La soldadesca ebria de sangre saqueó casa por casa, los soldados abandonaron su función, incluidos sus oficiales, para arrancar candelabros y alfombras, heladeras y radios, sillas y muebles, corriendo por las calles entre risas y gritos caóticos. En un documental, oficiales de esa época confiesan que se asustaron por la repugnante degradación de su propia tropa.
El honor de las comunidades judías de todo el mundo, humilladas y torturadas y asesinadas por el nazismo recién derrotado, fue mancillado por el propio “ejército sionista” que se suponía debería haber contribuido a sanar las heridas del genocidio.
Después, guerra tras guerra, la de los Seis Días, la de Ion Kipur, el pueblo palestino se convirtió en una víctima de las víctimas del genocidio nazi. Las víctimas de Auschwitz devinieron victimarios. Y, sobre unos y otros, las garras del imperialismo reinan.
Hoy una nueva Nakba, un nuevo desastre, el desastre de la limpieza étnica con armamento ultramoderno, se abate sobre los palestinos en Gaza, en Cisjordania, pero también en Líbano, en Siria, bajo la fría e impasible mirada de los gobiernos de los países “árabes”.
La solidaridad con el pueblo palestino es un mucho más que un deber moral para los trabajadores del mundo entero y ni que hablar para los militantes internacionalistas del socialismo. Es una tarea militante.
La masacre de los palestinos, parte de la guerra mundial en desarrollo, es un ensayo general de la guerra del capital contra el proletariado mundial.
Félix Kaufman
15/05/2025
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