domingo, 23 de diciembre de 2018
Centenario de la revolución alemana
Cartel espartaquista de 1918
Parte 1
Se están cumpliendo en estos días los cien años de dos acontecimientos íntimamente ligados. El fin de la Primera Guerra Mundial y la revolución que estalla en esos mismos días en Alemania.
La Primera Guerra Mundial
El enfrentamiento entre los dos bloques imperialistas, el liderado por Alemania, de un lado, y el bloque anglo-francés, por el otro, se venía gestando desde los primeros años del siglo XX. Alemania, cuya industria había tenido un impresionante desarrollo a fines del siglo XIX y la primera década del siglo XX, había llegado tarde al reparto colonial, acaparado mayoritariamente por Gran Bretaña y Francia, y pretendía conquistar la primacía europea y un nuevo reparto colonial. Los líderes de las potencias imperialistas se habían ocupado en los años previos a la guerra de atraer en su favor a los dirigentes no sólo de las capas medias sino también de las organizaciones obreras, con ciertas concesiones a las masas y prebendas a los dirigentes. Esto fue muy acentuado, tanto en Gran Bretaña y Francia como en Alemania y Austria.1
Por el equilibrio de fuerzas a mediados de 1914, el mando militar y político alemán estimó que tomar la iniciativa de las acciones bélicas en ese momento, le permitiría un rápido triunfo sobre Francia (y luego sobre Rusia), antes que Francia completara un nuevo reclutamiento decidido a mediados de 1913 y que Gran Bretaña pudiera organizar su intervención terrestre en Europa continental. Al plan se lo conocía como Schlieffen (por el militar que lo había diseñado) y proponía lanzar todas las fuerzas militares sobre Francia pero a través de Bélgica (contando con las escasas defensas que Francia tenía en la frontera belga, hasta entonces país neutral). Según ese plan, en ocho semanas, ocuparían París, logrando la rendición francesa. Esto explica la rápida escalada alemana desde que, a fines de junio de 1914, un nacionalista serbio asesinó al heredero austríaco en Sarajevo. No importaba a los círculos dirigentes alemanes que, aunque demorara un tiempo, su conducta agresiva se hiciera pública y eso afectara el apoyo popular a su estrategia y ayudara, por el contrario, a sus adversarios a fortalecer su frente interno. En sus cálculos, el rápido triunfo en una guerra “rápida y alegre” justificaría a posteriori, el riesgo asumido. “En Alemania casi todos creían en ese plan, comenzando por los conservadores y terminando por los socialdemócratas, (…) lo que más se conocía del plan era una sola cosa: que en pocas semanas la guerra estaría terminada. Esta idea parecía hipnotizar a generaciones enteras”2.
La socialdemocracia alemana apoya la guerra
Declarada la guerra en los primeros días de agosto, la Cámara de Diputados alemana (Reichstag) se reunió, el 4 de agosto, para votar el presupuesto de la guerra. La bancada socialdemócrata estaba dividida sobre cómo votar. La dirección impone su postura de votar a favor por 78 votos contra 14 que incluían tanto a la izquierda del partido (Karl Liebknecht y Otto Ruhle) como a diputados del centro referenciados en Kautsky y liderados por Hasse y Ledebour. La minoría acata la votación y vota el presupuesto de guerra. Liebknecht, como veremos, se arrepentirá al poco tiempo de haber acatado a la mayoría. La noticia provoca una conmoción en el movimiento socialista internacional. La socialdemocracia alemana era el partido más importante y hasta cierto punto una guía para el resto. Lenin, cuando recibe el ejemplar del diario socialdemócrata, lo considera inicialmente como una falsificación del gobierno alemán. Pero no era un caso aislado. Si bien el apoyo a la guerra del laborismo inglés, que no formaba parte de la Internacional, era más previsible, los grandes partidos europeos, el francés y el austríaco se encolumnaron detrás de sus burguesías imperialistas y apoyaron la guerra. Sólo una minoría, los bolcheviques en Rusia y minorías de los otros partidos denunciaron esa traición de los principales dirigentes de la Internacional. En Francia, incluso, el principal dirigente socialista, Jean Jaurès, que venía denunciando firmemente los preparativos bélicos, fue asesinado, el 31 de julio, por un terrorista de derecha. Su funeral, con participación del gobierno y de todo el parlamento, terminó siendo un acto de “unidad nacional”.
El fracaso de la ofensiva alemana
Inicialmente, la campaña alemana sobre Francia marchaba según lo planificado. En diez días, Bélgica fue ocupada por los alemanes que marcharon hacia París. Las primeras batallas les fueron ampliamente favorables. El 3 de septiembre, el presidente y los ministros abandonaron París y se trasladaron a Burdeos. La noticia de los éxitos alemanes, “exagerados y magnificados… generaron una indescriptible excitación, se esperaba, de hora en hora, la noticia de la caída de París”. Pero el 4 de septiembre comenzó una contraofensiva francesa que se extendió, obligando a los ejércitos alemanes a retroceder y atrincherarse. Los franceses que los perseguían se atrincheraron frente a ellos y comenzó la larga guerra de posiciones. La batalla del Marne tuvo enormes consecuencias.
