viernes, 21 de diciembre de 2018
Ernesto Guevara en Miami
El Che con un amigo en Miami -foto inédita.
Después del largo viaje que Ernesto Guevara realizó con Alberto Granado en 1952, por América latina, llegaron por fin a Venezuela. Para Alberto era la posibilidad de encontrar un trabajo como profesional, para Ernesto su última parada para luego regresar.
A llegar a Caracas el 17 de julio, su salud le jugó una mala pasada, tuvo un ataque de asma. Rápidamente se alojaron en una pensión barata del barrio de Caño Amarillo, un lugar por aquellos años de bares y lugares de prostitución, muy cerca del palacio Miraflores.
En el transcurso del tiempo que están en Caracas recorren la ciudad y Ernesto realiza gestiones para organizar su retorno a la Argentina. Guevara había cumplido el viaje y tenía que regresar para terminar la carrera de médico.
El propio Alberto Granado nos cuenta la decisión de retornar a la Argentina por parte de Ernesto: “Al principio lo nuestro era andar, andar y andar. Pero yo tenía el compromiso con la mamá del Che, Celia, de mandarle al hijo de vuelta para que se graduara de médico, porque estaba al terminar la carrera. Habíamos planificado que si en Caracas yo conseguía algún trabajo, él iba a volver a la Argentina para graduarse de médico. La idea era que si estaba en Caracas un vendedor de caballos, amigo de un tío de Ernesto, él se regresaría con este hombre y sus caballos a Buenos Aires. De no ser así, entonces iríamos juntos a México.”
El padre de Ernesto conociendo la situación económica de su hijo realiza distintas gestiones para que pudiera regresar: “Yo le enviaba dinero para pagar sus deudas en Caracas y mi hermano Marcelo le mandaba un pasaje para que viajara en un avión que transportaba caballos de carreras, desde Buenos Aires a Miami, avión que debía hacer escala en Caracas.”
Los dos amigos habían llegado en una situación deplorable por el largo recorrido, sin dinero y sin ropa.
Ernesto ante la falta de recursos y la presión familiar, para que terminara la carrera de medicina, acepta la oferta de regresar en avión.
Como le prometió el tío de Guevara, logra un pasaje en el próximo avión que trasladaba caballos de carreras -de Buenos Aires a Miami-, cuando éste aterrizara en la capital venezolana, para abastecerse de combustible. El itinerario del viaje era Buenos Aires – Caracas, Caracas –Miami, donde el encargado del viaje vendería caballos argentinos de carrera y compraría los equinos americanos, para revenderlos en Maracaibo.
Es casualmente un 26 de julio, que Ernesto sube al Douglas, con la carga equina, y vuela a Miami. Sin embargo, al aterrizar en esta ciudad, el piloto descubre una falla en un motor, que obliga a lo que en un primer momento se cree es una parada de pocos días, para hacer la reparación necesaria antes de emprender la vuelta. La demora que parecía que debía de ser de poco tiempo, duró todo el mes.
Llega a Miami.
Ernesto desembarcó en el aeropuerto de Miami con un dólar en el bolsillo y otros dólares intocables que le había dado su ex novia Chichina, para que este le comprara un regalo. No tuvo más remedio que alojarse en una pensión barata, prometiéndole al propietario que le enviaría el dinero de la Argentina para pagarla. Poco tiempo paso en aquel lugar, rápidamente recurrió a Jaime “Jimmy” Roca, quien se encontraba en esta ciudad terminando los estudios de arquitectura. Roca es primo de María del Carmen Ferreyra y procedía de una distinguida familia cordobesa. El primo de Chichina estaba haciendo un curso en la Universidad de la Florida. Hasta entonces había estado en Michigan, donde su padre lo enviara a estudiar arquitectura, pero aquél verano había elegido las playas del sur para cursar inglés como materia electiva obligatoria.
Al propio Ernesto le gustaba contar la odisea que vivió en Miami. Según don Ernesto: “Lo paso muy bien, se divirtió todo lo que pudo y conoció a Estados Unidos, aunque fuera más de una pequeña parte”. Cuando podía se acercaba a la biblioteca para pasar el tiempo y leer algún que otro libro de interés.
Jimmy también tenía una situación económica muy precaria, dependía del dinero que le enviaba su familia de Córdoba. Como ya era conocido en el lugar, tenia crédito entre los comerciantes, a los cuales les decía, siempre: “si es necesario vendo mi viejo coche Plymouth para pagarles”.
