Mientras un considerable número de analistas se solaza señalando el fracaso económico de Mauricio Macri, el gobierno del Frente Amplio Burgués (Fab) sigue su marcha: el costo de producción cayó en septiembre un 15,8% interanual. Lo afirma un estudio de una universidad privada citado por el diario El Cronista. El plan de saneamiento capitalista está lejos de su objetivo, pero avanza sin obstáculos.
En el peronismo federal, en la coalición gobernante Cambiemos y hasta en el propio partido del Presidente existe temor a que el costo de este éxito provoque un estallido inmanejable. Ocurrió en 2001 y el fantasma sigue rondando. Sólo que hoy no están Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde, artífices de aquella explosión reclamada por el capital y realizada en su beneficio.
Hay también críticos satisfechos por los signos de debilitamiento político del Presidente: liberales recalcitrantes que exigen una mayor disminución del salario y los impuestos. Los acompañan infantoizquierdistas convencidos de que el ostensible desgaste político del gobierno les dará alguna banca más en las elecciones del año próximo.
A la fecha es verdad que los efectos demoledores de la caída del PIB (-2,6% para 2018) con inflación (estimado anual del 47,5%) desgastaron la imagen de Macri en términos electorales. Pero esa obvia afirmación está contrarrestada por hechos no menos evidentes: en ausencia de cualquier figura opositora, de aquí a la primera vuelta en octubre de 2019 el Fab tiene tiempo para recomponer la imagen de su portavoz o buscar otro con idéntico plan de acción (el peronista-radical Roberto Lavagna, por ejemplo). Podrá ofrecer también como logro el freno a la inflación (ya la redujeron al 3,3% en noviembre, frente al 6,5% de octubre); la estabilización del dólar en torno a los 40/43 pesos durante 2019; la mentira de un déficit cero (que al contar pago de intereses supera el 3%), más un aumento siquiera tibio del giro económico a partir de febrero. Esto y la manipulación de las mayorías puede recuperar adhesiones perdidas y aún ganar más, a la vista de la pulverización del peronismo y el deterioro de las izquierdas que sólo tiene un camino para recuperarse pero hasta el momento no lo emprende.
En caso de que mediciones y pronósticos indiquen que Macri puede ser reelegido, además, es presumible que en pleno acuerdo con el Fab el gobierno afloje el nudo que ahoga a la sociedad a partir del otoño para afrontar un calendario electoral que arranca en febrero y culmina con las presidenciales el 27 de octubre en primera vuelta o el 24 de noviembre si es necesaria una segunda. Luego, si se confirmara la reelección, el capital redoblaría la velocidad de ataque e iniciaría, entonces sí, la fase imprescindible del saneamiento para alcanzar el sueño de un capitalismo ordenado con crecimiento y estabilidad.
Es una quimera, claro está, incluso en la hipótesis de que Macri y su elenco socialdemócrata-desarrollista-ultraconservador vuelvan a imponerse en las elecciones. Pero hay espacio para tales utopías porque la desmoralización profunda de trabajadores y estudiantes lleva a una desmovilización social sin precedentes en 140 años de lucha obrera.
Entre los muchos factores locales e internacionales que contribuyeron al desconcierto y la parálisis de las masas en Argentina, sobresale el papel de las cúpulas sindicales, el engaño consumado por Kirchner y su esposa, la influencia poderosa de los aparatos extranjeros de la socialdemocracia y el socialcristianismo y la incapacidad de los destacamentos revolucionarios para comprender la coyuntura histórica y actuar sobre ella.
El hecho es que, dirigidos por multimillonarios más cercanos a la mafia que a la acción política tradicional, o trabados por reformistas dispuestos siempre a la conciliación de clases, los sindicatos llevaron una y otra vez a derrotas que al cabo de años de fracasos confundieron, desmoralizaron y paralizaron a las mayorías. La estafa kirchnerista, acompañada por sectores considerados de izquierda -incluso por restos del Partido Comunista- tuvo el mismo efecto sobre el activo juvenil. Así ganó Macri las elecciones, se mantuvo durante tres años en el poder y, olvidada ya la teoría opositora del helicóptero, puede plantearse una nueva victoria en las presidenciales, además de ganar mayor espacio en provincias y municipios.
Hay que repetirlo: Argentina está desmovilizada como nunca antes desde la primera huelga general en 1902. Desorganizada como jamás desde la creación de los primeros sindicatos en el último cuarto del siglo XIX. Desorientada incluso más y por más tiempo que cuando Juan Perón huyó al Paraguay de Stroessner y abandonó a su suerte y desarmados a los trabajadores que lo apoyaban.
