lunes, 8 de octubre de 2018

A 50 años: lo que ocurrió en la Plaza de las Tres Culturas




El miércoles 2 de octubre de 1968, miles de personas se congregaron en la Plaza de las Tres Culturas en la Unidad Habitacional de Tlatelolco para escuchar un discurso del Consejo Nacional de Huelga (CNH), órgano dirigente del movimiento estudiantil. La masacre que siguió fue un parteaguas en la historia de México. Lo que publicamos a continuación es una crónica de lo sucedido aquella fatídica tarde de 1968.

Y el olor de la sangre mojaba el aire
Y el olor de la sangre manchaba el aire

—José Emilio Pacheco

La cita era a las 5 de la tarde, pero el inicio de la concentración se demoró por otra media hora. El ambiente era calmado, el cielo de la tarde mostraba un sol que se iba ocultando tras las nubes grisáceas. Era una indicación de que llovería en unas cuantas horas. Es el final de la temporada de lluvias, el “Cordonazo de San Francisco” –llamado así porque suele caer el 4 de octubre, día de San Francisco de Asís–, el que obligó a México a iniciar los Juegos Olímpicos hasta el 12 de octubre. Algunos de los contingentes que van llegando informan que el ejército está cerca: unos dicen que en el Monumento a la Raza, otros en la Estación de trenes de Buenavista. Dos helicópteros –uno de la policía y otro del ejército– sobrevuelan la Plaza de las Tres Culturas.
La Plaza está compuesta por una explanada amplia, al poniente están las ruinas la ciudad azteca, al sur poniente está una torre que en ese entonces albergaba la Secretaría de Relaciones Exteriores, al sur está la iglesia de Santiago-Tlatelolco y el exconvento del que se escapara en 1913 Bernardo Reyes, al oriente el Edificio Chihuahua y al norte los edificios 2 de Abril y 15 de Septiembre: un anfiteatro “natural” que es más bien una ratonera.
Los asistentes llevaron a sus amigos y familiares y los oradores del CNH dirigían el discurso desde el balcón del tercer piso del Edificio Chihuahua, aclarando que el acto sólo sería un mitin –y no una marcha al Casco de Santo Tomás del Politécnico como se había anunciado– para no provocar a los soldados. Se había votado que no iba a haber nadie en el balcón a excepción del orador, pero el CNH –de alrededor de 250 personas– en su totalidad abarrota la terraza del Chihuahua.
El orador, Florencio López Osuna, va anunciando los contingentes que vienen llegando. Uno de los últimos son los ferrocarrileros, que traen una manta que lee: “los ferrocarrileros apoyamos al movimiento estudiantil”. En el mitin hay, además, prensa nacional y extranjera. Están Francisco Ortiz Pinchetti del mexicano Excélsior, Oriana Fallaci de L’Europeo de Italia, John Rodda de The Guardian de Inglaterra y de Francia están Charles Courrièrre del Paris Match, Fernand Choisel de Europa Uno, René Mauriès de La Dépeche du Midi, Phillipe Nourry de Le Figaro, Guy Largoce de L’Equipe e Yvon Toussant de Pourquoi Pas?, entre otros.
La multitud escucha al “Flaco” Osuna insistir en el diálogo público y que era “indispensable continuar la lucha”. A la llegada de los ferrocarrileros, la multitud –de cerca de 8 mil– sentada en la explanada y las escaleras aplaude y vitorea. John Rodda describirá que la estudiante a su lado nombraría a los sectores que estaban en su apoyo: petroleros, telefonistas, médicos, Luz y Fuerza. Un verdadero apoyo estaba surgiendo y varias escuelas de los otros estados contestaban con manifestaciones y muestras de solidaridad la represión que a lo largo del mes de septiembre se vivía en el Distrito Federal. El movimiento estudiantil, lejos de aislarse como pretendía el gobierno, ganaba apoyo y simpatía especialmente en sectores importantes y estratégicos de la clase obrera, algunos de los cuales habían sido derrotados en sus luchas en años previos.
Súbitamente, a las 6 de la tarde, luces de bengala rojas son disparadas desde lo alto de la Torre de Relaciones Exteriores. Oriana Fallaci comenta que es “igual que en Vietnam, significa que van a atacar”.
Los estudiantes no le creen, pero la multitud comienza a correr de un lado a otro. El ejército entonces aparece desde la avenida San Juan de Letrán –situada hacia el poniente– con camiones y tanquetas y avanza por la zona arqueológica y por el costado sur desde la SRE.
