domingo, 4 de noviembre de 2018

El vasallo Bolsonaro en el altar de Trump




Pocos movimientos político económicos entre Estados nacionales se dan hoy en día por fuera de la disputa geopolítica entre Estados Unidos y China. Ambos países se encuentran en guerra comercial abierta, de variada intensidad. No está descartado que Trump utilice el vasallaje de Bolsonaro como palanca para contener el avance de China en América Latina en general, y en Brasil en particular.

Desde hace mucho, Jair Bolsonaro promete extender una alfombra roja desde Washington a Brasilia. En 2017, estando en un evento en Florida, mientras decía defender el legado de la dictadura militar (1964-1985), patrocinada por Estados Unidos, Bolsonaro saludaba a la bandera estadounidense y prometía que “si fuera elegido, estén seguros que Trump tendrá un aliado en el hemisferio Sur [...] Trump es un ejemplo para mí”.
Tampoco se distingue por la dignidad la entrevista posterior de Bolsonaro, en la que afirmaba esperanzado que “sin duda Trump sabe que existo...”.
Ese vasallaje de Bolsonaro a Trump y a Estados Unidos compone buena parte de su programa. La orientación propuesta por el dueto Bolsonaro-Guedes [futuro ministro de Economía] en la política externa se encuentra en perfecta sintonía con los intereses del Pentágono y la CIA. Prometieron retirarse del Consejo de Derechos Humanos de la ONU (el organismo que falló a favor del derecho de Lula de participar de las últimas elecciones presidenciales), trasladar la embajada de Brasil en Israel a Jerusalén, oponerse al avance económico de China y adoptar una política de “cambio de régimen” para Venezuela.
Además, Guedes fue enfático al afirmar a la prensa argentina que el Mercosur “no es prioridad” para la futura gestión, que tendrá como prioridad “comerciar con todo el mundo”. Eso alarmó al gabinete derechista de Macri.
Habiendo ya ofrecido a Estados Unidos la base de Alcántara, en el norteño Estado de Maranhão, y dando continuidad a la entrega express de las reservas marítimas de petroleo conocidas como pre-sal a las petroleras estadounidenses, Bolsonaro atiende los requisitos de lo que podríamos llamar la filial local del programa “America First” de Trump.
No en vano, el nuevo presidente electo –en las elecciones más manipuladas de la historia reciente, dicho sea de paso- arrodillado en el altar de Washington, fue inmediatamente felicitado por Trump, que afirmó en un tuit que Estados Unidos tendrá “buenas relaciones comerciales y militares con Brasil”.
La relación militar es una de las formas en las que Trump quiere aprovechar el nuevo siervo brasileño. El sector aeroespacial de Estados Unidos no metabolizó aun la pérdida que sufrió en 2013 a manos de Suecia, por el encargo de 36 supersónicos para la renovación de la flota de la FAB (Fuerza Aérea Brasileña), una transacción de 5.400 millones de dólares. La elección de socios franceses y chinos para atender los programas de satélites tampoco fue bien recibida. Entre los cuatro grupos finalistas en la elección del consorcio que va a construir cuatro nuevas corvetas para la Marina no hay ninguna empresa estadounidense, para un contrato de un valor de 1.600 millones de dólares.
Así, Bolsonaro quiere ir hacia una subordinación abierta al “amo del Norte”, es decir, mayor a la que mostraron Lula y Dilma cuando en medio de su completa sumisión al capital financiero internacional, mantenían algún margen de maniobra con sus “global players” y divergencias parciales en temas como el acuerdo nuclear con Irán.
Según León Trotsky, esta subordinación entreguista es una característica vital de un gobierno bonapartista de derecha en países de desarrollo capitalista atrasado, como Brasil, dependientes del capital extranjero en cada aspecto de su vida política, social y económica. Para los países latinoamericanos, Trotsky analizaba que ese tipo de gobierno “es la expresión de la dependencia más servil al imperialismo extranjero”.
La “era Donald Trump” ya se destacaba por el agresivo retorno de los “nacionalismos económicos” y por un mayor intento de injerencia en la política interna de los países, no solo por parte de Estados Unidos, sino del imperialismo mundial de conjunto.
La operación judicial Lava Jato, con la prisión arbitraria de Lula, la presión para privatizar enormes empresas como Petrobras y Eletrobras, el autoritarismo judicial y la politización de las Fuerzas Armadas, son expresión de los intereses imperialistas en Brasil.
Ahora, con Bolsonaro, tiene un aliado importante para nutrir planes de intervención en países latinoamericanos, y especialmente para avanzar en el establecimiento de su patio trasero, económico y geopolítico.

¿Va a ser Bolsonaro un actor en las disputas geopolíticas entre Estados Unidos y China?