Esto no le impide a Jimmy Roca que diariamente lo lleve a comer a un restaurante español, donde tenía crédito. Ambos jóvenes pasan el tiempo en la playa y recorriendo la ciudad. Incluso disfrutan de la generosidad del camarero de un bar que era argentino, que les proporciona cervezas y papas fritas gratis.
Cuando los días de espera se convierten en semanas, Roca le consigue a Guevara un trabajo de limpieza, en el apartamento de una azafata cubana. Dura poco. Tras un día de trabajo lo despide la cubana, al comprobar que ha dejado el lugar “más sucio de lo que estaba antes”. Según cuenta Jimmy, la mujer sin embargo logra que lo contraten de lavaplatos en un restaurante. El propio Jimmy Roca nos cuenta su encuentro con Ernesto: “ En la ciudad solo había tres argentinos. Uno que trabajaba de mozo en el restaurant que tenía un español, un hombre de apellido Sanjurjo; otro que atendía el bar de un primo suyo, y yo. Algunos cordobeses pasaban de vez en cuando, pero solo estábamos nosotros. Y entonces, un día llego al departamento, y me lo encuentro a Ernesto esperándome.”
Tanto Jimmy como Ernesto se conocían bastante, aunque no eran amigos íntimos. Los dos paraban en los mismos lugares donde se reunía la muchachada, incluso estudiaban en el mismo colegio, el Dean Funes. “Yo no era amigo intimo de Ernesto, pero lo conocía mucho porque festejaba a mi prima. Era tres años mayor que yo. Lo había visto algunas veces en Córdoba y también en Malagüeño, en la estancia de los Ferreyra, donde nos juntábamos seguido.” Cuenta Jimmy Roca. “ No teníamos dinero. A mí el giro no me llegaba, y estábamos muertos de hambre. Los mediodías comíamos algo en el bar que atendía ese argentino, y a la noche nos daba de comer el español Sanjurjo. Todo ese mes lo pasamos a cervezas y papas fritas, y yo estaba a punto de vender lo único que tenía, un Plymouth atado con alambre, por el que me hubieran dado trescientos dólares.” Sigue relatando Jimmy.
Por ese entonces Ernesto Guevara guardaba como un tesoro 20 dólares que le había dado Chichina para compararle un recuerdo del viaje. El se había comprometido a no utilizarlos aunque pasara hambre. “Mi hermana le dio un billete de 20 dólares cuando paso a visitarnos en el balneario de Miramar, en la costa de la provincia de Buenos Aires. Fue cuando trajo y nos dejo un cachorro de perro enano de policía, o mescla extraña, al que había bautizado “Comeback” o regreso en ingles. Se hizo muy afecto a mi padre, que también lo quería mucho.” Relató Eduardo Ferreyra.
Conocedor de esta situación, Roca insistía en que ese dinero lo utilizaran para comprar alimentos, sin lograr el objetivo. Guevara se aferraba a los veinte dólares que le había dado Chichina y Jimmy sin éxito intentaba que los destinara para poder subsistir. “Yo le decía vamos a usarlos para comprar comida, que después en Córdoba te los devuelvo” recuerda su amigo Jaime. “Pero no había caso y los usó para comprarle el traje de baño a mi prima. Yo lo acompañé a elegirlo. Daba vueltas y no se decidía, porque no estaba seguro del talle. “¿Será éste?”, me preguntaba. ¿Y yo qué iba a saber, si hacía tres años que no veía a mi prima? Al final vio que una de las vendedoras tenía un cuerpo parecido, le preguntó qué talle usaba, y compró ése.” Nos cuenta Jaime Roca.
A pesar de la carta que le envía Chichina, donde pone fin a su relación sentimental, Ernesto aun guardaba alguna ilusión de reconciliarse a su regreso. Por ello el deseo de comprarle ese regalo, como le había prometido en Miramar.
La convivencia con Guevara en Miami, a Roca no le resultó difícil. Ambos tenían un carácter parecido. Los dos eran bohemios. “Yo no era complicado y él tampoco, así que nos llevábamos bien. Estábamos juntos, pero cada cual hacía su vida. Yo iba a la universidad, y él paseaba y hacía sus cosas. Como estaba sin visa de residencia, solo de transito, tenía que ir día por medio a Migraciones, y además se reunía con los pilotos para saber cuándo podían volver a Buenos Aires. Durante un tiempo tuvimos visitas, Iván Díaz y otros dos abogados cordobeses que estaban de pasada, así que salíamos con ellos a tomar cerveza. Durante todo ese tiempo no supe que hubiera conocido a ninguna chica. Pero bueno: andaba con la misma camisa que había usado en el leprosorio, Yo le decía que se la sacara, que la tirara, pero él me decía que no había ningún riesgo de contagio”.