Después de utilizar como válvula de escape una huelga general en septiembre, la CGT pasó octubre y noviembre amenazando con otra, que finalmente cambió por un bono de 5000 pesos para un tercio de los trabajadores. Simultáneamente, mientras la prensa anunciaba explosiones sociales provocadas por el aumento de la pobreza, las llamadas “organizaciones sociales” negociaban subsidios para garantizar tranquilidad en diciembre. Hasta la fecha todo indica que, si hay disturbios, serán focalizados, con escasa participación y bajo el control de los aparatos de inteligencia y represión.
Sólo personas irresponsables o desesperadas pueden creer que tal desmovilización del conjunto social es reemplazable con pequeños grupos cortando calles en la Capital Federal. Mediante hechos que desquician la vida social ese accionar contribuye con un estado nunca visto de malestar colectivo. Tales hechos son asociados de manera automática con “los piqueteros” y en modo alguno con la crisis del capitalismo. En lugar de echar luz sobre la realidad, contribuyen a fragmentar la sociedad y provocar enfrentamientos entre las víctimas del sistema. Tras este desvío de enorme costo político y mayor riesgo estratégico, hay a menudo individuos que lucran transformando en clientes a personas arrojadas a la marginalidad. También hay diletantes que desfogan su incompetencia con palabrerío. Como sea, el ministerio de Desarrollo Social compró la paz decembrina, excepto con dos “organizaciones sociales” que al parecer pidieron más de lo aceptable para el gobierno y fueron dejadas de lado.
En suma, mientras la sociedad se enajena más y más (“hay que matarlos a todos” repiten ciudadanos incapaces de dar un golpe de puño, frente a ladrones callejeros o “piqueteros” que le cortan el paso); mientras dirigencias partidarias y sindicales se enfrascan en sus propios negocios siempre y cuando no los alcance la ola justiciera que el gobierno y sus jueces aplican con agresividad nunca vista), la baja del “costo de producción”, es decir, esencialmente, del salario real, presumiblemente supera en mucho el 16% señalado por estudio citado.
G-20, economía, política interna e internacional
Tales resultados no garantizan el crecimiento de la producción, el desarrollo industrial y la mejora en la calidad de vida de 40 de los 44 millones de habitantes. Pero recompone la tasa de ganancia. Y en el cuadro social señalado, basta para sostener el equilibrio político.
Con la cumbre del G-20 quedó confirmada la afirmación de que el Fab incluye a la burguesía imperialista. Fragmentado y luchando descaradamente por el reparto del mercado mundial, el gran capital reunido en el G-20 coincidió en respaldar a Macri a la vez que intentaba arrastrarlo cada quien a su proyecto.
Un progresismo de utilería olvidó que fueron Kirchner y su esposa quienes en medio del colapso mundial de 2008 dieron la espalda a la unión antimperialista suramericana para sumarse al G-20. Si en aquel momento el paso argentino de sumisión a Washington significaba colaborar con la respuesta imperial a la crisis, ahora la burguesía mundial, sin acuerdo frente a ninguno de los problemas esenciales del momento, tiene otras urgencias aparte de repartirse el mercado. En primer lugar, cerrarle el paso a cualquier salida revolucionaria, lo cual supone aplastar la resistencia de gobiernos y pueblos que intentan con enormes desventajas un tránsito hacia el socialismo.
La reunión de Buenos Aires confirmó hasta qué punto Estados Unidos perdió la hegemonía mundial. Y mostró al Fab argentino tratando de sacar provecho de la pelea entre los grandes. Macri protagonizó un choque público con Donald Trump cuando contradijo al extravagante Presidente afirmando que el desarrollo y la afirmación de China en América Latina es beneficioso para todos. Trump había calificado a China como “economía depredadora”. Macri mandó a su canciller a contestarle y luego remachó la posición en el discurso de cierre de la cumbre. El presidente argentino no es precisamente un paladín antimperialista. Pocos recuerdan hoy su intimidad de antaño con Uribe y Aznar, en el fallido intento de crear la internacional parda. Sin embargo fue el portavoz de Angela Merkel y Emmanuel Macron, así como de los presidentes de China, Rusia e India, contra el intento de Trump de hacer estallar el G-20.