No sólo fue el descalabro del Plan Schlieffen. Retrospectivamente, muchos expertos militares alemanes consideraron que la guerra se perdió cuando fueron arrojados del Marne3. Para el dirigente espartaquista, Paul Fröhlich, la derrota del Marne “había determinado, no sólo la suerte de una batalla cualquiera sino de toda la guerra de conquista”.4 Comenzó la guerra de agotamiento, y en ese terreno los recursos del bloque anglo-francés, con sus posiciones en los cinco continentes, eran muy superiores a las de Alemania.
Comienza la resistencia
El firme dominio de la dirección socialdemócrata dificultó inicialmente las expresiones contrarias a la guerra, pero en aquellas secciones donde la oposición de izquierda ejercía posiciones dirigentes y contaba con medios de prensa comenzaron a publicarse críticas a la guerra. En Brunswick, en Stuttgart, en Bremen y en Leipzig. También en un distrito de Berlín comienza a aparecer la primera publicación clandestina.
Pero “los revolucionarios alemanes se encontraban en un estado de atomización total. Iban a aprender, a su propia costa, que en un partido al que todavía consideraban suyo, podían recibir una represión que doblaba la del Estado y su policía. Ya la prohibición, dictada el 1° de agosto, de toda manifestación y reuniones públicas, trazaba un marco general impidiendo la expresión política de los adversarios de la guerra. El ejecutivo del partido iba a extender este estado de sitio al mismo partido”5. La oposición dentro del Partido estaba compuesta de muy diversas posturas. En los primeros meses, Rosa Luxemburgo convoca a un conjunto de dirigentes opositores para emitir una declaración contra la guerra, pero tiene que renunciar al intento. Las reuniones que organizan los opositores son prohibidas por la policía y/o por el Partido. Los órganos de prensa en manos de los opositores son clausurados por las autoridades o cerrados por la dirección del Partido.
“Para los más lúcidos de la oposición se hace rápidamente evidente que se emplearán todos los medios para amordazarlos, y que no se les dará ninguna posibilidad de dirigirse a la base”6. Entonces Liebknecht toma una decisión que para él es dolorosa, votará en contra de los créditos de guerra, en contra de la decisión del Partido. Reunido con los demás diputados que están en contra, en un tenso debate, no logra en ese momento convencer a ningún otro y vota en solitario, el 3 de diciembre, contra los créditos de guerra. A pesar de exceder la edad, es incorporado al ejército en febrero. En mayo redacta su famoso volante donde afirma: “El enemigo principal está en nuestro propio país”, que Lenin destacará como la fórmula revolucionaria por excelencia frente a la guerra. Rosa Luxemburgo es detenida en febrero. El ejemplo de Liebknecht impacta. En marzo de 1915 ya son más de treinta los diputados que no están de acuerdo en votar los créditos de guerra y la dirección del Partido tiene que aceptar que se abstengan. Sólo dos votan en contra.
El “bloqueo del hambre”
A pesar de algunos éxitos militares alemanes durante 1915, en el frente oriental y los Balcanes, Alemania tiene claro que sus aliados (Austria, Turquía y Bulgaria) deben ser apoyados material y militarmente para que puedan continuar la guerra. Y lo que es más grave, Gran Bretaña puso en marcha un cerrado bloqueo marítimo que impide a Alemania abastecerse de ultramar. Las condiciones de vida en Alemania se deterioran aceleradamente y, si bien en 1915 todavía no es tan acentuado, el racionamiento comienza a hacer estragos en el ánimo de la población y alienta la resistencia obrera. El pan está racionado desde febrero; después toca a la grasa, la carne, las papas. El invierno de 1915/1916 es el terrible “invierno de los colinabos (por coles y nabos)”.
En diciembre, el Reichstag aprobó la ley de movilización, que ataba al trabajador a la empresa. Todo hombre no reclutado debe presentar una cartilla de trabajo. No les queda nada a los proletarios alemanes de sus conquistas, de sus libertades, aquéllas que sus dirigentes les habían invitado a defender por medio de la guerra y, a pesar de la represión, su cólera se manifiesta cada vez más frecuentemente.
Zimmerwald
En setiembre de 1915 se reúne, en la localidad suiza de Zimmerwald, la Conferencia socialista internacional contra la guerra, convocada por socialistas italianos y suizos. Lenin y un pequeño grupo de delegados forman la izquierda de Zimmerwald, que no sólo denuncia a la derecha socialdemócrata, social-patriotera, sino que denuncia al centro cómplice y encubridor. De los diez miembros de la delegación alemana, la más numerosa, dos votan con Lenin y el resto con una mayoría que resiste a romper con el centro. De todos modos, se acuerda una declaración que es repartida en volantes en Alemania en cientos de miles, causando una gran conmoción, y en especial un volante conjunto de las delegaciones alemana y francesa.
