miércoles, 5 de diciembre de 2018
Argentina luego del show del G20: réditos simbólicos y sumisión real
Glamour. Documento con consenso en muletas. Muchas fotos con los líderes mundiales y poca inversión. La Argentina del día lunes.
La gala en el Teatro Colón pasará a la historia de los dueños del país como el día en que los grandes líderes celebraron su dominio mundial junto al presidente argentino como un par más.
El resto de los días esa paridad no existe: en el país real la economía está comandada por el FMI, un organismo donde el voto mayoritario corresponde a Estados Unidos y las potencias europeas.
En un año de “tormentas” que arrastran a la economía por el piso, la cumbre en Buenos Aires significó cuarenta y ocho horas de encanto sensual para la fascinación de la base social irreductible de Cambiemos.
El sagaz Jorge Asis aventuró que el llanto (real o fingido) de Mauricio Macri en el Colón ofrece una foto que inaugura la campaña electoral hacia el año próximo y que el oficialismo podría utilizarlo como Cristina Fernández de Kirchner utilizó las fiestas del Bicentenario: allí reinauguró su gestión luego de la derrota electoral de Néstor en 2009.
No obstante, a Macri le faltará hacia el año próximo el crecimiento a tasas chinas que experimentó el país en 2010 y 2011 gracias al empuje de una economía mundial tuneada por los rescates bancarios posteriores a la quiebra de Lehman Brothers.
Por el contrario, la perspectiva para 2019 es de desaceleración de la economía mundial y de recesión por segundo año consecutivo para Argentina.
Todo en suspenso
La cumbre venía cargada de tensiones geopolíticas y económicas que potencialmente podían conducir al fracaso: la cristalización hubiera sido la ausencia de un documento de consenso. Finalmente, habemus documento.
En este campo el Gobierno obtiene un rédito simbólico. Aparece, más allá de que las causas fueran otras, como el supuesto gestor de los acuerdos alcanzados en el G20: ¿Es el triunfo del “diálogo” para cerrar la grieta internacional? De ninguna manera.
Nunca los documentos del G20 implican compromisos reales. En este caso, el contenido fue despojado de cualquier definición taxativa en relación a la controversia central que atraviesan el mundo: libre cambio versus proteccionismo.
Incluso se borró, por primera vez, cualquier condena al proteccionismo y se acordó reformar la Organización Mundial del Comercio (OMC). ¿En qué sentido? Nadie podría explicarlo.
En cuanto al cambio climático, quedaron expresadas las dos posiciones: una mayoritaria en el documento a favor de disminuir la emisión de dióxido de carbono y la de Estados Unidos en un agregado.
En síntesis, se alcanzó un consenso en muletas que deja expuesta la pérdida de dinámica de la denominada globalización (más precisamente, la mundialización del capital).
Como señaló Juan Elman “¿Es una acuerdo sustancioso, que va a solucionar las problemáticas globales? Para nada. Pero es un mensaje. En algunos temas -importantes, claro- estamos de acuerdo en estar en desacuerdo. Le baja el tono al clima hobbesiano que se viene respirando hace un tiempo”. Nada más que eso.
No se esperaban grandes acuerdos colectivos (por la coyuntura, sí, pero también por las propias limitaciones del G20) y sin embargo pudo haber un documento de consenso, algo que ayer estaba casi descartado. Es decir, hubo dialogo, negociacion y acuerdo.
Más allá del núcleo mínimo de consensos, el mundo sigue tan convulsionado como al principio de la cumbre: las imágenes de los perdedores de la globalización copando el centro de París mientras Emmanuel Macron paseaba por Buenos Aires ofrecen un testimonio claro.
La verdadera cumbre ocurrió por fuera de la cumbre: fue el encuentro bilateral entre Donald Trump y Xi Jinping que puso una tregua muy contingente a la llamada guerra comercial, que en realidad encubre la pelea por el respeto de las patentes de Estados Unidos en China y la política industrial china. Tal vez, esa tregua está motivada por un fantasma mayor: la desaceleración de la economía mundial.
Dominados I
El rédito más grande que cosechó Mauricio Macri son las fotos con los principales mandatarios del mundo y que Trump no pegará el portazo como lo hizo en el G7 de meses atrás, algo que repitió el vicepresidente norteamericano, Mike Pence, en la cumbre de la APEC, un foro de Asía Pacífico, hace dos semanas.
En términos de inversión no hubo nada sustancioso. La explicación la dio el secretario de Política Económica, Miguel Braun: “la principal duda que tiene hoy los inversores que compran bonos argentinos es la situación política”, en referencia a Cristina Fernández de Kirchner.
De Estados Unidos se anunciaron compromisos por apenas U$S 813 millones (ampliables a U$S 3.000 millones) por parte de la Corporación para la Inversión Privada en el Extranjero (OPIC).