Como balance de la reunión internacional del 30 de noviembre y 1 de diciembre un diario local tituló en tapa: “Relaciones carnales II”, en alusión a la política exterior de Carlos Menem. No por acaso los propietarios de semejante línea editorial acataron la decisión de Cristina Fernández de no participar en la movilización contra el G-20. En su afán por conquistar siquiera un tímido guiño del Fab, el llamado kirchnerismo no trepida en asociarse con el objetivo central del G-20 en la región, diez años después de su refundación con ayuda de Argentina y Brasil: aunar a Argentina con Estados Unidos y Europa frente a la resistencia revolucionaria en América Latina.
Venezuela desapareció de documentos y declaraciones públicas del G-20. Pero fue la moneda de cambio para que Washington digiriera la desobediencia de Macri. Para mantener su ilusión de dueño inobjetable del escenario, en un momento de impotencia tras su reunión privada con el presidente argentino, Trump arrojó los auriculares y dejara plantado al anfitrión, quien inútilmente le pidió que volviera. No obstante, fue la imagen de la impotencia imperial frente a un mundo inmanejable.
El corolario es claro. Macri admite seguir a la vanguardia de un frente único para articular la contrarrevolución regional, a la vez que intenta lograr un rinconcito en el reparto del mercado mundial: firmó 30 acuerdos comerciales y financieros con Xi Jinping y una veintena con Vladimir Putin. Ninguno con Trump. Compra de grano y carnes, inversiones para minería y petróleo, acuerdos para medios de comunicación y hasta la creación por parte de Rusia de una escuela de matemáticas en Argentina.
No es menos clara la táctica de la viuda de Kirchner: prudencia frente al realineamiento pseudo desarrollista de Macri; silencio absoluto ante la embestida contra el Alba y la Revolución Bolivariana.
Ambos yerran su estrategia. Si algo mostró la cumbre del G-20 es la vigencia, con evidente aumento de velocidad y extensión, de la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia. Y la ferocidad en la lucha por mercados que ésta desata. Y esto antes de que la economía mundial ingrese a un nuevo período recesivo, previsto para 2019 o a más tardar 2020. En ese marco un programa desarrollista es una ingenuidad, cuando no es muestra de oportunismo inmediatista en el “sálvese quien pueda” capitalista.
Estado y partidos burgueses
Si bien es cierto que avanza en el saneamiento económico, el gobierno falla redondamente en el intento de recomposición del Estado burgués y edificación de nuevos instrumentos políticos. Esto ocurre, desde luego, por la imposibilidad de estabilizar cualquier programa de crecimiento económico en el marco capitalista, más allá de éxitos inmediatos como el que verifica el gobierno del Fab.
Para eludir la teoría del helicóptero, Macri tuvo que adoptar el gradualismo y posponer sin fecha la reestructuración profunda del aparato estatal, imprescindible para equilibrar las cuentas. Junto al pago del fabuloso endeudamiento legado por el gobierno de Cristina Fernández estas medidas sólo podían ser vehiculizadas mediante el flujo de capitales golondrina y el redoblado endeudamiento externo. Las medidas anticrisis de Washington, la baja en los precios de las materias primas agropecuarias y una inesperada combinación de inundaciones y sequía adelantaron el de todos modos inexorable desenlace de semejante experimento. Esto produjo el viraje brusco en mayo de 2018 y el cambio de programa inmediato. Un resultado de otro orden fue el debilitamiento electoral hasta entonces imbatible de Macri, el envalentonamiento de toda la oposición y un recrudecimiento difícilmente manejable de las tensiones en la coalición gobernante.
Como resultado el quid de la cuestión (reforma del Estado, cambio de leyes laborales y fragua de nuevos cimientos para partidos capaces de gobernar), ha sido postergado. En otras palabras: nunca podrá ser resuelto.
El mejunje oficialista amenaza con disolverse al ritmo de caída de Macri en las encuestas. Sólo podrá invertir su dinámica actual de fragmentación si esos sondeos vuelven a empinar la nariz, lo cual, como queda dicho, no es impensable. Pero de una eventual reafirmación de Cambiemos a la conformación de un Partido de alcance nacional con cohesión suficiente para gobernar, hay una distancia insalvable.
En Argentina se fortalecen tendencias centrífugas inmanejables en lo inmediato y amenazantes para un futuro no lejano. Macri, su coalición sin pegamento, no están en condiciones de frenar esa dinámica. De hecho, el Ejecutivo las ha alimentado cediendo ante exigencias económicas y políticas inaceptables para cualquier gobierno con el mínimo de solidez necesario para guiar un país Federal.
