lunes, 21 de enero de 2019

La profunda crisis detrás del Brexit




Por estos días el Reino Unido está sumido en el caos. La derrota del plan de salida negociada de la Unión Europea dejó al gobierno conservador de Theresa May pendiente de un hilo y a su partido al borde de la fractura.

¿Brexit o no Brexit? Esa es la cuestión. El dilema shakesperiano parece más actual que nunca. Por estos días el Reino Unido está sumido en el caos. La derrota del plan de salida negociada de la Unión Europea, conocido como “soft Brexit”, dejó al gobierno conservador de Theresa May pendiente de un hilo y a su partido al borde de la fractura. May sobrevivió un voto de no confianza. Pero no le sobra nada.
El calendario indica que quedan poco más de dos meses para el 29 de marzo, el plazo máximo para concretar el divorcio del Reino Unido del bloque europeo, previsto por el Artículo 50 del Tratado de Lisboa. Pero nadie puede decir con certeza si se va a un “hard brexit” –el escenario más temido tanto para la gran burguesía británica como para la propia Unión Europea-, o si se reabrirá una negociación con la Unión Europea y menos aún, si se lograría un consenso en un panorama en el que prima la tendencia a los extremos.
El triunfo inesperado del “leave” en el referéndum de junio de 2016 puso al partido histórico de la clase dominante ante la tarea de llevar adelante el divorcio de la UE, de la cual el capitalismo británico se ha vuelto cada vez más dependiente. Esta derrota autoinfligida dejó planteada una contradicción de la que prácticamente es imposible salir indemne, como muestra el periplo de Theresa May.
Detrás de la derrota del “soft Brexit” de May, que en los hechos implicaba irse a medias de la UE, es imposible no ver la mano de Donald Trump, que aprovecha la buena sintonía con los “brexiters” más duros para redoblar su política hostil hacia el bloque europeo. De hecho Steve Bannon, ideólogo y estratega del “trumpismo”, ha tratado de establecer su propio proyecto político (The Movement) en varios países de la UE con el objetivo de brindar servicios de consultoría electoral los partidos euroescépticos de la extrema derecha para las elecciones del Parlamento Europeo que se realizarán en mayo.
Para decirlo con categorías teóricas, el Reino Unido es uno de los países centrales donde la crisis capitalista de 2008 se ha transformado en crisis orgánica abierta.
Hay al menos tres dimensiones centrales que muestran la profundidad de esta crisis.
La primera es de carácter económico y geopolítico. Desde la década de 1970, y sobre todo desde los años de Margaret Thatcher, la clase dominante británica asumió que tenía que insertarse en el marco común europeo, lo que no solo reportaba beneficios económicos sino que también, junto con la alianza estratégica con Estados Unidos, permitía disimular el estatus de potencia decadente.
Durante décadas el Reino Unido gozó de un extraño privilegio de estar fuera/dentro, fuera de la eurozona y dentro del proceso político y económico de la UE. Esto tuvo consecuencias mixtas: porque aumentó la dependencia con respecto a los mercados europeos, pero a la vez fue funcional a la reconversión thatcherista hacia una economía basada en los servicios y las finanzas. Por lo que se dio la situación relativamente anómala de que, a pesar de no haber adoptado el euro, la City de Londres fue la principal plaza financiera de la UE.
Esta ubicación "ideal" del capitalismo británico es lo que no va más, como parte de la tendencia más general de agotamiento de la globalización neoliberal.
Algunos funcionarios tories trasnochados aún ven en el Brexit la vía para reflotar el viejo imperio británico. Tal el caso del secretario de defensa, Gavin Williamson que en una entrevista aparecida en el diario Telegraph dijo que este era el “mejor momento” desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (¿cómo serán los peores?) y que liberado de la tutela de Bruselas, Gran Bretaña volvería a jugar un rol central en la escena mundial, e incluso abriría nuevas bases militares en el Caribe y el Sudeste asiático.
