Estudiar el método de El Capital en buena medida es estudiar su propósito o su objeto, lo que significa también abordar su actualidad. Publicamos aquí una versión sintética de la charla de Paula Bach en el 3er Coloquio Internacional de Marxismo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México, así como de la charla de apertura al seminario introductorio de El Capital realizada en el Buenos Aires en Febrero de 2015.
Abordar el método de El Capital implica hablar de la estructura global de la obra, de sus distintos momentos, de los ensayos previos, además de tratar el método materialista dialéctico, lo que Marx adopta de Hegel, la crítica a Hegel, el círculo concreto-abstracto-concreto, el lugar de la mercancía, la discusión sobre el carácter lógico o histórico, entre otros aspectos. La cuestión del método de El Capital es muy profunda, amplia y compleja [1].
Pero se trata de una problemática en gran parte abierta, porque estudiar el método de El Capital en buena medida es estudiar el propósito o el objeto de El Capital, lo que significa también abordar su actualidad. La relación entre método y propósito es central al problema que abordo aquí, por lo que no me voy a referir a “el método” de El Capital, que aparece de manera más bien implícita, sino a algunos elementos de método. No se trata de un análisis de viejos textos, sino de un tema profundamente actual, más aún luego de la crisis económica que comenzó en el año 2008. Una crisis que no solo habla de economía, sino también de política y geopolítica, como puede observarse en la ya no tan nueva administración Trump [2].
En este contexto la fuerza explicativa y transformadora de El Capital pasa a primer plano y por eso es importante volver al núcleo de esta obra, indisociable de su método. Desde que Marx dio forma definitiva al primer tomo en 1866 –los otros dos tomos los publicó Engels en base a borradores– pasó mucha agua bajo el puente y naturalmente el capitalismo sufrió múltiples transformaciones. Resultaría de un dogmatismo pedante pretender que El Capital, tal como fue escrito, tenga explicación para todos los fenómenos existentes.
Entre las modificaciones que sufrió el modo de producción capitalista hay tres muy significativas. La primera, el lugar del sector “servicios”. Si en la época de Marx tenía un lugar marginal en la economía, que estaba casi en un 100 % abocada a la producción de bienes materiales, ahora, al menos en los países centrales –y en crecimiento en los no centrales–, involucra la mayor parte de la economía (70 % del PBI norteamericano). Se trata de una modificación muy importante porque, entre otras cosas, en este sector, en el que las mercancías no se separan claramente del productor como sí sucede en el caso de los bienes industriales, se produce una dificultad para la producción de plusvalor. Por supuesto se produce plusvalor en el sector servicios, pero de una manera singular y con mayores contradicciones. En segundo lugar, el llamado “consumo de masas”. La incorporación al consumo de grandes sectores de la población que en la época de Marx estaba casi exclusivamente asociado a la subsistencia. Hoy –y en particular desde la segunda posguerra mundial– el “consumo de masas” representa un aspecto clave en la dinámica de la economía capitalista. Introduciendo a importantes sectores de trabajadores, incluso de muy bajos ingresos, dentro de la “sociedad de consumo”, en gran parte asociada al crédito barato que, como dice el economista griego Costas Lapavitsas, se constituyó en una nueva forma de extracción sui generis de “plusvalor” o en una forma de quitar una porción más de su producto a los trabajadores por fuera de la producción. Por último, el peso y el lugar de los bancos y las finanzas –el mercado total de derivados equivale a aproximadamente 9 veces el PBI mundial– un proceso íntimamente asociado al desarrollo de Internet, las telecomunicaciones, la movilidad internacional del capital a partir de los años ‘80, así como al sistema de crédito mencionado en el punto anterior.
A pesar de estas transformaciones extraordinarias y de que es imposible entender hoy al capitalismo desde El Capital “puro”, el núcleo duro, la base fundamental de la teoría marxista, lo que hace que el capital sea capital, continúa siendo plenamente válido.
