domingo, 19 de marzo de 2017
Dialéctica y marxismo: Isaak Illich Rubin y el fetichismo de la mercancía
Continuamos la serie de marxismo y dialéctica con algunos aspectos de la lectura de Isaak Illich Rubin sobre la importancia teórica y metodológica del fetichismo de la mercancía en el pensamiento de Marx.
Isaak Illich Rubin (1886-1937) fue un destacado economista e investigador de la obra de Marx. Antes de la revolución rusa había militado en la fracción menchevique del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. En 1926 se integró como investigador al Instituto Marx-Engels, dirigido por David Riazanov. En 1930 fue detenido y acusado falsamente de un complot para reorganizar un centro menchevique. Fue liberado en 1934 y enviado a Kazajstán en una especie de exilio interno. En 1937 fue detenido en el marco de la “Gran Purga” llevada adelante por el régimen de Stalin y ejecutado en fecha cercana al 25 de noviembre de 1937.
Su obra más conocida son los Ensayos sobre la teoría marxista del valor (1928) que hizo una serie de aportes fundamentales para la reflexión crítica sobre la obra de Marx, en especial El Capital.
Haremos foco en esta ocasión en su lectura sobre la cuestión del fetichismo de la mercancía, su lugar en el desarrollo de la comprensión marxista del capitalismo y su importancia teórica para comprender los argumentos y el método dialéctico de Marx.
Rubin cuestionaba a aquellos críticos de Marx (Tugán-Baranovsky y otros) que habían interpretado la exposición de Marx sobre el fetichismo de la mercancía como una digresión filosófica sin relación con la crítica de la economía política. Por el contrario, señalaba que la cuestión del fetichismo de la mercancía era inseparable de la teoría del valor de Marx y era clave para comprender el capitalismo, ya que era “una teoría general de las relaciones de producción de la economía mercantil”.
Antes de retomar los argumentos de Rubin, veamos cómo definía Marx el fetichismo de la mercancía en su conocido pasaje de El Capital:
“Lo misterioso de la forma mercantil consiste sencillamente, pues, en que la misma refleja ante los hombres el carácter social de su propio trabajo como caracteres objetivos inherentes a los productos del trabajo, como propiedades sociales naturales de dichas cosas, y, por ende, en que también refleja la relación social que media entre los productores y el trabajo global, como una relación social entre los objetos, existente al margen de los productores. Es por medio de este quid pro quo [tomar una cosa por otra] como los productos del trabajo se convierten en mercancías, en cosas sensorialmente suprasensibles o sociales. De modo análogo, la impresión luminosa de una cosa sobre el nervio óptico no se presenta como excitación subjetiva de ese nervio, sino como forma objetiva de una cosa situada fuera del ojo. Pero en el acto de ver se proyecta efectivamente luz desde una cosa, el objeto exterior, en otra, el ojo. Es una relación física entre cosas físicas. Por el contrario, la forma de mercancía y la relación de valor entre los productos del trabajo en que dicha forma se representa, no tienen absolutamente nada que ver con la naturaleza física de los mismos ni con las relaciones, propias de cosas, que se derivan de tal naturaleza. Lo que aquí adopta, para los hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre cosas, es sólo la relación social determinada existente entre aquéllos. De ahí que para hallar una analogía pertinente debamos buscar amparo en las neblinosas comarcas del mundo religioso. En éste los productos de la mente humana parecen figuras autónomas, dotadas de vida propia, en relación unas con otras y con los hombres. Otro tanto ocurre en el mundo de las mercancías con los productos de la mano humana. A esto llamo el fetichismo que se adhiere a los productos del trabajo no bien se los produce como mercancías, y que es inseparable de la producción mercantil.”
Rubin señalaba que el fetichismo de la mercancía no era una ilusión ideológica sino el resultado de un proceso social. Sus bases objetivas estaban dadas por el hecho de que al caracterizarse la sociedad capitalista moderna por la organización de la producción en función del intercambio en el mercado, los productores actuaban como productores privados independientes sin relación establecida de antemano. Al entrar en relación a través del intercambio de las mercancías, la relación social entre las personas efectivamente se realizaba a través de la mediación de las cosas, es decir, de las mercancías. Las mercancías, en este contexto, se caracterizan por tener una existencia material y una función social y esa dualidad es clave para comprender la crítica de Marx a la economía política.