Pero esta nostalgia imperial está muy lejos del peso menor que hoy tiene el Reino Unido en la economía y la geopolítica mundial. Por eso los analistas más lúcidos comparan la crisis abierta con el Brexit con el momento de la guerra del Canal de Suez de 1954. La negociación humillante a la que la UE sometió al Reino Unido parece el equivalente al baño de realidad que la política de Estados Unidos le propinó en ese momento y que fue una toma de conciencia instantánea de que la decadencia británica era irreversible.
La segunda dimensión hace a la unidad estatal. Alguna variante de “hard Brexit” cuya expresión extrema es la ruptura si ningún acuerdo, casi inevitablemente reactivaría el independentismo escocés. Como se sabe, Escocia votó abrumadoramente a favor de permanecer en la UE y ya ha anunciado que convocaría a un segundo referéndum por la independencia.
El otro gran fantasma es el resurgimiento del conflicto con Irlanda del Norte. El plan derrotado de Theresa May contemplaba un mecanismo, llamado “backstop”, que dicho sencillamente permitía mantener abierta la frontera entre Irlanda del Norte y la república de Irlanda, que es miembro de la UE. Justamente este era uno de los puntos más cuestionados por los “brexiters” más duros y le costó a May la alianza de gobierno con el reaccionario Partido Democrático Unionista irlandés.
La tercera es la dimensión política. En lo inmediato, la crisis más aguda es del partido conservador. May está intentando la cuadratura del círculo, esto es, encontrar alguna fórmula de acuerdo con la UE y, a la vez, mantener la unidad de los tories. Esto por ahora parece misión imposible. Es verdad que el límite del partido conservador fue evitar la caída de May y darle así un triunfo al Partido Laborista, pero la tendencia que prima es a profundizar la polarización y la fractura.
El laborismo bajo el liderazgo de Jeremy Corbyn, ha capitalizado la crisis de los conservadores. Pero incluso dando por superada la crisis del blairismo, está bajo una presión considerable.
En el referéndum de 2016 Jeremy Corbyn votó a favor del "remain" con la nariz tapada, prácticamente no hizo campaña, y es sabido que su sensibilidad lo ubica en la tradición euroescéptica de izquierda que históricamente tuvo el Partido Laborista. Su base electoral es transversal: un afluente es la juventud organizada en Momentum, abrumadoramente pro UE y reacciona contra la xenofobia, las políticas antiinmigrantes y anti refugiados que hegemonizaron el Brexit a través de partidos de extrema derecha como el UKIP. Pero el otro afluente de votos para el laborismo viene de los sectores populares que votaron mayoritariamente por el “leave”, lo que le permitió al laborismo ganar en distritos donde había ganado el UKIP y en los que se había impuesto el Brexit.
Hasta ahora Corbyn ha logrado resistir con éxito la enorme presión de su base progresista-liberal para que se pronuncie por un segundo referéndum y se ha concentrado en tratar de desplazar a May, pero con la perspectiva de elecciones anticipadas por ahora fuera de la agenda, la demanda de someter el Brexit a una nueva votación puede volver con más fuerza y dividir las filas laboristas.
La UE que por ahora mantiene una ventaja en la negociación e intenta imponer sus términos, también sentiría el impacto del retiro caótico de Gran Bretaña. Hay señales de que podría extender el plazo más allá del 29 de marzo para darle tiempo a May para renegociar otro acuerdo que tenga respaldo parlamentario. Pero ese resultado no está garantizado de ninguna manera. Además los plazos se agotan porque para mayo, cuando se realizarán las elecciones al Parlamento Europeo, la situación británica tendría que estar resuelta.
Aunque sería la peor opción para la estabilidad burguesa, no puede descartarse que termine precipitándose una salida no negociada. Sin dudas un “hard Brexit” sería una mala noticia para el bloque europeo, que viene siendo cuestionado por la emergencia generalizada de formaciones de extrema derecha y atraviesa una crisis de liderazgo con el agotamiento del ciclo de Ángela Merkel en Alemania y la crisis de Emmanuel Macron en Francia. Ninguna salida parece sencilla. Lo interesante es si la crisis de los de arriba acelera la experiencia de una nueva generación que ha despertado por izquierda a la vida política con la certeza de que el capitalismo tiene poco y nada que ofrecer.

Claudia Cinatti

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