Myrthokleia González, del Poli, anuncia al siguiente orador, pero la confusión obliga a David Vega a tomar el micrófono y exigir calma: “¡Compañeros! ¡Orden, por favor, compañeros! ¡Es un acto de provocación! ¡Compañeros! ¡Por favor! ¡No corran!”, pero nadie hace caso. Entonces uno de los helicópteros lanza dos bengalas verdes y comienza el tiroteo. Los oradores tratan de calmar diciendo que son de salva, pero todos pueden sentir el zumbido de las balas de cerca.
Hombres con guante blanco en la mano izquierda irrumpen en el tercer piso y obligan a tirarse al CNH, vecinos y periodistas a la pared de los elevadores a punta de pistola.
Comienzan a disparar a la multitud y a la tropa, que avanza a trote y contesta el fuego. Los manifestantes son obligados a replegarse por el lado norte de la explanada y corren en desbandada a los edificios cercanos a refugiarse de la lluvia de balas –y de la lluvia literal que más tarde se desata en la Plaza de las Tres Culturas.
La planta baja del Chihuahua está bloqueada por jóvenes con guantes blancos y la multitud corre despavorida. El tiroteo dura cerca de dos horas y el sol se oculta. Los del guante blanco gritan: “¡Batallón Olimpia! ¡No disparen!”, pero sólo provocan otra balacera. La refriega causa el incendio de un departamento y revienta las tuberías de agua; el Chihuahua se inunda.
Acabado el tiroteo y una vez identificados, Olimpias y soldados escoltan a los estudiantes a la planta baja del Chihuahua, donde son desnudados y golpeados. Será notoria la paliza al Flaco Osuna, que será fotografiado con los soldados sádicamente sonriendo.
Los departamentos de Tlatelolco son cateados uno por uno y los soldados entran sin orden a arrestar a todos: vecinos y estudiantes por igual. Varios cuerpos y miles de zapatos yacen en la explanada. Más de un negocio de la planta baja de los edificios será saqueado.
El exconvento y la Iglesia sirven como lugar de detención y allí estarán 300 personas en la obscuridad, muchas incluso desnudas, esperando a que se las lleven o les autoricen salir. Los periodistas son llevados a los departamentos contiguos y algunos son cacheados. A los franceses les requisan los rollos, pero otros no corren la misma suerte. Oriana Fallaci es herida en la espalda y los estudiantes que estaban con ella son arrestados. Se recogen aproximadamente 35 cadáveres de la explanada, pero los muertos son evidentemente más. Hay cerca de 2 mil detenidos y la zona entera es acordonada por la policía y el Ejército.
Vecinos que estaban fuera antes de la manifestación, como los entonces niños y futuros actores Bruno, Demián y Odiseo Bichir, tendrán que pasar la noche en casa de algún conocido. Las sirenas de las patrullas y ambulancias resuenan en la oscuridad.
Se escuchan tiros esporádicos y varios camiones llegan a “limpiar”. Los bomberos, la sangre; los de basura, los cuerpos. Familiares de las víctimas acuden a las cárceles y a las morgues en busca de sus parientes. John Rodda llega desecho al Hotel María Isabel, pero nota que todo sigue en orden: nadie se enteró del baño de sangre que ocurrió a unos kilómetros de la Villa Olímpica.
En los hospitales, los médicos no se daban abasto y pronto cundió el caos. Faltaba material de curación, anestesia y el quirófano se vio sobredemandado. El golpe al movimiento médico del 65 tuvo consecuencias terribles. Los detenidos son mandados al Campo Militar N°1 y de allí muchos irán a Lecumberri o a Santa Martha Acatitla.
Destaca entre las bajas Ana María Teuscher Krueger, quien no viviría para poder ser edecán olímpica y cuyo cuerpo fue fotografiado con una herida de bayoneta en el costado.
Los estudiantes permanecerán en las cárceles e insistirán –y siguen insistiendo– en la participación del Batallón Olimpia como responsable de la masacre; el gobierno, por su parte, repetirá la tesis de un complot internacional para desprestigiar a México durante sus Juegos; Octavio Paz renuncia como embajador en la India al enterarse de la matanza.
Se decreta una “tregua olímpica” entre el movimiento y los soldados se retiran de Tlatelolco el 9 de octubre, mientras que algunos agentes –supuestamente de los servicios de Luz y Teléfono– revisan los departamentos. Tres días después se inauguran los XIX Juegos Olímpicos con un sonriente Gustavo Díaz Ordaz en el palco del estadio de Ciudad Universitaria. Los muchachos que lograron escapar hacen volar un papalote en forma de paloma sobre su cabeza: lo responsabilizan de la matanza.