Notas
1. Ver E. V. Tarle: Historia de Europa, Ed. Futuro, 1960, Cap. V y VI.
2. Idem, pág. 275.
3. Idem, págs. 356/7.
4. Paul Fröhlich: Para la historia de la revolución en Alemania, T. I., pág. 105.
5. Pierre Broue: Revolución en Alemania, pág. 35.
6. Idem, pág. 36.
Parte 2
La guerra durante 1916
“Las autoridades alemanas (tanto las militares como las civiles) no podían dejar de tener en cuenta que (las conferencias de) Zimerwald y Kienthal habían tenido su mayor éxito precisamente en Alemania” (Tarle, pág. 379). Ni en Inglaterra ni en Francia se observaba una agitación contra la guerra de la envergadura de Alemania. La insurrección de Irlanda (apoyada por Alemania) en la Pascua de 1916 había fracasado a pesar del heroísmo de sus líderes. “Todos tenían la seguridad de que la revolución estallaría en Rusia (…) pero esa revolución estaba demorándose en exceso” (ídem).
Inquieto por la perspectiva de una guerra que se alargaba, el alto mando alemán consideró que una victoria decisiva sobre Francia podía abrir el camino hacia la paz. Decidieron atacar en Verdún, fuertemente defendida por los ejércitos aliados. La batalla duró desde febrero de 1916 hasta setiembre, la más larga de la guerra. Ambos ejércitos perdieron centenares de miles de hombres en una carnicería infernal. La batalla llegó a su fin por agotamiento, sin que las posiciones se hubieran modificado. En agosto, Alemania derrotó a Rumania con lo que pudo contar con petróleo y cereales rumanos. Pero aún con ese aporte, la situación social alemana a fines de 1916 era desesperante.
Crece la oposición
“La tremenda matanza de Verdún, que no había tenido ningún resultado positivo y había concluido, en sustancia, con una derrota, después de meses de inauditos esfuerzos e incalculables pérdidas, produjo una profunda, dolorosa impresión” (Tarle, pág. 381).
Las protestas se extienden por todo el país. El 1° de mayo de 1916, la oposición de izquierda convoca a un acto en Berlín al que concurren algunos miles de obreros y jóvenes, en el que Liebknecht toma la palabra. Es detenido, pero el día de su juicio, el 28 de junio, 55 mil obreros de Berlín realizan una huelga de protesta. Los acompañan trabajadores de distintas partes de Alemania y en Hamburgo estallan verdaderas rebeliones.
Corrido el velo de la “unidad patriótica” de agosto de 1914, el gobierno persigue y encarcela a los “agitadores”. Kautsky admite en una carta a Víctor Adler de agosto de 1916: “El extremismo corresponde a las necesidades actuales de las masas no educadas. (...) Liebknecht es el hombre más popular en las trincheras” (Broue, pág. 42).
La Liga Espartaco y las oposiciones de izquierda
La oposición de izquierda se va estructurando. En abril de 1915 comienzan a publicar la revista “Die Internationale”. Se organiza una red de contactos en las distintas ciudades y en marzo de 1916 una conferencia funda la Liga Espartaco. No sólo critican a la dirección derechista sino que se diferencian del centro que se está conformando paralelamente. Critican tanto la “paz civil” de la derecha como las ilusiones pacifistas del centro, y afirman que la paz no resultaría más que de una acción revolucionaria del proletariado.
Paralelamente se desarrollan grupos opositores de los más variados. Uno de los más activos y que tendrá un rol protagónico en la revolución es el surgido de los sindicatos de Berlín, los “delegados revolucionarios (…) Red elástica, que descansa sobre contactos de confianza entre militantes de organizaciones legales, el círculo de delegados revolucionarios es, de hecho, candidato al papel de dirección de los trabajadores berlineses que disputa victoriosamente, en múltiples ocasiones, al partido socialdemócrata o a los sindicatos, sin tener la ambición de constituirse en dirección política autónoma ni en sindicato escisionista” (Broue, pág. 48). Encabezados por Richard Müller, líder de los torneros, conviven en ella dirigentes de izquierda y del centro. Ellos protagonizan la huelga en solidaridad con Liebknecht de junio de 1916.
Un debate central en las oposiciones de izquierda es la actitud hacia el Partido Socialdemócrata. Los bolcheviques habían defendido en las conferencias de Zimerwald y Kienthal la necesidad de constituir un partido revolucionario independiente frente a la bancarrota de la Segunda Internacional, separado no solamente de la dirección derechista, agente de la burguesía imperialista en el movimiento obrero, sino también del centro pacifista y vacilante que la encubría. Otto Rhule, poco después de la conferencia de marzo publica en el “Vorwärts” un artículo resonante en favor de una escisión de la socialdemocracia. Lo mismo opinan grupos de Berlín, Bremen y otras ciudades. Rosa Luxemburg, en cambio, los combate: es necesario, según ella, permanecer en el partido todo el tiempo posible, guardarse de constituir una secta, actuar para arrastrar a los obreros a la lucha. La manifestación del 1° de Mayo y la huelga de junio parece una confirmación de esta línea: trabajadores, que no están encuadrados por los revolucionarios, conducen en plena guerra una huelga política que los revisionistas juzgaban imposible en tiempo de paz. Los espartaquistas se oponen a romper con el Partido Socialdemócrata. La tarea es enderezarlo. El protagonismo de las masas les permitirá recuperar la orientación revolucionaria. La escisión inmediata, que propugnan los bolcheviques y que empiezan a proponer en Alemania algunos elementos influidos por ellos, les parece un remedio peor que la enfermedad.