En cuanto al peronismo, poco hay que decir. Kirchner y su esposa fueron el detonante involuntario de una carga explosiva demorada por décadas. Fragmentado en mil pedazos, acosado por oportunos juicios penales sea por corrupción administrativa de inimaginables dimensiones o por franca colusión con el narcotráfico, sólo tiene como defensa la acusación a compinches hoy instalados en altos cargos oficiales. Pero saben que denunciarlos sería precisamente acortar la mecha ya encendida. Sólo aspiran a negociar. Como lo hace buena parte del Ejecutivo, cuya tarea sin embargo es sanear el aparato de explotación capitalista.
No es esperable una candidatura peronista exitosa, aunque un ejército de voluntarios se apronte a separar de todo protagonismo a la ex Presidente. La excepción, como se ha señalado, es el ex funcionario de Alfonsín y ministro de Duhalde y Kirchner, Roberto Lavagna. Su plasticidad está fuera de discusión. Pero debería asumir contra el desempeño de Macri, con su mismo programa. Tendría la mitad del trabajo hecho, pero la tarea complementaria estaría por completo fuera de sus competencias, que además deberían sumar el pago a los barones feudales del peronismo con cuyo apoyo podría alcanzar el poder. Macri aparecería entonces como un titán en lucidez, capacidad de acción y alcance de resultados positivos.
Ellos o nosotros
Ésa es la deriva inexorable de la Argentina burguesa en el próximo período. La degradación general del país, sus instituciones y la vida social, continuará con mayor o menor velocidad según el ritmo de la decadencia económica. No está excluida la posibilidad de repuntes temporales con base en la extensión de la frontera agrícolo-ganadera y en la inversión extranjera para extraer shale gas, litio y otros minerales. Eso podría ocultar la magnitud de la decadencia y prolongar la agonía. Pero el tercio de pobreza que asuela al país, la marginalización de millones de personas y en particular de jóvenes, el espectáculo de la corrupción pasada y presente y la espiralización del narcotráfico serán imparables para éste o cualquier otro gobierno burgués.
Pero hay otra Argentina latente. No basta en este cuadro afirmar que la opción es socialismo o barbarie. Lo es, por supuesto. Pero se trata de asumir en toda su dimensión el desafío de construir el bloque de fuerzas y la capacidad de dirección para enfrentar al sistema, imponer un gobierno de los trabajadores y el pueblo e iniciar la transición al socialismo.
No se avanzará en ese sentido con “exigencias” a la CGT para que convoque a nuevos paros generales; con cortes de calles diez veces a la semana en Buenos Aires; con un concejal o un diputado más. Ni se detendrá con estos recursos la marcha del capital en su autodepuración, que gradual o abruptamente desembocará en violencia desembozada. Violencia de naturaleza y magnitud diferente a la que ahora algunas agrupaciones, de manera irresponsable, califican como cualitativamente diferente a la ejercida por sucesivos gobiernos desde el restablecimiento de la democracia burguesa hace 35 años.
Es preciso actuar de manera ejemplarizante frente a las masas, con el objetivo de desenmascarar la hipocresía del capital, el engaño permanente de los políticos burgueses y las cúpulas sindicales, la manipulación electoralista de los partidos del sistema. No hay otro camino sino el de la educación, concientización y organización de las mayorías a través de la acción, que por lo mismo no puede ser enajenada a direcciones falaces y corruptas. La acción no puede ser reducida a la caricatura de cortes de calles cada día. Debe estar regida por consignas claras tras los objetivos buscados y descartar los insultos personales contra tal o cual gobernante, en lugar de condenar al sistema que los entroniza.
La clave para que esto sea realizable es la recomposición de las fuerzas revolucionarias en un partido único para la lucha antimperialista, la emancipación de la mujer, el protagonismo de las juventudes, la unión suramericana y la revolución socialista.
Argentina puede superar el estado actual de confusión y parálisis. Puede erguirse sobre un pasado de gloriosas luchas y presentarse como fuerza oxigenante y radicalmente transformadora en el conjunto de gobiernos, partidos y organizaciones que en todo el continente luchan contra la opresión y la explotación. Hay un activo militante, disperso y desconcertado, que se cuenta por cientos de miles. Contribuir a su organización, a la unión superadora de sus fuerzas, es la tarea a cumplir.
Luis Bilbao
@BilbaoL
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