viernes, 23 de junio de 2017
Corea del Norte y la escalada militar norteamericana
Bajo la era Trump, Estados Unidos ha intensificado sus amenazas contra el régimen norcoreano. El secretario de Estado, Rex Tillerson, proclamó que se había acabado la “paciencia estratégica” de Washington, una advertencia velada sobre el uso inminente de la fuerza contra Norcorea.
“Lo que ahora asoma es un efectivo plan de guerra que este mes alcanzará su pico máximo. En la zona se encuentra el portaaviones ‘Carl Vinson’ con su flota de apoyo que incluye un conjunto de naves misilísticas. Hacia allí se está movilizando el ‘Ronald Reagan’, fondeado en Japón. Y desde Estados Unidos se encamina el ‘Nimitz’” (Clarín, 4/6).
La escalada sobre Corea es un tiro por elevación contra China, con la que Estados Unidos sostiene una pulseada estratégica. Los planes de la Casa Blanca se dirigen a establecer una hegemonía indiscutida en Asia, lo que incluye el dominio militar del Mar de la China Meridional -hoy en disputa- que es la llave por donde pasa gran parte del comercio de ese continente. De ese modo, procura avanzar en la penetración capitalista en el gigante asiático, alentando una mayor apertura de su economía y desmantelando el proteccionismo financiero e industrial que mantiene Pekín en sus fronteras. Una de las primeras medidas del presidente fue impulsar el aumento del presupuesto militar, continuando con la política de la gestión demócrata.
La ofensiva contra Corea apunta también al frente interno. La Casa Blanca intenta demostrar una iniciativa y un liderazgo que le permita hacer frente a los obstáculos crecientes a su gestión fronteras adentro.
Sin embargo, más allá de las advertencias de una represalia militar inminente contra Norcorea, en caso de que siguieran sus ensayos nucleares, el semanario inglés The Economist advierte que: “Mr. Trump posiblemente no quiera empezar una guerra. Sus acciones militares en Siria y en Afganistán indican que es más cauteloso de lo que sugieren sus proclamas” (22/4). Hasta ahora, el magnate presidencial, más allá de las bravuconadas, ha desistido de enviar tropas a las regiones de conflicto y se ha recostado en Rusia, en el régimen iraní y hasta en legiones kurdas en la búsqueda de una estabilización del Medio Oriente, aunque ello le haya traído aparejado un choque con aliados históricos de Estados Unidos en la región, como Arabia Saudita y Turquía.
China y Corea del Sur
Contradictoriamente, y a pesar del antagonismo estratégico que sostiene con China, la Casa Blanca no puede prescindir de su concurso para la cuestión coreana: “América sólo puede solucionar el conflicto con Corea del Norte con la ayuda de China” (ídem). El gigante del Asia tiene capacidad para ejercer una presión sobre el régimen, desde el momento que el 85% del comercio exterior coreano va dirigido a aquel país, que le asegura el suministro de petróleo.
China no está dispuesta a una guerra por Corea. Más aún, Pekín ha presionado y presiona a Pionyang para congelar sus ensayos misilísticos e incluso para avanzar en un desmantelamiento de su arsenal nuclear. Por lo pronto, en febrero, suspendió sus compras de carbón, el principal producto que exporta Corea del Norte. Este entendimiento sino-norteamericano volvió a ser ratificado con motivo del encuentro entre los mandatarios de ambos países que tuvo lugar en abril, aunque no dejaron de aflorar intereses encontrados en cuanto al futuro político de la región. La Casa Blanca utiliza el conflicto coreano como pantalla para consolidar su liderazgo militar, lo cual no sería del agrado de la burocracia china, que ve con recelo los recientes desplazamientos bélicos de Estados Unidos en la zona.
El régimen surcoreano no es partidario tampoco de ir a una aventura bélica. Su nuevo presidente asume en medio de una gran crisis política que culminó con la destitución de la anterior mandataria, juicio político mediante, a raíz de su involucramiento en actos de corrupción que generaron grandes movilizaciones populares. La conmoción política se entrecruza con un ascenso huelguístico contra el ajuste al que se pretende someter a la clase obrera. El nuevo premier es partidario de establecer negociaciones con vistas a avanzar en una mayor integración económica entre ambos países.
El régimen norcoreano
El poderío militar desafiante que exhibe el actual presidente norcoreano no puede disimular el empantanamiento y la descomposición económica crecientes. El Estado, que tiene en su manos la gestión de la economía, hace agua y el “contrabando cubre todos los rubros, desde arroz hasta latas de Coca-Cola” (North Corea Confidential, Daniel Tudor y James Pearson). El gobierno ha tratado de contrarrestar esta situación legalizando el comercio privado, que “se ha vuelto tan preponderante en los últimos años que impregna todos los niveles de la sociedad, desde los más pobres hasta las élites partidarias y militares” (ídem).