El propósito de El Capital
El objetivo de Marx consistió en descubrir qué era lo específico del modo de producción capitalista, lo que lo diferenciaba de otros sistemas de clase o de explotación anteriores como el esclavismo o el feudalismo. Se trataba de demostrar la forma específica “moderna” en que se producía la explotación. Esta tarea no era fácil porque a pesar de las penurias terribles que sufrían los nuevos trabajadores “libres”, el fundamento de la explotación capitalista no estaba claro para nadie. El capitalismo se había presentado desde la gran Revolución francesa con el discurso, en gran parte revolucionario, de la “libertad, la igualdad y la fraternidad”. El objeto inicial de Marx fue desarmar ese discurso mostrando que el capital no traía ni libertad, ni igualdad, ni fraternidad. La tarea era demostrar que las penurias que sufrían los trabajadores en este mundo “libre” no eran “excesos” de los dueños del capital en un reino de libres e iguales, sino que se trataba de la norma, de los mecanismos necesarios del capital que explicaban su existencia. Demostrar que “libertad e igualdad” eran formas reales pero que explicaban solo parcialmente la verdad o la explicaban en una sección de la realidad, en la esfera de la circulación. Porque en otra parte de la realidad –en la esfera de la producción– no había ninguna libertad, ya que quienes estaban desposeídos de los medios de producción –devenían por obligación en trabajadores–, ni igualdad alguna, ya que en virtud de esa diferencia la ganancia capitalista, la sustancia del capital, se originaba en la sustracción o “robo” de trabajo que los dueños del capital extraían a sus obreros. El objeto de Marx –dice Ernest Mandel– era hallar un fundamento sólido de verdad científica a la causa de la clase trabajadora, muy distinto de una serie de denuncias, aunque agudas y de muy nobles intenciones como las de los socialistas utópicos.
Y este asunto lleva a preguntar cuál fue entonces el descubrimiento clave de Marx. En un texto muy interesante, que es el prólogo al Segundo Tomo de El Capital, Engels sorprende al lector señalando que tanto la existencia de una parte del valor del producto a la que hoy llamamos plusvalía como el hecho de que esa parte consiste en una fracción del producto del trabajo por el cual el apropiador –el capitalista, en este caso– no paga ningún equivalente fue establecido –con mayor o menor claridad– mucho antes de Marx. Tanto los economistas clásicos –David Ricardo o anteriormente, Adam Smith– como los socialistas utópicos –Saint Simon, Charles Fourier, Robert Owen, entre otros– habían llegado antes que Marx a esta conclusión. Pero entonces, se pregunta Engels ¿qué es lo nuevo que dijo Marx sobre el plusvalor? ¿Por qué la teoría de Marx cayó como rayo en cielo sereno mientras las anteriores se desvanecían sin provocar mayores incomodidades? Dice Engels que las teorías previas no avanzaron más que en la definición misma de “plusvalor” esto es, como una parte del producto del trabajo por el cual el apropiador no pagaba nada. Y esa falta de avance, esa limitación, no permitía demostrar la autonomía o la especificidad de un modo de producción capitalista basado exclusivamente en el “robo” de tiempo de trabajo. Al no poder especificar la forma particular en la que ese plusvalor se obtenía, no eran capaces de desnudar la idea tan fuerte de libertad e igualdad con la que se presentaba el capitalismo.
En el caso de los socialistas utópicos, esta imposibilidad, les impidió develar el fundamento de la explotación. En el caso de la economía política clásica, es decir, de la burguesía, el interés por explicar la especificidad del capitalismo por supuesto era otra. David Ricardo era un político de la burguesía, que luchaba por la distribución del plusvalor a favor de su clase. Quería demostrar que el nuevo valor creado provenía del trabajo, que se distribuía entre salarios y ganancias y que por lo tanto había que abaratar el precio de los bienes salario para incrementar las ganancias. La teoría de Ricardo hizo grandes avances científicos y es la que más avanzó en la teoría del valor y del plusvalor.
Y aquí entramos en las cuestiones de método más específicas. El Capital es la “crítica” de la economía política clásica [3], una disciplina que, como señala Engels, naufragó en 1830 alrededor de dos grandes problemas.
