Las bolsas mundiales se desplomaron este lunes, en medio de los temores sobre el colapso del gigante inmobiliario chino Evergrande. Esta megacorporación cuya deuda supera los 300.000 millones de dólares, está al borde de la quiebra. Con sede en Shenzhen, en el sureste de China, está presente en 280 ciudades del país. Da empleo directo a 200.000 trabajadores, y los puestos de otros 3,8 millones de personas dependen de la compañía de manera indirecta.
La amenaza de quiebra fue admitida desde la misma empresa, lo que desencadenó un nuevo desplome de sus acciones en la bolsa -que han caído un 90% durante el último año- y encendió las alertas sobre una potencial crisis de la burbuja financiera china. Al igual que lo que ocurrió en la crisis financiera de 2008, uno de los epicentros de la burbuja es el sector inmobiliario. En los 15 últimos años, los precios de las propiedades se multiplicaron por 6. Y, obviamente, influyó sobre los alquileres cuyos precios se han vuelto cada vez más inaccesibles.
Junto a la demanda de tener un techo propio por parte de de un sector de ingresos medios y altos, el auge inmobiliario ha adquirido un creciente carácter especulativo, con el desembarco de grandes inversores. Al calor de ello, también se volcaron ahorros de la población ante la falta o la incertidumbre de otras alternativas de inversión: los depósitos bancarios no pagan intereses y el mercado bursátil es aún muy inestable. La creencia generalizada de que los precios de la vivienda nunca bajan, solo suben, disparó la adquisición de propiedad inmueble. Hoy, el mercado inmobiliario y de la construcción representa el 17% del PIB chino, si se incluye la venta de muebles y electrodomésticos. Es una fuente de ingresos imprescindible para los gobiernos locales, que obtienen el 44% de sus ingresos de la venta de terrenos y tasas correspondientes. Ese rubro representa 1,3 billones de dólares anuales.
Una posible quiebra del gigante inmobiliario no sólo desvela al régimen de Xi Jinping, por el impacto sobre la economía nacional, sino a buena parte de la población china, que firmaron contratos de compra con Evergrande. Las estimaciones señalan que el grupo tiene 1,4 millones de propiedades por terminar, cuyo capital en su mayor parte fue desembolsado por adelantado por sus adquirentes, quienes no cuentan con su respectiva escritura, y sobre los cuales pende la amenaza de quedarse sin las viviendas y perder lo que han invertido.
Desde el mes pasado, han comenzado las protestas callejeras de los inversores. En esa condición, están varias decenas de miles de familias. Pero, además, esto pone en jaque a un tendal de proveedores y contratistas que están colgados de un pincel, cuyas acreencias permanecen impagas. Ni que hablar de que esto repercute en los grandes fondos de inversión internacionales como Black Rock que tenían inversiones de varios miles de millones de dólares en acciones que han quedado pulverizadas y o de bancos, como el HSBC, cuyos préstamos son de dudosa cobrabilidad. La ingeniería financiera realizada hasta ahora por la gerencia de la compañía de desprenderse y vender activos no ha logrado capear el temporal. En esta semana el gigante dejará de pagar los intereses de su deuda con dos bancos.
Esto es lo que está en la base del derrumbe bursátil pues la cesación de pagos afecta en forma directa a operadores financieros de primera línea a escala internacional. El temor mayor es al efecto contagio.
Los dilemas del PCCh
Una quiebra podría arrastrar, en primer lugar, al sector inmobiliario y dejar graves consecuencias en la economía china -la construcción es uno de sus pilares que en mayor o menor medida está envuelta en la burbuja y encima con un enorme endeudamiento.
Este fenómeno no se circunscribe a la construcción. La economía china reposa sobre una montaña de deudas, que alcanza al 300% del PBI. Este endeudamiento ha sido la base para sostener artificialmente el número de empresas zombi que están hace tiempo amenazadas de cerrar sus puertas. China no sólo no ha sido inmune a la crisis de sobreacumulación y sobreproducción sino que ha terminado siendo uno de sus principales afectados.
Estamos frente a un universo creciente de empresas chinas, obsoletas o inviables económicamente, en momentos que aumenta el capital sobrante en todo el planeta, como se constata en el aluminio y el acero. Esto vale para la órbita estatal pero también para la privada.
Este fenómeno ha ido de la mano con un declinación de los niveles de rentabilidad y es lo que está en la base de la desaceleración de la economía china. Ya han quedado atrás las tasas de dos dígitos. El año pasado antes del estallido de la pandemia, China crecía a menos del 6% y hay quienes señalan que ese porcentaje era sensiblemente menor pues las estadísticas oficiales son manipuladas por el gobierno chino y las cifras reales estarían indicando un aterrizaje muy pronunciado en el nivel de actividad. Lejos de sacar a la economía mundial de la crisis capitalista el gigante asiático ha sido arrastrada por ella.