Ernesto a pesar de no dominar el ingles, idioma que por aquellos años era mayoritario en aquella ciudad, intentó en el mes de forzada permanencia, observar la vida cotidiana de la población y contactar con algunos latinos que residían en Miami. Por sus propios ojos pudo comprobar las discriminaciones raciales que existían. El mismo sufrió los interrogatorios policiales para saber si tenía ideas comunistas.
Durante ese mes pasaron tres jóvenes abogados cordobeses que eran conocidos de Ernesto y de Jimmy. Los jóvenes viajaban para realizar el posgrado en una universidad de la zona. Uno de ellos era Iván Díaz Molina, descendiente de una distinguida familia cordobesa. Era bisnieto de José Javier Díaz, ex gobernador de Córdoba. Iván durante esos días saco centenares de fotos de todo el grupo, especialmente en la playa. (Años después el incendio de su casa destruyo este importante material grafico salvándose una sola foto que aparece en esta nota).
En el mes que convivieron en Miami, pudieron hablar de muchos temas. Jimmy que llevaba tres años fuera del país, estaba interesado de conocer de primera mano todas las noticias. Muchas veces hablaron de los amigos en común de Córdoba, de la familia Ferreyra y también de su romance frustrado con Chichina. Aunque Guevara eludía hablar de política: “no hablábamos de política Eso sí: me contó que una amiga común, Tatiana Quiroga, la que después sería mi esposa, lo había ayudado a redactar una carta a Eva Perón, para ver si la Fundación le podía dar un jeep para hacer su viaje. Como se imagina, nunca le contestó. La última vez que lo vi fue el día en que se fue de Miami. Lo acompañé hasta el aeropuerto y me subí con él al avión. Estaba cargado con cajones de pollos vivos. Todo el avión lleno de pollos. Y así se volvió a Buenos Aires.” Agrega Jimmy Roca.
A pesar de que Ernesto no quería anunciar a su familia, su regreso a Buenos aires, la noticia llego por parte de su tío.
“Una mañana -nos relata don Guevara Linch - en Buenos Aires, nos anunciaron que Ernesto debería llegar esa tarde en el avión carguero que regresaba desde Miami. (…) Toda nuestra familia se había trasladado al aeródromo de Ezeiza. Aquella tarde el cielo estaba encapotado, nubes muy bajas impedían la visibilidad. Pocos aviones volaban sobre Ezeiza. Habían anunciado la llegada del carguero para las dos de la tarde y ya llevábamos más de dos horas esperando. Estábamos todos muy nerviosos, porque el avión no aparecía y tampoco se había comunicado con la torre de control Allí tranquilizándonos contestaron a nuestras preguntas diciendo que los aviones de carga no tenían horario fijo y que solían aparecer sobre el campo de aterrizaje en el momento menos pensado.”
No tardaría mucho el Douglas en aparecer, volando bajo, en una tarde que empezaba a lloviznar. El avión realizó un aterrizaje normal. A los pocos minutos Ernesto sale con el piloto puesto, que lo protegía de la lluvia. La familia debajo de los paraguas, le hacían señas, con sus pañuelos. Algún que otro grito retumbaba entre el público presente, que esperaban a otros aviones. Ernesto no volvió a encontrarse con su ex novia Chichina Ferreyra, pero cumplió con su palabra de entregarle el bañador, que compro con los 20 dólares. Sería su madre Celia la encargada de entregarle el regalo a Carmen Aguilar -que eran amigos en común- para que le llegara a Chichina.
Lois Pérez Leira
Bibliografía.
Camarasa, Jorge. Alfil. Diario para leer.
Guevara Linch, Ernesto. Mi Hijo el Che. Editorial Arte y Literatura. 1988
Fernández Sofía, Rosa María. "El Che confía en mí". Entrevista a Alberto Granado. Casa Editorial Abril. La Habana 2010.
Testimonios de:
Jaime “Jimmy” Ramón Roca
Eduardo Ferreyra
Chichina Ferreyra
Carlos Calica Ferrer.
Alberto Granado
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