martes, 1 de enero de 2019
Bolsonaro inaugura rodeado de carros blindados
El 1° de enero se inaugura el período presidencial de Jair Bolsonaro. Hace dieciséis años el arribo de Lula Da Silva fue interpretado también como un viraje en la historia política de Brasil. Entre uno y otro acontecimiento sobresale un hilo conductor estratégico por encima de la evidente diferencia de las tentativas políticas entre uno y otro. Lula llegó al gobierno en el marco de la enorme sacudida que desató la crisis asiática de 1997, que luego de pasar por Rusia se alojó en Sudamérica con las devaluaciones del real brasileño y de los pesos de Argentina y Uruguay, y el derrumbe de la convertibilidad. Desde entonces la crisis capitalista internacional ha escalado varios peldaños; 2018 cierra con caídas bursátiles enormes y por sobre todo con otros episodios decisivos como lo son la desintegración de la Unión Europea, que se manifiesta en el impasse del Brexit, en la bancarrota próxima de Italia y en la rebeldía popular en Francia y Hungría contra los planes de ajuste. El FMI pronostica un retroceso económico para el año que se inicia, que bordea la recesión, con un epicentro en China. En América Latina prosigue la presión de la fuga de capitales, en tanto que en el plano político el gobierno macrista camino por el precipicio en Argentina y los partidos tradicionales de México acaban de sufrir una rotunda paliza a manos de una fuerza emergente de características nacionalistas y populistas, que encabeza López Obrador. Al igual que la experiencia petista, la de Bolsonaro debe encuadrarse en la perspectiva de un desarrollo mayor de la crisis mundial.
Lula y Bolsonaro
Bolsonaro y Lula se encuentran entrelazados también por una relación contradictoria. A nadie se le escapa, a esta altura del desarrollo de la crisis política en Brasil, que la victoria de esta mediocridad fascistizante que es Bolsonaro, es un resultado del fracaso de la tentativa política petista. En la década y media de gobiernos encabezados por el PT, el régimen capitalista no fue afectado en lo más mínimo – todo lo contrario. Brasil abrió las puertas a un ingreso gigantesco de capitales internacionales, que bombearon la economía nacional a fuerza de un endeudamiento gigantesco – internacional como interno. La ‘redistribución del ingreso’ resultó una farsa porque fue financiada por los mismos contribuyentes, de ningún modo a costa del capital. En este período debutó la ‘reforma previsional’ que Bolsonaro pretende llevar ahora a sus últimas consecuencias. Cuando el viento de cola comenzó a amainar, la crisis resultante fue endilgada a los trabajadores, con políticas de ajuste. En el jolgorio de los grandes negocios capitalistas, la cúpula petista se adjudicó coimas diversas y millonarias junto a sus aliados políticos patronales, ya que en todo momento el PT gobernó en coalición con ellos, o sea que careció la más mínima independencia de clase. La consigna de bautismo del PT – “trabalhador vota trabalhador” – se hizo añicos. Fueron estos gobiernos de coalición los que re-introdujeron a las fuerzas armadas en la política brasileña, al asignarles la “lucha contra el narcotráfico”. Ignorando este balance político, aparecen ahora los académicos de ocasión que atribuyen el ascenso de Bolsonaro a una suerte de derechización ciudadana. Cuando se agote esta experiencia encontrarán otra fórmula de paso para continuar con esta manipulación ideológica.
Ajustador y reaccionario
El gabinete que ha designado Bolsonaro es el más reaccionario de la historia de Brasil. No solamente tiene más ministros militares que los que albergó el gobierno del golpe militar de 1964, sino que las otras carteras están ocupadas por fascistas conscientes o disimulados. El centro de gravitación lo ocupa, sin embargo, el ministro de Economía, Julio Guedes, un ‘liberal’, como ya ocurriera en el pasado con la mayoría de las dictaduras que conoció América Latina. El ministerio de Guedes equivale a un gobierno paralelo, debido a la cantidad de ministerios que se han puesto bajo su mando – Producción, Comercio, Trasporte, Trabajo y otros. Como advirtió un columnista muy leído del Financial Times, el desafío fundamental de Guedes es desmantelar el régimen de previsión social y establecer un sistema de capitalización – no alcanza con recaudar u$s200 mil millones de dólares por privatizaciones, que luego se esfumarán por el despilfarro estatal. El empeño en ese desmantelamiento constituirá, sin duda, ‘la madre de todas las batallas’ del próximo gobierno. Guedes se propone, asimismo, quebrar el sistema de protección comercial de la industria, para abrir paso al capital internacional. Este ministro es una suerte de adversario del ‘círculo rojo’, como denominan en Argentina a la ‘patria contratista’, con la finalidad de reforzar la acumulación capitalista a través del llamado “mercado de capitales”. Desde el ascenso del gobierno de Temer, la privatización del petróleo ha avanzado mucho, en especial por la apertura de las licitaciones al capital extranjero. De acuerdo a los medios de comunicación, el alto mando militar admitiría la privatización de las empresas satélites de Petrobrás, pero no ella misma. Es lo que parece ocurrir con la ‘joya’ industrial brasileña, la aeronáutica Embraer, que privatizaría en forma parcial su sector comercial.
En materia laboral, el choque que se avecina no es menos decisivo, porque la reforma ya aprobada por el Congreso, tiene por delante la aplicación en los grandes conglomerados económicos, donde se encuentran vigentes los convenios colectivos. El “contrato individual” y el “trabajo intermitente” colisiona con los derechos de los trabajadores de las grandes empresas, y por más contorsiones que haga la burocracia sindical, como ha ocurrido hasta ahora, para conciliar la defensa de su status con la política destructiva del gobierno, la pelea está planteada.