Pocos movimientos político-económicos entre Estados nacionales se dan hoy por fuera de la disputa geopolítica entre Estados Unidos y China. Ambos países se encuentran en una guerra comercial abierta, de variada intensidad. La crisis económica mundial reestructuró las disputas interimperialistas, y en particular la guerra comercial entre el imperialismo estadounidense y el gigante chino. Con eso, modificó el curso de la política interna en los países dependientes y semicoloniales.
No está descartado que Trump utilice el vasallaje de Bolsonaro como palanca para contener el avance de China en América Latina en general, y en Brasil en particular
El exgurú de Trump, Steve Bannon, habló del tema y elogió a Bolsonaro, en una entrevista al diario Folha de S. Paulo, donde dijo: “Bolsonaro va a recortar gastos, hacer la reforma previsional, estimular el emprendedurismo. Pero Brasil debería estar preocupado y hacer algo con respecto al capitalismo predatorio de China. No se trata de confrontarlos, se trata de profundizar la relación con Estados Unidos”.
Para eso confían en Bolsonaro. La enemistad retórica del ultraderechista con China tuvo distintos episodios, sintetizados en la frase “Los chinos no están comprando en Brasil, están comprando Brasil”. También irritó a Pekín al visitar Taiwan, país considerado por China como parte de su territorio.
China es el principal socio comercial de Brasil, con masivo consumo de materias primas exportadas en todo el ciclo económico de la década de 2000, especialmente la soja y el mineral de hierro, pero también petróleo. El comercio bilateral entre China y Brasil fue de 75.000 millones de dólares en 2017, según estadísticas del gobierno brasileño. La tendencia venía siendo que en pocos años China pasaría a Estados Unidos y toda la Unión Europea en “stock” de capital invertido en Brasil.
También en la rama del petróleo el interés chino se mete en Brasil. Petrobras y el China Development Bank (CDB) firmaron un acuerdo en 2017 para la liberación de financiamiento de 5.000 millones –segunda parte de un préstamo de 10.000 millones de dólares- para la extracción del pre-sal.
Geopolíticamente, China se opone a la intervención de Estados Unidos en Venezuela.
Ante la magnitud de estas inversiones, el disgusto entre China y Bolsonaro antes de las elecciones fue patente. El ministro consejero de la Embajada china en Brasil, Qu Yuhu, dijo que las afirmaciones de Bolsonaro contra China reflejan “falta de conocimiento del contenido estratégico de nuestra sociedad [...] El nuevo gobierno va a tener una nueva agenda y vamos a necesitar un período de adaptación”.
El vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, Lu Kang, fue aun más duro, días antes del balotaje, afirmando que Brasil no debería permitir insinuaciones como las de Bolsonaro, ya que los chinos se permiten invertir en un país tan arriesgado como Brasil.
Pero después del triunfo de Bolsonaro, el gobierno chino buscó amenizar el tono. El propio Kang fue encargado de mostrar que las puertas están abiertas a China: “Esperamos que los dos países (China y Brasil) fortalezcan la cooperación dentro de los BRICS y la cooperación multilateral, sirviendo al interés común de los países en desarrollo y los mercados emergentes”. China espera que el nuevo gobierno amplíe las concesiones de infraestructura y realice privatizaciones con la participación del capital extranjero, dentro de la cual busca un lugar privilegiado.
Hay que ver hacia dónde se desarrollan estos antagonismos, sabiendo que grandes capitalistas nacionales tienen jugosos negocios con China, y no están satisfechos con los exabruptos de Bolsonaro contra Pekín. Es el caso de la minera Vale, que tiene gran participación de capital chino y es la mayor exportadora de mineral de hierro al gigante asiático. Fábio Scharvstman, presidente de Vale, le puso freno a las críticas bolsonaristas a Pekin.
Por un lado, Brasil es dependiente de las ventas a China. Pero China, a su vez, tendría dificultades de abastecimiento si tomase medidas contra Brasil (ya habiéndolo hecho contra Estados Unidos). Sin ver los términos, está la hipótesis de que el alineamiento de Bolsonaro con Trump aumente el poder de regateo de Estados Unidos en la guerra comercial con China.
No se puede eludir la difícil situación de la economía brasileña, que pone escollos a cualquier cambio en las relaciones sino-brasileñas: Brasil sufre un desempleo de 12%, un déficit del 8% del PBI y una dependencia gigantesca de las exportaciones de materias primas.
Lo cierto es que, desde ya, Brasil se potenciará como campo de disputa de influencia entre Estados Unidos y China, como plataforma para toda América Latina. Por ahora, Trump tiene el comodín.

Antiimperialismo

Frente al plan imperialista en la región, de subordinarla más directamente con el auxilio del esclavista Bolsonaro, la batalla contra el imperialismo en la región se hace aun más urgente. Eso no puede ser hecho con los métodos de la “oposición pacífica y parlamentaria” del PT, que durante 13 años en el Ejecutivo, más allá de divergencias episódicas y secundarias, abrió espacio a las súper ganancias del capital financiero imperialista, en primer lugar de Estados Unidos, pagando religiosamente la fraudulenta deuda pública.
Ese fue el karma de los gobiernos nacionalistas burgueses en América Latina, como el PT: se llenaban la boca para hablar sobre la “unidad latinoamericana” y ni siquiera fueron capaces de discutir en común la cuestión de la deuda. No son una alternativa al entreguismo autoritario de Bolsonaro.
Se trata de apostar a que los propios trabajadores conquisten su fuerza política con un programa anticapitalista que se proponga luchar por conquistar el poder. Por ejemplo, exigiendo en no pago de la deuda pública y, contra todas las formas de privatización, que Petrobras sea 100% estatal bajo gestión de los trabajadores y control popular.
La tarea estratégica de garantizar la unidad de América Latina, su integración económica y política solo puede ser hecha bajo la dirección de gobiernos obreros de ruptura con el capitalismo, conquistando una federación de repúblicas socialistas de América Latina que se transforme en un punto de apoyo para la lucha de todos los trabajadores del mundo.

André Augusto
Natal | @AcierAndy

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