Rubin destacaba que en la sociedad capitalista se da un proceso de cosificación de las relaciones de producción entre las personas y personificación de las cosas. Esto significa que las relaciones de producción se materializan en las mercancías y a su vez que el propietario de cosas con determinada forma social (por ejemplo el capital) establece a partir de estas cosas (hablando siempre de objetos producidos para ser intercambiados en el mercado o su equivalente en dinero) relaciones de producción concretas con otras personas. Una vez que este proceso de “cosificación de las relaciones de producción” se generaliza en un sinnúmero ininterrumpido de transacciones entre productores de mercancías, las “cosas” (mercancías producidas para el mercado) mantienen esa característica de condensar relaciones sociales aunque momentáneamente el intercambio se interrumpa para casos específicos. De esta imbricación entre las relaciones sociales de producción y las mercancías, surge el fetichismo de considerar que las cosas “tienen valor” como una característica propia.
Rubin sostenía que al desentrañar el problema del fetichismo, Marx a su vez estableció una relación nueva entre la existencia material de las categorías económicas y su función social. Esto significa que analizando las categorías económicas en sus distintos niveles de complejidad, Marx expuso una serie de formas que expresaban las relaciones sociales a través de las “cosas”. Por ejemplo, el dinero que cumple la función de vincular en forma directa al capitalista con los obreros tiene la forma de “capital variable”, mientras aquel que los vincula indirectamente tiene la de “capital constante”. Los conceptos básicos de la economía política expresan relaciones de producción entre las personas, que están mediadas por las cosas (mercancías), por lo que estas cumplen una función social y adquieren por lo tanto una forma social. Por eso, para Rubin la teoría de Marx analizaba una serie de formas económicas que respondían a una serie de “relaciones de producción de complejidad creciente entre las personas”, incluidas aquellas más complejas como la “forma del valor” y la “forma dinero”. En este tratamiento de las formas, residía según Rubin la formulación metodológica totalmente nueva de los problemas económicos por Marx. Rubin no se refería al tratamiento de las formas como tales (cuestión que ya estaba presente en Schiller, Hegel, el romanticismo y el idealismo alemán) sino al tratamiento de las formas económicas en relación con sus determinaciones sociológicas.
En este contexto, Rubin (al igual que Antonio Labriola) caracterizaba el método dialéctico de Marx como un “método genético”: Este método genético (o dialéctico) que contiene análisis y síntesis, fue contrapuesto por Marx al método analítico unilateral de los economistas clásicos. El carácter único del método analítico de Marx no consiste sólo en su carácter histórico, sino también en su carácter sociológico, en la intensa atención que presta a las formas sociales de la economía. Partiendo de las formas sociales como dadas, los economistas clásicos trataron de reducir las formas complejas a las formas más simples mediante el análisis, con el fin de descubrir por último su base o contenido técnico-material. Marx, en cambio, partiendo de una condición dada del proceso material de la producción, de un nivel determinado de las fuerzas productivas, trató de explicar el origen y el carácter de las formas sociales que asume el material de producción.”
La lectura de Rubin permite aproximarse a la dialéctica marxista de un modo distinto de los más habituales (explicación de leyes dialécticas). Al elegir como centro de su reflexión la problemática del fetichismo de la mercancía y su relación con las características específicas de las relaciones de producción en el capitalismo, presenta la dialéctica como un pensamiento que expone relaciones sociales concretas entre sujetos (los seres humanos que se relacionan en función de la producción y reproducción de la vida material), entre sujetos y objetos (las “cosas” producidas con el fin de ser compradas y vendidas en el mercado) y entre planos de la realidad que son reproducidos conceptualmente (categorías económicas y formas sociales). De este modo, las clásicas problemáticas dialécticas de la relación de interdependencia entre esencia y apariencia y forma y contenido, que suelen exponerse de modo abstracto, son reformuladas de manera original a partir de una relectura metodológica del pensamiento de Marx.
Esta propuesta de lectura de Rubin representa un importante aporte para la comprensión de la dialéctica como un pensamiento de lo concreto.
Juan Dal Maso
juandalmaso@gmail.com
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