domingo, 17 de septiembre de 2017
¿A qué vino Netanyahu a América Latina?
Benjamin Netanyahu acaba de pasar por Argentina, la primera escala de una gira de 10 días que sigue por Colombia y México y culmina en Nueva York, donde se reunirá con el presidente norteamericano y participará en la Asamblea General de Naciones Unidas.
Mientras que en otros rincones del mundo Netanyahu es considerado un criminal de guerra, Mauricio Macri lo recibió como un “amigo”. Le dio la tribuna de la Casa Rosada para que planteara su pliego de reclamos y condenara a Irán, acusando a este país de “promover el terrorismo” en Barcelona, París y Londres, sin importar que el Estado Islámico que ha reivindicado esos atentados, es un enemigo acérrimo del régimen iraní.
Desde sus años de jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Macri viene construyendo una relación institucional y personal con Netanyahu. Es conocida su predilección por los servicios de inteligencia del estado sionista. Con su llegada a la presidencia estos vínculos se han estrechado. Gran parte de la novedosa parafernalia represiva y de vigilancia que despliegan las fuerzas de seguridad locales son de factura israelí y han sido probadas primero en las calles de Cisjordania y los territorios ocupados contra la resistencia palestina.
Los beneficios parecen ser mutuos. Netanyahu usó su visita a la Argentina para amplificar su mensaje a Washington. Macri para agitar la causa contra CFK por el memorándum de Irán, que sirve tanto para profundizar la polarización electoral como para licuar el impacto del caso Maldonado.
En Colombia Netanyahu jugará aún más de local. Los gobiernos de la derecha colombiana han sido aliados incondicionales, al punto de ser uno de los pocos países de la región que sigue sin reconocer en Naciones Unidas al Estado Palestino. Los une la guerra sucia y el terrorismo de estado, en Colombia contra las FARC, en Israel contra la resistencia palestina.
En México habrá que ver, más allá de la buena voluntad del gobierno de Peña Nieto y de los múltiples negocios, cómo se digiere el apoyo explícito que Netanyahu le dio a Trump para la construcción del muro fronterizo.
La gira latinoamericana de Netanyahu hay que leerla como una parte de una política exterior proactiva que intenta aprovechar el clima geopolítico más friendly para los intereses de la extrema derecha sionista, bajo la cobertura de la “guerra contra el terrorismo”, creado por la llegada de Trump a la Casa Blanca y, en particular, por el cambio de signo político en América Latina, con gobiernos más proclives al alineamiento automático con la Casa Blanca. Hay que recordar que durante las dos presidencias de Obama las relaciones entre Tel Aviv y Washington habían alcanzado su punto más bajo, aunque sin cuestionar la alianza estratégica entre Estados Unidos e Israel. Netanyahu consideró casi una traición el acuerdo nuclear con Irán y desafió la política diplomática del entonces presidente norteamericano incrementando la construcción de asentamientos de colonos en Cisjordania y Jerusalén.
Los objetivos del primer ministro israelí, más políticos que económicos (aunque también los tiene), son precisos y ambiciosos teniendo en cuenta la crisis interna de su gobierno y el desprestigio del Estado de Israel por sus crímenes de guerra. Estos incluyen:
Recomponer la legitimidad internacional del Estado de Israel, en particular, generar una contratendencia a la exitosa campaña BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones) de la que participan centenares de organizaciones y académicos de todo el mundo, entre ellos muchos de origen judío, que pone en primer plano la condena a la ocupación militar y el terrorismo de estado ejercido contra el pueblo palestino.
Revertir la llamada “mayoría automática” en las Naciones Unidas, donde por primera vez en diciembre del año pasado, la abstención de Estados Unidos –aún bajo la presidencia de Obama pero ya con Trump electo- permitió que prosperara una condena a Israel por la expansión de los asentamientos ilegales en territorios palestinos.
Crear, si no un sistema de alianzas, al menos una masa crítica de apoyo en la “comunidad internacional” que decida a Trump y al congreso norteamericano a endurecer la política contra Irán. Esto implicaría de mínima reformular los términos del acuerdo nuclear y de máxima repudiar este acuerdo sin descartar alguna acción militar puntual contra objetivos iraníes. En esto Israel tiene un acuerdo de conveniencia con la monarquía de Arabia Saudita que rivaliza con Irán por la hegemonía regional.
Garantizar que nunca va a existir un Estado palestino, ni siquiera en la configuración actual de gueto y absolutamente compatible con un régimen de apartheid.
Sin embargo, no todo es alegría para Netanyahu. En el plano externo acaba de sufrir un golpe con la suspensión por parte de los gobiernos africanos de la promocionada primera cumbre entre Israel y África que se iba a realizar en octubre y que era resistida por movimientos solidarios con el pueblo palestino.
En cuanto a la geopolítica regional, está claro que a Trump no le falta voluntad para avanzar contra el régimen iraní. De hecho su primer viaje al exterior, que fue al Medio Oriente, culminó con la conformación de una “alianza sunita” contra Irán encabezada por Arabia Saudita. Pero a poco de andar, se mostró que esta política exacerbaba al extremo los conflictos en una región ya incendiada. Además de que por ahora, el conflicto con Corea del Norte (es decir, con China) concentra gran parte de la política exterior norteamericana.
En el plano interno, su gobierno, una coalición inestable de organizaciones e individuos de la extrema derecha sionista, atraviesa una crisis de magnitud.
Netanyahu está siendo investigado por al menos tres casos de corrupción, uno involucra también a su esposa y miembros de su familia. En un acto organizado por el Likud, el partido de la derecha al que pertenece Netanyahu, el primer ministro acusó a la oposición, a la “izquierda” y a los medios de querer darle un “golpe de estado” y reemplazar su gobierno por otro que haga “concesiones a los palestinos”. Esto lo lleva a sobreactuar las medidas contra la población palestina, desde la expansión de los asentamientos hasta pedir la pena de muerte para “terroristas” y amenazar con cerrar la filial israelí de la cadena Al Jazeera.
Por ahora mantiene la unidad de su partido, pero si llegaran a prosperar las denuncias no se puede descartar una escalada de la crisis política. El antecedente más próximo es el del ex primer ministro Ehud Olmert que renunció para evitar ser destituido por casos de corrupción, y fue sentenciado a un año y medio de prisión.
El otro gran escándalo que enfrenta por estos días Netanayahu es su lentísima reacción contra las manifestaciones neonazis en Charlottesville, Estados Unidos, y la indulgencia ante las declaraciones justificatorias de Trump en uno de los peores hechos de violencia racista. Por si fuera poco, su hijo le viene dando también dolores de cabeza. A Netanyahu junior se le ocurrió caricaturizar a enemigos de su padre, entre ellos el magnate Soros y al exprimer ministro Ehud Barak, con simbología antisemita, lo que fue celebrado por grupos de la “alt right” norteamericana.
Aunque parezca un oximoron, lo que une a la extrema derecha neonazi y nativista que está con Trump con la extrema derecha sionista es el racismo, el colonialismo y la xenofobia. Contra las minorías latinas, los negros, los árabes y musulmanes.
Los crímenes del Estado de Israel contra el pueblo palestino son cada vez más difíciles de ocultar. No solo las grandes masacres, como la operación “Margen protector” para nombrar solo la última guerra israelí contra la Franja de Gaza, sino la pesadilla de la vida cotidiana de millones de palestinos que viven bajo la ocupación militar, como ciudadanos de segunda en Israel o como refugiados permanentes en Jordania y otros países de la región.
La maniobra de equiparar la crítica al estado sionista con el antisemitismo ha perdido efectividad. Entre aquellos que denuncian esta situación colonial hay decenas de miles de personas de origen judío que forman parte de campañas como BDS. El historiador Ilan Pappé ha documentado valientemente no solo el “hecho colonial” de la fundación del estado sionista sobre la base de la limpieza étnica de la población local, sino la perpetuación del terrorismo de estado, al que llama “genocidio incremental”. Y contra la reafirmación del carácter exclusivamente judío del estado sionista, proponen un estado único binacional, acercándose a la posición de la izquierda árabe laica que encarnaban figuras como el intelectual Edward Said.
Este debate estratégico está abierto. Pero más allá de cómo se resuelva, la situación colonial que está en la esencia misma del estado sionista y que es un componente fundamental de la política imperialista en el Medio Oriente es lo que recrea permanentemente, desde Argentina hasta Estados Unidos, y desde Europa hasta África, la solidaridad de los explotados y oprimidos con la resistencia del pueblo palestino y la defensa de su derecho a la autodeterminación nacional.
Claudia Cinatti
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