Diseño de ofensiva
Bolsonaro sostiene este programa de ‘ajuste’ a pesar de una trayectoria de pronunciamientos ‘nacionalistas’; no le cuesta, como se ve, acomodarse a cualquier realidad, aunque deberá arbitrar los conflictos inevitables que provocarán las privatizaciones, la desprotección industrial y los choques por el manejo del mercado de capitales. El programa de cuño propio del nuevo mandatario es, sin embargo, absolutamente reaccionario y potencialmente fascista. El planteo de erradicar la influencia democrática y de izquierda en la educación es, por su alcance, un llamado a la guerra civil; lo mismo vale con relación al combate contra los derechos que reclama el movimiento de mujeres, lo cual involucra también a la salud. Bolsonaro tiene el problema, eminentemente táctico, de si va a atacar en todos los frentes al mismo tiempo, con el riesgo de que cualquier dilación desgaste su base de apoyo social. Sus sostenedores capitalistas ya han comenzado ataques agrarios para echar a los trabajadores del campo de sus tierras o perseguirlos por su actividad de organización. Brasil podría re-ingresar en un período de semi-guerra civil en el campo. En los últimos días se anunció que demoraría el proyecto de guerra contra la educación. Sin embargo, reconfirmó el proyecto que autoriza la portación de armas y la doctrina Chocobar, que protege a las fuerzas represivas que asesinen ciudadanos corrientes. En el marco del conjunto de su política, esto es un paso hacia el fascismo, porque apunta claramente a facilitar la organización de bandas armadas. La tendencia fascistizante del nuevo gobierno no puede ser ignorada cuando se tiene en cuenta la dimensión de la guerra social que ha anunciado. Esto debe ser señalado incluso si no reúne aún, ni llegue a reunir realmente, los recursos políticos necesarios para imponerse a una resistencia y a una rebelión popular. Cotejado con sus ambiciones, el gobierno de Bolsonaro es débil.
La consagración de Bolsonaro ha abierto un nuevo frente en la crisis internacional, esto porque se entrelaza con el gobierno y la política de Trump. Por de pronto, ya ha ratificado su alianza política y militar con el sionismo, a pesar de que podría provocarle la pérdida de mercados importantes en el espacio económico árabe. Probablemente ya ha conversado el asunto con estos regímenes, que cada día más se convierten en aliados del Estado sionista. La intención de acabar con el gobierno de Venezuela ha sido planteada en forma abierta, lo cual plantea un choque con China y con Rusia, que sostienen a Maduro. Habrá que explorar si existe alguna negociación de conjunto con estos para abreviar el mandato del régimen venezolano, algo que es previsible a la luz de tantos giros de la política mundial en los últimos meses. La cuestión de China, sin embargo, transita por otro carril más, que es el de la guerra económica internacional. Trump ha extendido esta lucha a toda América Latina. Como se puede apreciar, Bolsonaro empieza su gobierno en un marco de convulsiones y crisis en todos los campos, de ahí que su desarrollo tendrá un impacto fundamental en la crisis política que atraviesa a América Latina. Brasil inaugura un gobierno reaccionario en grado de tentativa. Si se cotejan sus posibilidades con lo ocurrido con el macrismo en Argentina, por una parte, o con la enorme crisis política que ha desatado en Estados Unidos la gestión de Trump, por la otra, es claro que la caracterización de la etapa que pretende abrir el ascenso de Bolsonaro está condicionada.
La izquierda
Todo indica que la izquierda brasileña ingresa en este nuevo período en un grado avanzado de desmoralización. Boicoteará la ceremonia de asunción del proto fascista, simplemente por necesidad. No ha ofrecido hasta ahora un balance de lo ocurrido ni menos una política o programa. Ha decidido dejar la iniciativa a Bolsonaro y a los militares y a otear las divergencias que puedan emerger en el ‘trío fantástico’ del flamante gobierno – Guedes-militares-clan fascista. El PT se refugiará en el parlamento, donde buscará tejer alianzas en nombre de un Frente Democrático. La izquierda brasileña que se mantiene en un terreno de lucha de clases debería proceder de otro modo y convocar a un inmediato debate a partir de planteos y programas. El análisis político debe desplazar al impresionismo. A este debate debe ser convocado todo el activismo obrero, femenino y juvenil. La izquierda latinoamericana en su conjunto enfrenta la obligación de discutir una política continental, frente a experiencias tan contradictorias como la mexicana, de un lado, y la brasileña, del otro, y también frente a la de Argentina, potencialmente la más explosiva de todas – más las insinuaciones de guerra frente a Venezuela o la crisis migratoria de Centroamérica y México, de un lado, y Estados Unidos, del otro. La carta más fuerte de Bolsonaro, los militares y los ajustadores es la falta de rumbo de la izquierda y los sindicatos.
Una caracterización de lo que será el gobierno de Bolsonaro sólo puede hacerse en forma aproximativa. En tanto prepara una ofensiva contra los trabajadores, se moverá siguiendo una línea de arbitraje de características peculiares. Se presenta como un semi-bonapartismo de coalición entre el bolsonarismo, el neoliberalismo y los militares. Más allá de esto, deberá conformar una ‘coalición a la carta’ con el Congreso, como ocurre en Argentina, donde operarán todos los ‘lobbies’ del capitalismo local, en especial aquellos que temen ser desplazados. A pesar del respaldo de 55 millones de votos, su estabilidad deberá ser probada en la lucha de clases.
Jorge Altamira
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