Días posteriores

En los días siguientes, la reacción internacional muestra lazos de apoyo. Manifestaciones en Caracas, California, Ecuador, Chile, Italia, Holanda, Finlandia, Alemania Occidental –donde los consulados amanecen grafiteados con cruces gamadas y SS rúnicas– y Centroamérica –donde apedrean los consulados mexicanos– responsabilizan al gobierno del baño de sangre y llaman a boicotear las olimpiadas.
La imagen de Tommy Smith y John Carlos haciendo el saludo del poder negro como forma de visibilizar la lucha por los derechos civiles de la comunidad afroamericana —los cuales eran una expresión en EE.UU. de los convulsivos acontecimientos de ascenso de la lucha de clases que se vivía a nivel mundial—, los pondrá en primera plana, causando un escándalo internacional que será aprovechado por el capitalismo a nivel global (y el PRI a nivel nacional) para borrar de la memoria colectiva internacional el recuerdo de un México que seguía padeciendo muchas contradicciones y de una juventud que pudo haber tomado el cielo por asalto.
Si bien no hay un número definitivo de los muertos de aquel día, es importante señalar que John Rodda había publicado originalmente un número de 325, pero aprovechando la “apertura” de Echeverría, logró tener acceso a los registros del Hospital Militar, haciendo que su cifra bajara a 267; cotejando con las cifras de la embajada de EE.UU. (“entre 150 y 200), es posible que el número real de muertos sea alrededor de 250.
Por otra parte, la matanza de 1968 se ha convertido en una bandera de lucha para las generaciones siguientes para exigir justicia por este innegable crimen, así como un ejemplo a seguir en los métodos de lucha (asambleas por escuela, delegados con mandato de base, rotativos y revocables, etc.). El legado del 68 es uno que hay que mantener y recuperar para que la juventud tenga herramientas para que el día de mañana sepa vencer.

Óscar Fernández
@OscarFdz94

Fuentes consultadas:

Informe General de La Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP)

Cronología del movimiento estudiantil

Proceso: Los Muertos de Tlatelolco

Canal 6 de Julio, Tlatelolco: Las Claves de la Masacre (2003)

Proceso: Testimonios de Tlatelolco – 30 años después (número especial sacado en 1998)

Crónica 1968, Daniel Cazés, México: Plaza y Valdés, 1993.

1968: El Fuego de la Esperanza, Raúl Jardón, México: Siglo Veintiuno Editores, 1998.

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