El primero es justamente el del origen del plusvalor o de la forma específica de su extracción en el modo de producción capitalista. David Ricardo decía que los productos o las mercancías tenían valor porque contenían tiempo de trabajo humano “necesario” incorporado. Hasta ahí vamos bien, pero entonces, decía Ricardo, el “trabajo” es “valor”. Pero si el trabajo “es” valor –o sea si trabajo y valor son términos asimilables o si el trabajo es la medida del valor– lo que el obrero vende es sin más, su “trabajo”, y en ese acto está vendiendo el valor que produce –o sea, el producto total de su trabajo–, con lo cual no hay un plusvalor. Sin embargo, Ricardo observaba que cuando el obrero le vendía al capital su trabajo, obtenía por ese trabajo menos que el valor que contenía el producto que ese mismo trabajo generaba. Pero esto último no podía ser posible, porque si el trabajo era valor, el trabajo que el obrero vendía tenía que tener igual valor que el que ese trabajo creaba. Y en esta contradicción se desmoronaba toda la teoría del valor de Ricardo. El problema, como dice Engels y vamos a ver más adelante, estaba mal planteado.
El segundo problema es que si, como en principio creía Ricardo, el trabajo era la fuente única de la ganancia, se supone que capitales de magnitudes iguales a los que se les aplican cantidades distintas de trabajo, deberían producir volúmenes distintos de ganancias. Pero resulta que esto que parece muy obvio y muy lógico, en la realidad no se presenta así. Capitales de igual magnitud a los que se les aplican distintas cantidades de trabajo, pueden producir iguales ganancias.
Esencia y apariencia
El origen de estos problemas o contradicciones está en la diferencia entre cómo las cosas se producen –la ley del fenómeno o la estructura de la cosa, dice Karel Kosic– y cómo se ponen de manifiesto o cómo aparecen después de ser producidas. Esta diferencia es la clave de la distinción entre “esencia y apariencia”. La realidad no se puede identificar exclusivamente ni con la esencia ni con la apariencia. La realidad es las dos cosas, tanto cómo las cosas se generan (la estructura de la cosa) como la forma en que se manifiestan.
Por este camino, Marx encontró respuesta a los dos interrogantes en los que la economía política clásica hizo agua, porque logró lo que no había conseguido nadie: comprender la realidad en su conjunto, como síntesis entre la forma en que las cosas se producen y la manera en la que se ponen de manifiesto.
La diferencia entre ambos registros es el modo en el que se presenta la realidad en todos los ámbitos. Los movimientos aparentes de los astros resultan bastante gráficos. Para dar un ejemplo muy sencillo: desde la tierra se puede observar el movimiento del planeta Marte, sobre un fondo “fijo” de estrellas. La fijeza del fondo permite observar el movimiento del planeta. Pero el fondo no está fijo, sino que parece fijo porque lo que en verdad sucede es que las estrellas están muy lejos. Aunque no está fijo, es su fijeza aparente lo que permite observar desde la Tierra el movimiento de Marte. Pero ¿cuál es la realidad? ¿Lo que se ve desde la Tierra o el movimiento real? Las dos, porque en principio, la fijeza aparente de las estrellas permite ver que Marte se mueve. Lo que es falso –y esto es muy importante– es que la imagen que se ve desde la tierra pueda explicar –a simple vista– el verdadero movimiento de los astros. Los distintos puntos en los que se ve el Sol desde la Tierra a lo largo del día son tan reales como que la Tierra gira alrededor del Sol. Lo que es falso es interpretar –a partir de los distintos puntos desde donde se ve– que el Sol gira alrededor de la Tierra. De hecho, el Telescopio fue un instrumento revolucionario que le permitió a Galileo comprender la verdadera naturaleza de los cuerpos celestes. En las ciencias sociales –y la economía es una de ellas– es el cerebro humano el que tiene que operar como telescopio. En realidad, la apariencia no es más que la forma bajo la cual la ley se pone de manifiesto. Kosic dice que la esencia, la ley del fenómeno o la estructura de la cosa, se manifiesta en el fenómeno, pero solo de manera inadecuada, en algunas de sus facetas y en ciertos aspectos. Si la esencia no se manifestara en el fenómeno, aún de manera inadecuada, sería incognoscible.
Todo el movimiento de El Capital es un ascenso en espiral desde lo abstracto a lo concreto, intentando colocar de manera “adecuada” la esencia en la apariencia, reconstruyendo por la vía del pensamiento la realidad como un todo concreto. Sin embargo, “esencia” y “apariencia” son términos relativos y, hasta cierto punto, puede decirse como metáfora que Marx notó que en el capitalismo esta diferencia de dos planos se apoyaba en la separación de dos grandes esferas o momentos. Una es la esfera de la circulación y otra es la esfera de la producción, abordadas de forma exhaustiva en el desarrollo del fetichismo de la mercancía en el primer capítulo del Tomo I de El Capital. Mientras la producción es obviamente social, aparece como la esfera de lo privado y es en la circulación donde lo social se manifiesta, aunque precisamente, lo hace de manera inadecuada. Las mercancías se “crean” –allí están sus leyes– en el terreno en el que operan –como dice Marx– múltiples propietarios de capital, privados e independientes y “sus” obreros, que en el curso del proceso de producción no entran en contacto con otros obreros de otros propietarios privados.