Estos planteos mostrarán rápidamente su inviabilidad y la superior perspectiva trazada por los bolcheviques. Chocan contra la realidad que los golpeará duramente. La escisión se producirá, pero por iniciativa de la derecha, del aparato, y escindirá a la derecha del centro. La izquierda que no supo ni preverla ni prepararla tendrá que tomar posición frente a los hechos consumados. La Liga Espartaco es numéricamente pequeña y no logra capitalizar en términos organizativos la simpatía que genera el prestigio de Liebknecht.
La formación del Partido Socialdemócrata Independiente
El centro liderado por Kautsky y Haase defiende una política de paz sin anexiones y mantiene una “oposición leal” a la dirección derechista. Como parte de este equilibrio, la dirección del partido autoriza las abstenciones de los diputados del centro. Pero, a fines de 1915, una veintena de diputados del centro votan en contra de los créditos militares. Con el deterioro de la situación social y el empantanamiento de la guerra se acrecientan los síntomas de descontento en el seno del partido. En marzo de 1916, Haase denuncia el estado de sitio y los diputados del centro votan en contra de su renovación. La réplica es inmediata, la fracción los excluye por cincuenta y ocho votos contra treinta y tres. Los excluidos forman un “colectivo de trabajo socialdemócrata”. Así, durante todo 1916 convivirán en el mismo partido dos grupos parlamentarios separados y tres corrientes políticas.
Las dos oposiciones, la pacifista y la revolucionaria compiten por ampliar sus bases en el partido. Pero es la dirección la que los aproximará. La tensión social y política lleva al extremo la crisis del partido, que se rompe bajo la presión de fuerzas sociales antagónicas, clases dirigentes actuando por mediación del ejecutivo, clases trabajadoras exigiendo a los opositores la expresión de su voluntad de resistencia. Para el ejecutivo no hay otro recurso más que imponer en el partido el estado de sitio que pesa ya sobre el país. La oposición leal debe defenderse y dejar de ser leal so pena de verse aniquilada.
Por iniciativa del “colectivo de trabajo socialdemócrata” de Haase se convoca a una conferencia de toda la oposición en Berlín en enero de 1917 a la que concurre los espartaquistas. Nadie propone la escisión. La conclusión es que se mantendrán contactos permanentes entre todas las oposiciones para defenderse de las agresiones de la dirección. Pero es el Ejecutivo derechista el que toma la iniciativa. Acusa a la oposición de colocarse ella sola fuera del partido y comienza una purga implacable por todo el país. La oposición tendrá que sacar las conclusiones. La escisión es un hecho. Una nueva conferencia en la pascua de 1917, en Gohta, decide la formación del Partido Socialdemócrata Independiente.
No se trata de la salida de algunos dirigentes ni la secesión de organizaciones locales. El partido se parte de arriba abajo. Unos 170.000 militantes quedan en el viejo partido, mientras que el nuevo reivindica 120.000. Entre éstos, los dirigentes más conocidos de todas las tendencias de antes de la guerra, Liebknecht y Luxemburgo, Haase y Ledebour, Kautsky y Hilferding, e incluso Bernstein. Ni querida ni preparada por la oposición, la escisión resulta de la doble presión de la cólera obrera y de la determinación del ejecutivo, al servicio de la política de guerra, de impedir cualquier resistencia. Los dirigentes del nuevo partido, que habían luchado durante años con el objetivo declarado de evitar la escisión, se encuentran, paradójicamente, a la cabeza de un nuevo partido.
Kautsky y Bernstein sólo se decidieron a adherirse a la nueva organización, después de consultar con sus amigos, para servir de contrapeso a los espartaquistas y contribuir a limitar su influencia (Broue, pág. 56).
El rechazo al centralismo y la división de la izquierda
Los espartaquistas ingresan al nuevo partido liderado por los centristas en contra del reclamo de los sectores de izquierda radical que rechazan someterse al centro. Uno de los aspectos que seduce a muchos espartaquistas para ingresar al nuevo partido es también controversial: el nuevo partido renuncia a todo centralismo. Uno de sus portavoces, el joven Fritz Rück, lo precisaba sin vueltas: “Queremos ser libres para seguir nuestra propia política”. Pero esto es un llamado al espontaneísmo. Los espartaquistas ni siquiera forman una fracción dentro del nuevo partido. La actitud de los espartaquistas se explica por su concepción de la naturaleza de la revolución, elaborada en la lucha contra la centralización burocrática y dejando poco espacio a la organización; es ahí donde están las raíces de sus divergencias, no sólo a nivel internacional, con los bolcheviques, sino en el nacional, con los radicales de izquierda.
Una consecuencia del ingreso de los espartaquistas al nuevo partido es partir en dos a la minoría revolucionaria. En agosto se celebró en Berlín, con la presencia de delegados de Bremen, Berlín, Francfort, Rüstringen, Meoers y Neustadt, una conferencia de grupos radicales de izquierda con el objetivo de crear un “partido socialista internacional”. Pronto Otto Rühle, todavía diputado, se une a los “socialistas internacionalistas”, con los militantes de Dresde y de Pir que le siguen.
Bibliografía
Eugene Tarle: Historia de Europa, Ed. Futuro, 1960.
Pierre Broue: Revolución en Alemania.
Parte 3
El viraje de 1917
El año 1917 marca un viraje profundo en el curso de la guerra, tanto en los escenarios bélicos como sobre todo por el clima político y social en los Estados que la estaban llevando adelante. Las enormes pérdidas de vidas humanas durante las batallas de 1916 produjeron un tremendo efecto, especialmente en Alemania donde como venimos analizando la situación social se deterioraba en la retaguardia pero también comenzó a afectar al frente. Los altos mandos alemanes Ludendorff y Hindenburg veían como alternativa buscar la paz inmediatamente mientras Alemania contara aun con algunas ventajas territoriales que negociar o lanzarse a la guerra submarina para quebrar el bloqueo naval inglés (Tarle, p.385).
Se aplicaron en forma sucesiva. Alemania hizo un llamado formal a la paz en diciembre de 1916 que fue rechazado por los aliados y se lanzó a la aventura de la guerra submarina sin restricciones desde comienzos de 1917, que no solo fracasó en quebrar el bloqueo sino que le dio al presidente Wilson, de Estados Unidos, el pretexto justo para justificar ante su población sumarse a los aliados y declararle la guerra a Alemania en abril de 1917. Naturalmente que los yanquis ya tenían decidido intervenir. El desgaste sufrido por las potencias europeas hasta entonces y su enorme capacidad industrial le permitían colocarse como un protagonista decisivo de la posguerra.
La Revolución Rusa, las huelgas de abril en Berlín y la agitación en la flota alemana
Pero el hecho que marcó el viraje fue la Revolución Rusa de febrero de 1917, marzo según el calendario occidental. La caída del zar, la formación de los soviets, la comprobación de que las penurias de la guerra tenían su efecto en la conducta de las grandes masas y podían desembocar en una Revolución que liquidó en una semana a un régimen milenario, provocaron una profunda impresión en todos los países beligerantes.
En Alemania, como señalamos en la nota anterior, entre enero y marzo se formó el Partido Socialdemócrata independiente que representó, aun con todas sus limitaciones la puesta en pie de una nueva organización que ponía sobre el tapete el debate sobre la necesidad de un partido revolucionario. Un informe del prefecto de policía al comandante militar de Berlín, fechado el 23 de febrero de 1917, declaraba: “Actualmente, casi todos los militantes sindicales metalúrgicos que se imponen en las fábricas, son miembros de la oposición, y una gran parte del grupo Espartaco que ha tomado por consigna “Poner fin a la guerra mediante las huelgas” (Broue, p. 61).
La influencia de la Revolución Rusa multiplicó la agitación de los sectores más radicales de la oposición socialdemócrata. El llamado a una paz sin anexiones que el gobierno provisional declamaba (aunque trataba de continuar la guerra por sus compromisos con los imperialistas aliados), tenía impacto en las masas. En abril se desarrolla en Berlín una masiva huelga impulsada por los “delegados revolucionarios” que engloba a más de 300 mil obreros. Aunque sus reclamos son inicialmente reivindicativos (mejoras en el abastecimiento sobre todo), una huelga paralela en Leipzig, donde lideraban los sectores más radicales agrega reivindicaciones políticas: una declaración del gobierno en favor de una paz sin anexiones, la supresión de la censura y el levantamiento del estado de sitio, la abolición de la ley de movilización del trabajo, la liberación de los presos políticos, la introducción del sufragio universal en elecciones a todos los niveles. En Berlín se debate sumar los reclamos de Leipzig. La burocracia y la dirección del partido socialdemócrata asumen formalmente la huelga, y maniobran para levantarla sin que se incluyan las reivindicaciones políticas y con algunas concesiones menores. Pero no logran derrotarla. Una valla había sido superada. Las masas habían librado su primer combate. Los socialdemócratas independientes habían ganado un gran prestigio. Aparecían a los ojos de las más amplias capas como los campeones de una lucha de masas por la paz, revolucionaria a causa de las condiciones en las que era llamada a desarrollarse. En numerosas fábricas se lanzó la consigna de formar consejos obreros como en Rusia.
Entre junio y julio un movimiento se pone en marcha entre los marineros de la flota anclada en Kiel. Forman una liga clandestina de marinos y soldados que llega a agrupar a cinco mil miembros. Se dirigen a los dirigentes independientes para que les den orientación. Estos parlamentarios con nula experiencia en trabajo clandestino terminan poniendo en peligro el movimiento que se desenvuelve con acciones de masas pero son duramente reprimidos. Los líderes son ejecutados en septiembre de 1917. Algunas semanas más tarde, Lenin escribe que este movimiento revolucionario marca “la crisis de crecimiento de la revolución mundial”, y constituye uno de los “síntomas de un despertar de la revolución, a escala mundial”. En realidad, la tragedia que llegará a Alemania está inscrita por completo en este drama, el contraste entre la voluntad de acción de los jóvenes trabajadores con uniforme y la incapacidad de “los jefes” que deberían liderarlos (Broue, p. 67).
La Revolución Rusa provoca también un debilitamiento de la guerra en el frente oriental. El gobierno francés, preocupado por esto, con los ingleses concentrando sus energías contra el gobierno turco, y los Estados Unidos sin pesar en la batalla, inicia una ofensiva sobre las líneas alemanas en abril de 1917 que tiene el mismo efecto que la batalla de Verdun del año anterior. Miles de muertos, heridos y prisioneros de ambos bandos y ninguna ventaja militar. Pero la revolución rusa también impactó en Francia. Entre mayo y junio estallan motines e insoburdinaciones en el ejército francés y se convocó a la formación de consejos de soldados. Una intensa agitación recorrió al ejército. Las autoridades prefirieron no enfrentarlo abiertamente sino aplicar una represión selectiva y tratar de controlarlo, lo que lograron hacia fines de junio (Tarle, p. 446).
La Revolución de Octubre y la agitación obrera en Alemania y Austria-Hungría
Cuando en noviembre de 1917 los bolcheviques toman el poder, hacen un llamamiento por la paz y contra la guerra. A poco comienzan las negociaciones en Brest Litovsk. Los bolcheviques, con Trotsky a la cabeza de la delegación, han sabido utilizar las conversaciones como una tribuna desde donde los trabajadores rusos llaman en su socorro a sus hermanos de los países beligerantes, que tiene un enorme impacto en los imperios centrales, Alemania y Austria-Hungría. La llamada es escuchada: el 14 de enero de 1918 estalla la huelga en la fábrica de municiones, en Budapest. En unos días se extiende a todas las empresas industriales de Austria y de Hungría.
En este clima se celebra, el domingo veintisiete de enero, la asamblea general de los torneros de Berlín. A propuesta de Richard MüIler, decide por unanimidad desencadenar la huelga al día siguiente, y celebrar asambleas generales que elegirán a los delegados. Estos delegados se reunieron en la sede de los sindicatos y designaron la dirección de la huelga: las lecciones de abril de 1917 no han sido olvidadas. El 28 por la mañana, hay 400.000 huelguistas en Berlín y las asambleas generales previstas se celebran en todas las fábricas, donde torneros y delegados revolucionarios obtienen aplastantes mayorías. Se reúnen los cuatrocientos catorce delegados, elegidos en las fábricas. El número de huelguistas llega a 500.000. Los socialdemócratas de la mayoría intervienen para frustrar el movimiento. En sus memorias el dirigente socialdemócrata Ebert, futuro presidente de la república burguesa reconoce su rol: “En las fábricas de municiones de Berlín, la dirección radical había tomado las riendas. Algunos afiliados a nuestro partido fueron obligados por los radicales a dejar el trabajo atemorizados y vinieron al ejecutivo a suplicar que se enviasen algunos miembros a la dirección de la huelga (...) Yo entré a la dirección de la huelga con la intención bien determinada de ponerle fin lo más deprisa y evitar así al país una catástrofe”. En una escala ampliada, las maniobras de abril de 1917 para hacer retroceder la huelga.
Para Richard Müller y sus camaradas, no queda más que batirse en retirada, reconociendo la derrota. Para una minoría revolucionaria, esta derrota es rica en enseñanzas. Richard Müller escribe que el sentimiento dominante entre los proletarios era: “Nos hacen falta armas. Nos hace falta hacer propaganda en el ejército. La única salida es la revolución”. Los espartaquistas han lanzado, durante el movimiento ocho volantes de veinte a cien mil ejemplares cada uno, lo que constituye un verdadero record para una organización ilegal. Sin embargo, toman conciencia de que no están suficientemente organizados ni claramente orientados. Jogiches, uno de sus principales dirigentes escribe: “parece que ha habido entre los delegados (...) muchos de nuestros partidarios. Sólo que estaban dispersos, no tenían un plan de acción y se perdían entre la muchedumbre. Además, la mayor parte de las veces, ellos mismos no tuvieron perspectivas claras (Broue, p.69-73).
La paz de Brest Litovsk y el nuevo fracaso de la ofensiva alemana en Francia
Con una rápida ofensiva sobre el frente ruso los alemanes logran imponerle a los bolcheviques la paz de Brest Litovsk el 3 de marzo de 1918, por la cual desprenden de Rusia enorme territorios (Ucrania y los países bálticos, entre otros). La paz produce un doble efecto. Por un lado facilita la disponibilidad de las tropas alemanas en el frente occidental (Francia). Pero al mismo tiempo pone de relieve ante las masas tanto de Alemania como de los demás países beligerantes que el imperio alemán lleva adelante una guerra de conquista, de anexiones.
Envalentonados con sus conquistas y presumiendo por demás de los beneficios que les reportarían los granos y otras exacciones de Ucrania y los territorios ocupados (que finalmente no fueron tantos), el alto mando alemán lanzó una nueva ofensiva sobre el frente occidental. Una vez más a mediados de marzo oleadas de soldados alemanes son lanzados sobre las fortalezas francesas. Hasta junio obtuvieron algunas victorias aunque ninguna decisiva. En julio comienza la segunda batalla del Marne pero en agosto el ejército francés retoma la ofensiva. El ingreso masivo de los tanques, esa nueva maquinaria infernal que Estados Unidos produce masivamente termina por desbalancear los combates. A partir de entonces, la derrota alemana es sólo cuestión de tiempo.
BIBLIOGRAFIA
Eugene Tarle, Historia de Europa, Ed Futuro, 1960
Pierre Broue, Revolución en Alemania
Parte 4
El impacto de la revolución Rusa
Como hemos señalado en la nota anterior, la revolución rusa impactó fuertemente sobre el movimiento obrero alemán que comenzó a tomar en sus sectores más radicales la consigna de los consejos obreros. El triunfo bolchevique en noviembre de 1917 y la campaña para acabar con la guerra que llevó adelante la delegación bolchevique encabezada por Trotsky durante las conversaciones de paz en Brest Litovsk fueron muy bien recibidas por los sectores más activos del movimiento obrero alemán.
Pero los socialdemócratas independientes estaban profundamente divididos sobre la actitud a adoptar frente a la revolución y al nuevo poder soviético. El viejo “centro pacifista”, ala derecha del Partido Socialista Independiente (PSI) encabezado por Kautsky era fuertemente crítico de los bolcheviques, denunciaba la “dictadura proletaria”, daba lugar en su prensa a la oposición menchevique, en síntesis, se oponía a llevar adelante una acción revolucionaria y anticipaba el seguro fracaso de la “aventura bolchevique”. Por el contrario, los espartaquistas y los sectores de izquierda que permanecieron fuera del PSI se mostraban partidarios de una revolución de consejos de obreros y soldados, como en Rusia.
Para los bolcheviques, la cuestión de la revolución alemana fue desde un primer momento una prioridad. Más aún, para los bolcheviques la revolución rusa era la iniciadora de la revolución europea, mientras que la alemana que debía seguirla era considerada como el puente que empalmaría con la Revolución mundial.
No estaban errados en esta perspectiva, habida cuenta que la revolución alemana va a desencadenarse más temprano incluso que lo que muchos imaginaban. Los debates en el partido bolchevique alrededor de las negociaciones de Brest Litovsk, ¿hasta dónde estirarlas?, ¿en qué momento aceptar las duras condiciones impuestas por el imperio germánico? giraban en torno a cómo influirían esas decisiones en el despertar de la revolución alemana.
Los bolcheviques intentaron influir sobre los alemanes por lo menos desde abril de 1917 y más aún después de la toma del poder. Llevaron adelante una masiva propaganda y agitación entre los prisioneros de guerra (más de 150 mil soldados alemanes), entre los cuales había numerosos socialdemócratas que fueron influidos por el bolchevismo. Editaron un periódico y lanzaron cientos de miles de volantes. Y crearon el “grupo alemán del partido comunista ruso (bolchevique)” bajo el liderazgo de Radek. Después de la paz tuvieron que liberarlos, pero el alto mando alemán era consciente que llevaban inoculado el virus de la revolución y que era peligroso llevarlas al frente francés.
Después de la paz se abrió otro frente de propaganda y organización a través de la embajada soviética en Berlín. A cargo de Joffe, desarrolló una amplia actividad de sostén material y político al ala izquierda del PSI.
La izquierda alemana frente a la Revolución Rusa
Tanto los espartaquistas como los radicales de izquierda de Bremen apoyaron la toma del poder por los bolcheviques sin reservas. Los redactores de Arbeiterpolitik (“Política Obrera”, órgano de los radicales de izquierda) saludaron, desde el 17 de noviembre, con entusiasmo a los consejeros de obreros y soldados en el poder; el 15 de diciembre, Johann Knief explicaba por qué la revolución rusa ha podido progresar tan rápidamente y vencer: “Única y exclusivamente porque existía en Rusia un partido autónomo de extrema izquierda que, desde el principio, ha desplegado la bandera del socialismo y luchado bajo el signo de la revolución social”. Franz Mehring, el “decano” de la izquierda espartaquista, dirigió el 3 de junio de 1918 una “carta abierta” a los bolcheviques, en la que se declaraba solidario de su política. Criticaba ferozmente la perspectiva – del PSI – de reconstruir la socialdemocracia de antes de la guerra y emplear la “vieja y probada táctica”, y la calificaba de “utopía reaccionaria”. Se pronunciaba por una nueva construcción de la Internacional y formulaba una autocrítica: “Nos hemos equivocado sobre un solo punto: precisamente cuando después de la fundación del partido independiente (...), nos hemos unido a él a nivel organizativo, con la esperanza de impulsarlo adelante”. Esta esperanza hemos tenido que abandonarla. En el periódico de Leipzig, Mehring desarrollaba más ampliamente estos conceptos y asociaba el régimen de los soviets a las enseñanzas de la Comuna de París.
En el suplemento femenino del mismo periódico, Clara Zetkin desarrollaba los temas del poder de los consejos, la forma “soviética” que debe revestir en Alemania la revolución proletaria. Pero esta importante evolución de algunos de los elementos más responsables del grupo espartaquista no se tradujo en decisiones de amplitud parecida en materia de organización.
Una vez más el debate sobre la necesidad de la formación de un partido revolucionario independiente y autónomo va a recorrer todo el año 1918. La postura principal de crítica a la idea de un partido independiente la desarrollaba Rosa Luxemburgo, la principal líder de la Liga Espartaco. Ella se oponía a formar un partido independiente porque sería una secta, y confiaba que la evolución de las masas permitiría superar las limitaciones del PSI. Pero esto colocaba a los espartaquistas como rehenes de la dirección derechista del PSI y privaba al numeroso activismo de la izquierda socialdemócrata de una dirección independiente y de un cuadro orgánico que le permitiera intervenir colectivamente en la lucha de clases. Recordemos que ni siquiera formaron una fracción dentro del PSI. Rosa Luxemburgo tenía además reservas frente a la política de los bolcheviques, lo que se entremezclaba con sus diferencias respecto a la necesidad de un partido independiente: criticaba la política de terror y la persecución de las otras tendencias socialistas, criticaba la política agraria, que creaba, según ella, un peligro capitalista, y criticaba, sobre todo, la política exterior de la Rusia soviética, su aceptación de la paz de Brest-Litovsk, que retrasaba el final de la guerra y la explosión de la revolución alemana.
