jueves, 8 de junio de 2017
La huelga grande de Cien años de soledad
Un episodio central de la novela fundacional de Gabriel García Márquez basado en hechos reales
“La huelga grande estalló”. Así comienza un párrafo de la novela Cien años de soledad, escrita por Gabriel García Márquez y de cuya publicación se cumplieron cincuenta años estos días. La novela que crea un universo literario propio en la ciudad de Macondo y que funda el realismo mágico cuenta la saga de los Buendía desde un siglo XIX atravesado por las guerras civiles colombianas y hasta una actualidad que se expresaba a mediados del siglo pasado, cuando el libro fue editado. Las virtudes del texto han sido largamente revisadas y convirtieron a García Márquez en una referencia literaria latinoamericana insoslayable -Gabo, como se lo conocía, fue además un gran periodista y por su obra recibió el Premio Nóbel de Literatura en 1982-. La referencia a una huelga de obreros de la United Fruit Company, una empresa estadounidense realmente existente y que actuaba en todo el Caribe y Centroamérica con una brutalidad imperialista descarnada, no surge de la ficción, sino que ocurrió y se convirtió en un hecho político imborrable de la memoria de Aracataca, la ciudad que inspiró la mágica Macondo.
La compañía se había establecido a principios del siglo XX en Colombia y se encargaba de la producción y exportación de bananos hacia Estados Unidos. En la narración de García Márquez, un tal Mr. Hebert se había instalado en la zona y al probar uno, dos, tres bananos, hace luego que todo se transforme, poblando de “gringos” Macondo, ampliando el ferrocarril, desviando el curso de los ríos y alterando el ritmo de las lluvias para que la cosecha fuera lo más eficaz posible. Al tiempo, se construían lujosos establecimientos para la vivienda de los ejecutivos extranjeros, mientras la afluencia de trabajadores también crecía y les estaba reservada la pobreza y la carencia habitacional (“un excusado portátil cada cincuenta personas”, narra el texto). En la novela, los obreros deciden la huelga para pedir no trabajar los domingos y para que se les pague en efectivo, ya que se les pagaba en vales que les permitían comprar víveres (“jamón de Virginia”) en los mismos almacenes de los norteamericanos. La huelga de la zona bananera del río Magdalena estalló en la vida real en 1928 y el pliego de demandas incluía la implementación del seguro colectivo para los trabajadores, cumplimiento de la ley de accidentes de trabajo, habitaciones para obreros y descanso dominical, fin de los establecimientos de comercialización de artículos de primera necesidad propiedad de la United Fruit Company, convenios colectivos de trabajo y construcción de hospitales. Como la compañía no tenía personal permanente a cargo, la novela cuenta que declaró “la inexistencia de trabajadores” e ignoró los reclamos, a la vez que llegaba el ejército para que los obreros reanudaran sus tareas, aunque antes los soldados mismos asumieran esa labor. Ante la situación, los trabajadores de Macondo “se echaron al monte sin más armas que sus machetes de labor y empezaron a sabotear el sabotaje. Incendiaron fincas y comisariatos, destruyeron los rieles para impedir el tránsito de los trenes que empezaban a abrirse paso con fuego de metralladoras y cortaron los alambres del telégrafo y el teléfono”. Los obreros de Aracataca habían formado grupos de autodefensa de la huelga con los mismos niveles de organización y violencia. Según la documentación histórica -mucha de ella recopilada por el diputado Jorge Gaitán, un diputado del partido Liberal que investigó él mismo los acontecimientos y los denunció en el Congreso (su posterior asesinato daría lugar a los hechos de la rebelión popular conocida como “El Bogotazo”)- se convocó a los huelguistas a la ciudad de Ciénaga para recibir al gobernador, que anunciaría un acuerdo parcial con la United Fruit Company. En la novela, son convocados a la plaza de Macondo y los acontecimientos reales y ficcionales confluyen: se lee un decreto en el que se denuncia a los huelguistas como “cuadrilla de malechores” -en la realidad, también se los acusa de “anarquistas y comunistas”-, se anuncia la represión contra la huelga para imponer la paz social y se los emplaza a abandonar la plaza. La multitud no se movió.
García Márquez escribe que el capitán les dio cinco minutos para retirarse antes de abrir fuego. Pasado el tiempo, el capitán repite: “Han pasado los cinco minutos. Un minuto más y se hará fuego”.
“José Arcadio Segundo se empinó sobre las cabezas que tenía enfrente y por primera vez en su vida levantó la voz.
–¡Cabrones! –gritó–. Les regalamos el minuto que falta.”
Entonces las ametralladoras comenzaron a disparar.
La masacre ocurrió en la realidad y la novela de García Márquez narra cómo los cadáveres de tres mil obreros fueron transportados en los trenes que antes cargaban bananos para tirar los cuerpos al mar. Durante días, sin parar, pasaban los trenes con los muertos.
De la huelga del río Magdalena participaron alrededor de 32 mil obreros. Aviva Chomsky, en la ponencia “Los hechos de la masacre de las bananeras", cita fuentes diplomáticas que calculan en más de mil a las víctimas de la masacre. En la novela, Aureliano Segundo averigua el número exacto de muertos: “tres mil cuatrocientos ocho”, cifra que le queda grabada en la mente y repite hasta el momento de su muerte.
Se trata de uno de los tantos acontecimientos narrativos poderosos de la novela de García Márquez, que abunda en virtudes escriturales. En la narración de la huelga grande del río Magdalena contra la compañía imperialista United Fruit Company la novela también da cuenta de un hecho que corresponde a la historia de la clase obrera colombiana que no sólo queda inscripta en su memoria histórica como acervo para las luchas del presente y del futuro contra el régimen capitalista sino que toma forma de pura potencia literaria.
Antonia Torrebruna
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