Recién cuando las mercancías llegan al mercado, los productores –propietarios y obreros– perciben que las mercancías que produjeron son parte de un acto “social”, donde existe infinidad de otros poseedores de mercancías. Pero esas mercancías aparecen como cosas terminadas, porque en esa esfera no se observa cómo fueron producidas, no se ve –al menos a “simple vista”– cómo fueron creadas (hace falta un telescopio para decirlo de una forma un poco irónica). Los “poseedores” de mercancías aparecen como eso, como “poseedores” o como “vendedores”, no como “productores”. Lo “social” se manifiesta entonces de manera “inadecuada”, es decir, no como resultado de relaciones entre personas sino como aparentes relaciones entre las cosas.
En la esfera de la producción se genera el acto, el movimiento, el proceso. En la de la circulación se observa algo en cierto modo “estático”, en la que los productos terminados entran en el proceso social de intercambio; en el que se permutan entre sí en proporciones diversas que parecen determinadas por propiedades intrínsecas, misteriosas para sus poseedores. Las mercancías se presentan como cosas que no se sabe qué las produjo y que parecen tener valor por sí mismas, un valor intrínseco. Lo social se pone de manifiesto como relaciones entre cosas. Esta es la clave del fetichismo. Es justamente en esta esfera en la que se forman los precios, que precisamente son la “forma” del valor. De alguna manera, en el terreno de la circulación las cosas se ven como decíamos que se observa el movimiento de los astros a simple vista desde la Tierra. O sea, se ve el fenómeno que expresa la ley del movimiento, pero no la explica. La circulación muestra la esencia y al mismo tiempo la oculta.
Marx es el primero –en el terreno de la economía– en descubrir cómo una esencia dada se manifiesta bajo determinada forma o apariencia. Alcanza esta comprensión de la realidad a partir de la identificación de que en la esfera de la circulación el proceso que creó a las mercancías –donde se gestaron las leyes de su movimiento– no se expresa de forma directa, quedando relativamente oculto –en ausencia de “telescopio”– porque la producción es el resultado de un proceso que se genera en otro lado y deriva de múltiples “asuntos” privados. Esto nos lleva otra vez a los dos grandes problemas en los que, como dice Engels, la economía política clásica naufragó.
En cuanto al problema del plusvalor, Marx descubrió que el secreto se hallaba precisamente en la diferencia entre lo que sucedía en la esfera de la circulación y en la esfera de la producción. Descubrió que –a diferencia de lo que decía Ricardo– lo que el obrero vendía a los dueños del capital en la esfera de la circulación no era su “trabajo” sino su “fuerza de trabajo”. O sea que el obrero vendía su capacidad de trabajar, de producir valor. Volviendo a lo dicho sobre lo que está en movimiento y lo que es resultado en relación con las dos esferas, el trabajo es acto de trabajar, es movimiento, es fuerza, no es “resultado”. Y por ello el trabajo en cuanto acto no es “valor”, sino fuerza creadora de valor. El valor, por el contrario, es resultado, es tiempo de trabajo socialmente necesario, cristalizado, fijado en productos. Al no apreciarse esta diferencia –porque la ley se manifiesta de forma “inadecuada”– en la esfera de la circulación, “parece” que lo que el obrero vende es su “trabajo”, que se cambia por su valor, como pensaba Ricardo. Parece que se le paga por el equivalente creado en la cantidad de horas por la que se lo contrata. Pero, la verdad es que se le paga por poner su fuerza de trabajo en movimiento durante esa cantidad de horas, no por el equivalente en producto o en dinero resultante de las horas de trabajo por las que se lo contrata. El obrero no vende su trabajo sino su fuerza de trabajo, o sea, su capacidad de trabajar, que en el capitalismo es una mercancía que, como todas las demás, posee un valor de uso y un valor de cambio y su dueño la vende por su valor, que como el de toda mercancía es equivalente a tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción o reproducción. Entonces, luego, en la esfera de la producción el capitalista hace “uso” de la mercancía fuerza de trabajo que compró a su valor, pone en movimiento la fuerza de trabajo y hace valer su carácter útil por un tiempo mayor al que pagó por ella. Y esto no es un “abuso” sino que es la norma del sistema capitalista. La ganancia es la diferencia entre el valor de uso y el valor de cambio de la fuerza de trabajo, una propiedad que solo puede generar la única mercancía cuyo uso crea valores enteramente nuevos, a diferencia de las máquinas que solo transfieren valor.
En cuanto al segundo problema, que es el de la ganancia, Marx descubrió que en los precios –forma que adquiere el valor en la esfera de la circulación– los valores en tanto tiempo de trabajo cristalizado, social necesario, no se expresan de manera directa. En el complejo proceso de la formación de precios que se produce también en la esfera “social” del intercambio, se constituye una tasa media de ganancia que los capitalistas agregan al precio de costo. De modo tal que capitales que utilizan menor cantidad de trabajo se apropian del plusvalor que generan otros capitales y entonces capitales iguales que aplican distinta cantidad de trabajo pueden obtener igual ganancia por la forma en la que se distribuye el plusvalor. También este problema se resuelve en la identificación de las dos esferas. En la de producción se crea el plusvalor y en la de la circulación se distribuye y se forma la tasa media de ganancia. Este asunto complejo que Marx trata en el III tomo de El Capital, dio una primera resolución al segundo gran problema de la economía política clásica.
Pero, para ese entonces, la economía política clásica ya había abandonado toda definición del tiempo de trabajo como sustancia de valor y de plusvalor y había abierto paso a la economía vulgar, que basa todos sus fundamentos en las puras y simples apariencias. John Stuart Mill reescribiendo a Ricardo, despojándolo de todos los “problemas” referentes al valor y al plusvalor, se constituyó en el primer economista vulgar, continuado luego por Alfred Marshall y el marginalismo. Este es el antecedente de la actual teoría económica oficial en la cual, extensivamente, se puede incluir a la heterodoxia keynesiana y, hasta cierto punto, aunque de forma más compleja, a poskeynesianos y neorricardianos.
No sería justo decir que David Ricardo (o Adam Smith) no vieran diferencias entre los fenómenos y las leyes que en ellos se manifiestan, pero en cierto modo cuando se acercaban a las leyes más profundas pretendían que se expresaran de manera directa en los fenómenos. En oposición a ello, el gran hallazgo de Marx fue descubrir las “mediaciones”, como por ejemplo la mercancía “fuerza de trabajo” o la formación de la tasa de ganancia media. Son dos elementos que median la relación entre las leyes de movimiento y sus formas de manifestación, o entre la esfera de la producción y la esfera de la circulación.
En este sentido, y a modo de cierre, es preciso volver a definir que esencia y apariencia son términos relativos como lo son los términos “abstracto” y “concreto”. En la esfera de la circulación se revela en parte la manera en la que se pone de manifiesto lo que sucede en el terreno de la producción. Pero, a decir verdad, la apariencia es la forma en la que el proceso global de producción se presenta, que es el material del tomo III de El Capital. De algún modo, la reconstrucción científica de la realidad –que es una construcción siempre mental– consiste –por decirlo de algún modo– en los esfuerzos por describir la forma “adecuada” en la que la esencia se pone de manifiesto en la apariencia, o sea, por qué las leyes se presentan de esta forma y no de otra.
Paula Bach
NOTAS AL PIE
[1] Dialéctica de lo concreto, del filósofo marxista checo Karel Kosic, La estructura lógica de El Capital de Marx, de Jindrich Seleny, Génesis y Estructura de El Capital, del polaco Román Rosdolsky o El capital. 100 años de controversias en torno a la obra de Karl Marx, del marxista/trotskysta de origen belga Ernest Mandel, son textos ya “clásicos” e imprescindibles para quien quiera profundizar sobre este tema apasionante.
[2] Bach, Paula, “The Trump Show”, en IdZ Semanario, 20/05/2018.
[3] William Petty, James Mill, Adam Smith y David Ricardo, entre otros.
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