Uno de los rasgos distintivos, de la crisis actual, comparada con la de de 2008, es que en esta oportunidad China no está en condiciones de oficiar de locomotora.
Los márgenes de maniobra del Estado chino se han reducido notablemente. Y eso se ve en el hecho de que en el 2020 han entrado en un proceso de convocatoria y virtual quiebra ni más ni menos que 240.000 empresas. Algunas han logrado revertir la situación a partir del rebote económico luego del estallido inicial de la pandemia pero una mayoría habría cerrado sus puertas. El auxilio es cada vez más insostenible. El Partido Comunista Chino (PCCh) ha apuntado a cerrar el grifo y poner un corte a un endeudamiento explosivo que alimenta una burbuja que empieza a estallar. Volviendo a la construcción que sirve como botón de muestra, el gobierno ha comenzado a intervenir, alarmado ante una deuda que acumula más de cinco billones de dólares entre las empresas del sector, y ha impuesto límites al nuevo endeudamiento en que pueden incurrir estas compañías. Entre otras restricciones, Evergrande ya no puede vender sus edificaciones antes de haberlas completado.
Esto ha estado unido a la búsqueda de un aumento de las regulaciones no sólo sobre las empresas estatales sino también las privadas. En particular, la ofensiva en este plano ha ido, en primer lugar contra los grandes gigantes tecnológicos chinos. Este intervencionismo no implica una negación de la restauración capitalista sino una tentativa excepcional por salvarla. La burocracia, sin embargo, no ha sido capaz de llevar estas tendencias hasta el final, pues está condicionada por el fuego cruzado del imperialismo, de la burguesía y en primer lugar, de los trabajadores. Existe el temor fundado de la burocracia que soltarle la mano a las empresas en crisis -en particular cuando tienen mayor dimensión- plantee un escenario de despidos masivos que podría terminar de ser el detonador de una gran irrupción popular de los trabajadores, donde anida ya un descontento que se ha acentuado con la pandemia. El arbitraje estatal, a su vez, es una fuente de tensiones crecientes con la clase capitalista nativa que ha crecido a la sombra de la burocracia pero que aspira a sacarse de encima su tutela.
Lo que se viene
En este contexto, hay opiniones cruzadas sobre si el régimen dejará o no caer una empresa de esta envergadura. Pekín “no dejará que Evergrande vaya a la quiebra”, según algunos analistas. Para otros, es poco probable. Evergrande es “el símbolo del apalancamiento excesivo» de un sector donde los gobernantes quieren imponer más disciplina.
Las autoridades chinas aún no han aclarado cuáles son sus planes para la firma pero todo parece indicar que, independientemente de los problemas del grupo, el régimen de Xi Jinping probablemente no permitiría que un gigante semejante se estrelle contra la pared. Evergrande supone un riesgo sistémico para la economía china. Su colapso podría ser el momento chino de Lehman Brothers (el banco que quebró en Estados Unidos en 2008), desencadenando una crisis financiera mundial. Hay que ver si esta intervención del PCCh llega a tiempo para evitar la extensión del incendio pues el escenario internacional es un terreno favorable para que prospere.
Los mercados siguen con atención la reunión de política monetaria de la Fed de esta semana en la que se espera que el Banco Central siente las bases para un recorte de sus compras de bonos, aunque el consenso es que el anuncio real se retrase hasta las reuniones de noviembre o diciembre.
Existe incertidumbre sobre las perspectivas de la agenda económica de 4 billones de dólares del presidente Joe Biden, así como la necesidad de aumentar o suspender el techo de la deuda de Estados Unidos. Los inversores ya estaban preocupados por la desaceleración de la recuperación mundial de la pandemia y la inflación avivada por los precios de las materias primas. La secretaria del Tesoro norteamericano, Janet Yellen, dijo que el gobierno de Estados Unidos se quedará sin dinero para pagar sus erogaciones en algún momento de octubre si no se toman medidas sobre el techo de la deuda, advirtiendo de una “catástrofe económica” a menos que los legisladores tomen las medidas necesarias.
A esto habría que agregar que el colapso de Evergrande puede ser la chispa que encienda una reacción popular. Por lo pronto en Shenzen, la policía china debió bloquear el acceso a las oficinas de Evergrande por el aluvión de manifestantes, entre los que había contratistas a los que la empresa les debe dinero, así como, también, inversores.
Los capítulos fundamentales de la crisis mundial capitalista y su impacto en la lucha de clases están para adelante, no para atrás.
Pablo Heller
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