El presidente de esa Corporación, Ray W. Washburne, dejó una afirmación lapidaria: “Si las empresas estadounidenses a las que les prestamos dinero para que desembolsen en la Argentina no se sienten seguras invirtiendo acá no vendrán, y, por lo tanto, tampoco nosotros”.
De fondo, es probable que esté la intención de empresas norteamericanas en avanzar en la obra pública en reemplazo de las afectadas por los cuadernos de Centeno.
Por otro lado, Nicolás Dujovne firmó junto con al secretario de Estado, Steven Mnuchin, un acuerdo marco para inversión en infraestructura y cooperación energética sin detallar montos. Sólo buenas intenciones.
El principal servicio yanqui al pueblo argentino fue previo a la cumbre: el “déficit cero” para cerrar el segundo acuerdo con el FMI en menos de seis meses.
Por fuera de China, que tampoco arrojó números significativos, se contabilizaban unos U$S 3.000 millones de inversiones que consiguió el Gobierno de los distintos países que participaron de la cumbre. Es una suma ínfima en relación a los U$S 56.300 millones que aporta el FMI para aceitar el ajuste.
Dominados II
Con China se firmaron treinta y un acuerdos: entre ellos un Plan de Acción Conjunta 2019-2023, que es una especie de hoja de ruta general; y un Mecanismo de Diálogo Estratégico para la Cooperación y Coordinación Económica para buscar equilibrar el comercio bilateral, hoy ampliamente favorable a China. Además se acordaron cooperación tributaria y comercial; inversiones para el mejoramiento ferroviario y otros proyectos de infraestructura; varios protocolos para la exportaciones de productos agropecuarios argentinos al país asiático.
Lo más importante es la ampliación del swap (intercambio) de monedas por el equivalente a U$S 9.000 millones, algo que se venía gestionando hace meses al calor de las corridas cambiarias que llevaron al aumento del dólar y debilitaron las reservas del Banco Central. No se trata de fondos de uso efectivo, sino potencial.
Pero el acuerdo para la construcción de una central nuclear que era el plato fuerte quedó para otro momento.
Xi Jinping fue claro en lo que venía a buscar a este país: “la Argentina es muy famosa por sus productos agrícolas y ganaderos de gran calidad, que está encontrando cada día más acogida entre los consumidores chinos”, señaló el primer mandatario chino.
Dafne Esteso, una especialista en China señaló acertadamente que en la relación entre ambos países, es el del lejano oriente el que viene ganando hace cuarenta años. También destacó que las palabras de Macri fueron “música para los oídos de Xi: confianza, intercambio complementario y cultural, amistad, felicitaciones por los 40 años de reforma y apertura y más Sueño Chino”.
El contraste es evidente con la jugarreta que hizo la delegación yanqui al afirmar en palabras de su vocera que Trump y Macri había conversado sobre el carácter “depredador” de China.
En el vínculo con China no hay innovaciones: sigue el camino iniciado por Cristina Fernández, que incluso impulsó una votación en el Congreso que otorga respaldo a la relación bilateral.
La cumbre deja una paradoja: el Gobierno de Mauricio Macri logra el acuerdo de mayor volumen con un presidente que se movió en una limusina marca Hong Qi, que en español significa Bandera Roja en referencia a la bandera del Partido Comunista de China.
Aunque a nadie se le escapa el vigoroso desarrollo de relaciones capitalistas en el país asiático, su régimen político causaría escándalo según los parámetros que los cambiemitas aplican en Sudamérica, por ejemplo con Venezuela.
Subordinados
Argentina complementa la tradicional subordinación a las potencias centrales, en particular a Estados Unidos luego de la Segunda Guerra, con los lazos económicos tejidos con China en el nuevo milenio.
Esta doble subordinación está atravesada por las mismas tensiones que existen entre el país oriental y los Estados Unidos a nivel internacional: la cada vez más abierta disputa por la incidencia en Latinoamérica.
El embajador de China en nuestro país señaló que “Argentina se ha convertido en uno de los socios estratégicos de China más importantes en la región de América Latina”. Una significación similar le da Estados Unidos a esta parte de su “patio trasero”. Es decir, ambas potencias buscan utilizar al país como ariete para su dominio regional.
En cualquier caso, el rol de nuestro país es el de proveedor de materias primas mientras las potencias venden en estas pampas productos industriales, exportan capitales y ejercen dominio a través del mecanismo de la deuda externa.
El país sale de la cumbre en las mismas condiciones en las que empezó hace cuarenta y ocho horas: con la recesión oficialmente decretada por las estadísticas del Indec; el salario en franco derrumbe; la desocupación y la pobreza en alza.
El día lunes, el país seguirá siendo el mismo que la semana pasada. Al show del G20 la mayoría no estuvo invitada. Por el contrario, es el foro donde los dueños del mundo discuten cómo una minoría sigue explotando al resto del planeta.
Pablo Anino
@PabloAnino
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