Rosa Luxemburgo había redactado en agosto o septiembre de 1918 una dura crítica a la política de los bolcheviques en Brest-Litovsk, que sería una “carta de Spartakus”. De común acuerdo, Levi, Léviné y Ernst Meyer (los tres principales líderes espartaquistas que estaba en libertad) rehusaron publicarla (como explicaron varios años después en Die Rote Fahne, 15 enero 1922). Paul Levi visitó a Rosa Luxemburgo en la prisión de Breslau y llegó a convencerla para que renunciase a su publicación. En el momento que se retiraba Rosa Luxemburgo le entregó el manuscrito sobre la Revolución Rusa diciéndole: “He escrito este folleto para vosotros; si sólo pudiese convenceros, mi trabajo no habría sido inútil”.
La carta de Spartakus, “La tragedia rusa”, expresaba un sentimiento difundido en la vanguardia alemana, la idea que la revolución rusa, aislada y en cierta forma prematura, estaba condenada al desastre en un plazo breve. Pero la nota de presentación precisaba el sentido de esta preocupación: “Estos temores resultan de la situación objetiva de los bolcheviques y no de su comportamiento subjetivo. Nosotros reproducimos este artículo sólo en función de su conclusión: sin revolución alemana, no hay salud para la revolución rusa, no hay esperanza para el socialismo en esta guerra mundial. Sólo existe una sola solución: la sublevación masiva del proletariado alemán”.
La revolución proletaria y el renegado Kautsky
Uno de los ejes de la polémica de Lenin con los revolucionarios alemanes era la demora en constituir un partido revolucionario independiente, polémica que recorrió las conferencias de Zimmerwald y Khiental y que se agudizó después de la Revolución de Octubre ante la perspectiva más cercana de la revolución alemana. Los militantes de la Internacional de la juventud, en Suiza, aseguraronn la difusión clandestina en Alemania de la carta de Lenin sobre “El programa militar del proletariado revolucionario”. Por Estocolmo y por Suiza, a la vez, penetraron en Alemania miles de ejemplares de El Estado y la Revolución.
Para Lenin, la principal batalla política debía ser dirigida contra los centristas y particularmente contra Kautsky, a quien juzgaba como el adversario más peligroso, ya que había roto oficialmente con los “social-chauvinistas”, mientras que defendía, de hecho, su política; todos los esfuerzos de Kautsky se dirigían a impedir al proletariado alemán el acceso a la vía del bolchevismo. Con el propósito de convencer a los militantes revolucionarios alemanes, Lenin redactó en 1918 su folleto “La Revolución proletaria y el renegado Kautsky”, en el que proponía la revolución bolchevique como modelo: “La táctica de los bolcheviques era correcta; era la única táctica internacionalista (...) ya que hacía lo máximo, de lo que era realizable, en un sólo país para el desarrollo, el sostén, el despertar de la revolución en todos los países. Esta táctica se ha afirmado con un inmenso éxito, porque el bolchevismo (...) se ha transformado en el bolchevismo mundial; ha dado una idea, una teoría, un programa, una táctica, que se distinguen concretamente, en la práctica del social-chauvinismo y del social-pacifismo. (...) Las masas proletarias de todos los países se dan cuenta, cada día más claramente, que el bolchevismo ha indicado la vía a seguir para escapar de los horrores de la guerra y del imperialismo, y que el bolchevismo sirve de modelo de táctica para todos”.
A mediados de octubre de 1918, ante la preocupación de que la situación alemana madurara más rápido que la impresión de su folleto, redactó un resumen de unas diez páginas para difundirlo lo más rápidamente posible en Alemania. El texto finalizaba con este subrayado que muestra el eje de las preocupaciones de Lenin en ese momento: “El mayor mal para Europa, el mayor peligro para ella, es que no existe partido revolucionario. Hay partidos de traidores como los Scheidemann (...) o de almas serviles como los Kautsky. No hay partido revolucionario. Ciertamente, un potente movimiento revolucionario de masas puede corregir este defecto, pero este hecho sigue siendo un gran mal y un gran peligro. Por esto debemos, por todos los medios, desenmascarar a los renegados como Kautsky y sostener así a los grupos revolucionarios de los proletarios verdaderamente internacionalistas, como los que hay en todos los países. El proletariado dejará rápidamente a los traidores y renegados para seguir a estos grupos en cuyo seno formará a sus jefes”.
La revolución marchaba más rápido que los revolucionarios. Se producirá antes que los revolucionarios hayan podido romper con su rutina, soltar la tenaza de la represión y sacar, en la práctica, las conclusiones que les dictaban tres años de lucha en Rusia y en el resto del mundo. Y va a llegar esencialmente por la derrota militar.
Andrés Roldán
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario