no combatir”. (Horowicz, Los cuatro peronismos). Negándose a armar al pueblo, cuando a pesar de su líder comenzaba la resistencia a la embestida, Perón demostró ser el mejor garante del orden burgués.

Clase obrera, partido y movimiento

La persistencia del peronismo ha sido y es un problema político estratégico para quienes consideramos que otra sociedad es posible, que la argentina capitalista solo tiene como promesa mayores desigualdades y penurias para las grandes mayorías. Es que si la clase trabajadora en la lucha por sus reivindicaciones y experiencias, se constituye en clase para sí, como diría Marx, aún sigue siendo una clase “de la sociedad burguesa”, pues la lucha de “clase contra clase” es política. Es en este sentido que el peronismo como movimiento burgués ha aportado a la burguesía un gran legado: la impostura de postularse como representante de los intereses de la clase obrera.
Ha reemplazado la lucha de clases por la conciliación posible del capital y el trabajo y la ilusión de que este Estado (burgués) puede expresar la voluntad del pueblo. Envoltura de su verdadera esencia, la del partido del Orden, el que controla las tendencias a la insubordinación obrera y popular, sea por el consenso o la represión, en épocas de vacas gordas o, especialmente, de crisis. Será en la etapa abierta por el Cordobazo en la Argentina, que el peronismo muestre abiertamente este rol. Perón retorna del exilio en 1973 para desviar la radicalización y el poderoso ascenso de la clase trabajadora, apelando incluso al accionar de la Triple A. Su muerte anticipada al frente de su tercer gobierno y luego el golpe, interrumpieron la experiencia de los trabajadores con esa corriente.
En la actualidad, el peronismo aunque sin la épica de sus orígenes “conjura en su auxilio los espíritus del pasado, toman sus nombres de guerra, su ropaje” como diría Marx, para volver al gobierno aunque ensayando otros relatos, como el de enfrentar la crisis social por medio del voto (“hay 2019”) y del “nunca menos” al “es lo que hay” como expresión de una política de pasivización. Pero esa es la apuesta del país capitalista. La perspectiva actual está lejos de la coyuntura del 46, ni tan siquiera la del kirchnerismo en términos económicos.
En medio del desarrollo de la nueva crisis económica, política y social, se presenta una nueva oportunidad de superar esta dirección burguesa de la clase obrera, que ha impedido en cada uno de los saqueos (golpe genocida, hiperinflación, 2001) que la clase obrera imponga su salida emancipatoria. Los pasos que viene dando la izquierda anticapitalista y socialista, que se opone al nuevo pacto de coloniaje del FMI, que se delimita de los gobiernos burgueses y todos sus representantes políticos, apuesta a confluir con la vanguardia obrera y popular en el nuevo escenario que se irá configurando. En el protagonismo de los sindicatos, el desgaste de la burocracia sindical, la persistente y masiva pelea del movimiento de las mujeres y la explosividad de una nueva clase obrera feminizada, precarizada y juvenil están los cimientos para superar las tradiciones burguesas en las filas del movimiento obrero. Las grandes batallas de clase aún están por venir.

Liliana O. Caló
Lunes 1ro de julio | 00:00

[1] Alicia Rojo en Cien años de historia obrera 1870-1969. Una visión marxista de los orígenes a la Resistencia, Buenos Aires, Ediciones IPS, p. 299, www.edicionesips.com.ar
[2] León Trotsky, “La industria nacionalizada y la administración obrera”, Escritos Latinoamericanos. En México (1937-40), Ediciones IPS-CEIP León Trotsky Museo Casa León Trotsky
[3] La reivindicada industrialización de su primera presidencia, se basó en mantener y ampliar la estructura económica de “sustitución de importaciones” heredada de la crisis de los 30 y las restricciones que impuso la Guerra, en industrias no derivadas de la actividad primaria como textil, caucho, maquinaria, vidrio, siderúrgica y petroquímica y la modernización agropecuaria, en lo que el marxista Milcíades Peña llamó de “pseudo-industrialización” del país, que junto al estímulo de su reforma crediticia, moderaron los reclamos de los grupos financieros (ligados al campo) e industriales que promovían el acercamiento al imperialismo norteamericano, necesitados de insumos y capital.
[4] En las elecciones de 1946, tanto el PS como el PC integran la derrotada fórmula de la Unión Democrática (conformada además por la UCR, el Partido Demócrata Progresista, sectores conservadores y el apoyo de la embajada norteamericana) siguiendo la orientación estalinista de los frentes populares del momento.

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