Los mercados legalizados se duplicaron. “Los agricultores venden su cosecha tras entregar la cuota estatal, los empresarios privados dejaron de ser estigmatizados y perseguidos y los gestores de las compañías estatales son libres para contratar o despedir a trabajadores, subirles el sueldo o repartir beneficios” (La Nación, 15/5).
Este proceso ha ido de la mano de una ascendente diferenciación social. “La apertura dinamitó la sacrosanta igualdad de clases. El líder (refiriéndose al presidente) se esfuerza por fidelizar a los donju o maestros del dinero, casi siempre relacionados con el comercio internacional (ídem). Pionyang, la capital norcoreana, retrata este fenómeno en donde se registra un auge inusitado de la construcción de viviendas residenciales y centros comerciales, Entretanto, tres de cada cuatro norcoreanos, empezando por las zonas rurales, están amenazados por la malnutrición, según la ONU.
Como en la China de los ’90, hay “zonas económicas especiales” para la inversión de empresas extranjeras. Los salarios van para el Estado, que da una pequeña parte a los trabajadores. Una de estas zonas es Rason, cerca de la frontera con Rusia; otra es Kaesong, cerca de la zona desmilitarizada. Del mismo modo, el Estado exporta 50.000 o más trabajadores a China, Rusia e incluso Qatar, y la mayoría de sus salarios también van directamente al Estado.
Conclusión
Corresponde condenar y movilizarse contra la escalada bélica y las provocaciones del gobierno yanqui contra Corea del Norte. Es necesario desenmascarar los verdaderos fines de la intervención imperialista que apunta a una consolidación de su rol de gendarme en la región. La denuncia debe incluir también a Pekín, por su complicidad con la Casa Blanca en la extorsión al régimen norcoreano.
El desarrollo de las tendencias revolucionarias de Corea y de toda la región asiática -y, en primer lugar, de la poderosa clase obrera china que viene ganado protagonismo- es la única garantía para terminar con la pesadilla de nuevas guerras, que sólo puede tener un fin si se acaba con los regímenes que las promueven.
Una mayor “integración económica” entre ambas Coreas, que es lo que viene pregonando un ala de la burguesía surcoreana, será una nueva fuente de confiscación contra la clase obrera de los dos lados. Retomar la continuidad y extender las “zonas económicas especiales” es, por un lado, un mecanismo de superexplotación de la clase obrera del Norte y, por el otro, un arma contra los obreros del Sur para depreciar aún más los salarios, sometiéndolos a la competencia del reservorio potencial de mano de obra semiesclava del Norte. Por lo pronto, en Surcorea, está en marcha una reforma laboral draconiana fogoneada por la Federación Coreana de Industrias y los “chaebols” -los grandes conglomerados capitalistas que controlan la economía del país.
Muchos de estos pulpos se encuentran en la mira, precisamente, por la violación de derechos laborales. De Samsung, ya denunciado por condiciones semiesclavas (“los empleados, algunos de ellos menores de edad, soportan hasta cien horas extraordinarias forzadas por mes, trabajo no remunerado, de pie de 11 a 12 horas, abuso verbal y físico, discriminación grave de edad y sexo -Portafolio, 4/12-), recientemente se filtró un documento dirigido a jefes corporativos que instaba a “aislar a los empleados”, “castigar a los líderes” y “provocar conflictos internos” (ídem).
Aunque no está colocada como perspectiva inmediata, esta integración económica nos da una pista de lo que podría ser una reunificación bajo el padrinazgo y bendición de Washington, Tokio e incluso Pekín. Lejos de usufructuar las ventajas de Occidente, la población del Norte, como ya viene ocurriendo con los trabajadores del Corea del Sur, será acreedora de sus lacras, con más razón, cuando vienen impactando de lleno los efectos dislocadores de la bancarrota capitalista mundial.
Las bravuconadas del mandatario norcoreano no pueden ocultar la creciente impasse económica, política y social del régimen, que apuesta a sobrevivir con un giro hacia los “mercados”. Esta apertura de la economía, más temprano que tarde, acelerará el derrumbe del régimen burocrático y la injerencia imperialista.
La unidad de Corea en términos progresivos está reservada a la clase obrera. Los trabajadores de Corea del norte y del sur deben unirse y emerger como un polo político independiente, de los dos bandos en pugna, tanto del imperialismo y sus socios locales como de la burocracia descompuesta -o sea, la batalla por una Corea unida y socialista.
Pablo Heller
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario