jueves, 30 de agosto de 2018
El acuerdo Estados Unidos-México
El reciente acuerdo no resuelve la cuestión más explosiva de todas, el tema del muro y los migrantes
Estados Unidos y México acaban de cerrar un acuerdo comercial para reemplazar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta). La noticia fue celebrada por un alza en la bolsa neoyorquina y mexicana. Trump lo exhibió como un triunfo de la agenda que prometió al momento de postularse en la carrera presidencial. El magnate, recordemos, llegó a la Casa Blanca tachándolo de ser el “peor acuerdo de la historia”, culpable de la pérdida de la base industrial y de puestos de trabajo en Estados Unidos (por la competencia con costes más baratos). Las negociaciones comenzaron en agosto de 2017, atravesadas por choques y continuos ataques del mandatario estadounidense a su vecino del sur por la inmigración.
El nuevo pacto aumentará el requisito de contenido regional en vehículos producidos en América del Norte, pasando del actual 62,5 al 75%. Además, se exigirá que el 40% del valor provenga de zonas con salarios de unos 16 dólares la hora. Los vehículos ensamblados en plantas existentes que no cumplan con esto pagarán aranceles de 2,5%.
Otro de los temas controvertidos fue que Trump quería un mecanismo de caducidad automática cada cinco años para decidir si se renovaba. El acuerdo firmado tiene una vigencia inicial de 16 años, pero pasados los primeros seis años del pacto, se hará una revisión y así sucesivamente.
Extorsión
El gobierno de Enrique Peña Nieto ha terminado cediendo a la escalada de la Casa Blanca. Un sector clave lo constituye la industria automotriz. Con los nuevos parámetros, Estados Unidos confía reequilibrar el intercambio comercial que, hasta el momento, era desfavorable para Estados Unidos. El nuevo esquema establece que el 40% del contenido de los automóviles debe estar fabricado por empleados que ganan al menos 16 dólares por hora, y excluye casi en su totalidad a las autopartistas presentes en México.
Otra de las principales imposiciones yanquis está referida a la solución de controversias. México ha aceptado suprimir el mecanismo de solución de disputas de los inversores con los gobiernos vigentes hasta ahora, que otorgaba a los Estados una capacidad de arbitraje que ahora se remueve.
Otra logro de Washington es el referido a la propiedad intelectual, en el que se apuntalan las prerrogativas y mecanismos de protección de patentes, e invenciones de las corporaciones norteamericanas, empezando por las tecnológicas. En este sentido, se refuerzan las medidas para evitar que circulen por la zona productos falsificados o piratas, así como para combatir el tráfico de secretos comerciales.
Otro de los capítulos son los servicios financieros, que le aseguran a Estados Unidos una libertad de acción en territorio azteca. El objetivo es evitar que se impongan restricciones que limiten el negocio de bancos y del gran capital norteamericano.
Importa señalar que estos acuerdos han contado con el guiño favorable de López Obrador, cuyos emisarios participaron en las comisiones que tuvieron a su cargo la negociación. La prensa incluso señala que las tratativas se aceleraron a partir del triunfo del futuro presidente. La Casa Blanca quería asegurarse, antes de firmar, que tuviera el visto bueno de la gestión entrante.
Uno de los puntos más sensibles en la negociación era precisamente el de la energía, pues López Obrador venía denunciando la reforma energética vigente en el país durante la última campaña electoral. La continuidad de dicha reforma es fundamental para Estados Unidos, pues buena parte de las empresas que han logrado contratos de explotación de hidrocarburos en México en los últimos años son estadounidenses.
Aunque no ha trascendido el detalle de lo acordado, todo indicaría que el esquema se mantendría y López Obrador dejaría de lado sus pretensiones de revisión en la materia.
En lo que se refiere a la agricultura, se preservaría una zona libre de aranceles para los intercambios entre los dos países, lo que va a contramano de las promesas hechas por el presidente mexicano electo de promover la “autosuficiencia” alimentaria, privilegiando la producción local y a los campesinos del país.
La otra cara
De todos modos, no todo lo que brilla es oro. En el acuerdo está ausente Canadá, la administración norteamericana aceleró las tratativas bilaterales con México con la finalidad, entre otras cosas, de aislar al gobierno canadiense y forzarlo a un pacto. Es necesario recordar que las relaciones entre Trump y Trudeau, el jefe de Estado de aquel país, han llegado a un máximo grado de tensión. Canadá es reticente a firmar varias de las cláusulas en que México ha cedido, entre ellas, las disputas por controversias, uno de los puntos más calientes en las negociaciones que ya fue uno de los mayores motivos de disputa entre Ottawa y Washington durante la negociación del Tratado de Libre Comercio de 1994.
Pero, además, y quizás lo más relevante sea que el litigio comercial abierto por Estados Unidos tras la aplicación del arancel del 25% a las importaciones de acero y del 10% al aluminio no se revierte con la firma de este acuerdo. Es, también, una vía para mantener una presión sobre el gobierno canadiense -que se juega mucho más que México en este punto- para que se sume al pacto. De momento, las cosas siguen como hasta ahora: Estados Unidos mantiene sus aranceles y México sus medidas de represalia, también tarifarias.
Todo esto habla de que el escenario de guerra comercial está lejos de haberse desactivado. El conflicto en las relaciones entre los socios del Nafta sigue latente y puede potenciarse en un futuro próximo. Ni qué hablar que sigue pendiente en la agenda la cuestión más urticante y explosiva de todas, el tema de los migrantes, y los planes de Trump, quien nunca ha abandonado la intención de levantar la muralla y poner una barrera al ingreso dentro de Estados Unidos de mexicanos a los que se agregan legiones, cada vez más numerosas, de centroamericanos.
De todos modos, algunos analistas advierten que el pacto, aún con las concesiones del país azteca, no asegura una resurrección industrial de Estados Unidos ni una recuperación significativa de puestos de trabajo. “Los incentivos a los productos automóviles y autopartes en México siguen siendo muy grandes, debido a la gran diferencia salarial (…). En unos pocos años, quedará claro que la renegociación del Nafta y las otras medidas proteccionistas (como las tarifas del acero) están haciendo poco y nada para recuperar los empleos en Estados Unidos” (Clarín, 27/8).
Mientras que las supuestas ventajas entran en un cono de sombras crecen, en cambio, las voces contra los riesgos y perjuicios económicos en torno de las creciente represalias comerciales. La burguesía norteamericana está dividida y va ganando terreno los sectores que plantean la necesidad de ponerle freno a la ofensiva comercial. “Pese al buen resultado del mercado laboral, los empresarios estadounidenses temen que la imposición de aranceles al comercio internacional frene la generación de nuevos empleos y las inversiones” (El País, 27/8).
Salvo el sector siderúrgico, la mayoría de las organizaciones empresariales estadounidenses consideran decepcionante y antiproductiva la imposición de aranceles de 25% al acero y de 10% al aluminio importados de la Unión Europea, Canadá y México. “Es un duro golpe para el sector manufacturero estadounidense restringir la cadena de aprovisionamiento de materias primas mediante la imposición de derechos aduaneros a las importaciones provenientes de nuestros más cercanos socios comerciales”, dijo Paul Nathanson, vocero de una asociación formada por unas 30.000 empresas, cuya producción depende del acero y el aluminio (ídem). Los efectos del proteccionismo impactan igualmente en el agro, pulmón económico de los Estados que llevaron al presidente a ganar las elecciones de 2016, debido a que México y Canadá ya anunciaron represalias aduaneras contra bienes estadounidenses.
Crisis política y económica
A partir de lo expuesto, no es exagerado afirmar que el apuro en la firma del acuerdo obedece a la creciente presión de franjas importantes de la clase capitalista norteamericana que temen que el remedio del magnate sea peor que la enfermedad.
Pero, además, y probablemente más perentorio, sea la necesidad del presidente norteamericano de atender el frente interno en el plano político. Trump está urgido por exhibir logros en sus promesas electorales, en momentos que tiene que hacer frente, por un lado, a las elecciones de noviembre de medio término, donde corre el riesgo de perder la mayoría de ambas cámaras y, por otro lado, la amenaza de un impeachment, que ha ganado en intensidad en las últimas semanas, con las revelaciones y el pago de sobornos por parte del magnate, originados en diferentes escándalos sexuales.
El acuerdo Estados Unidos-México se entrecruza con la crisis económica y política norteamericana y la transición convulsiva de la nación azteca.
Pablo Heller
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