viernes, 3 de enero de 2020
El asesinato del General iraní Qasem Soleimani aumenta la tensión belicista en Medio Oriente
Con un bombardeo selectivo en las inmediaciones del aeropuerto de Bagdad (Irak), utilizando drones de última generación, el gobierno de Estados Unidos perpetró el asesinato del general iraní Qassem Soleimani, en medio de la escalada de ataques que los últimos días involucraron al gobierno norteamericano y a las milicias iraníes.
Soleimani ocupaba las funciones de jefe de la Guardia Revolucionaria Islámica y comandante de las Fuerzas Al Quds -fuerzas chiítas que operan en países del exterior como Siria, Líbano e Irak-, era considerado una de las principales figuras del régimen iraní, de estrecha cercanía al Líder Supremo Ali Jamenei. Del atentado también fue víctima fatal Abu Mehdi al Muhandis, quien era el número dos de las Fuerzas de Movilización Popular (FMP): un armado de grupos paramilitares proiraníes integrados en el estado iraquí.
Según el Pentágono la orden partió directamente del presidente Donald Trump, quien celebró la ejecución desde su cuenta personal de Twitter. Primero publicó la imagen de una bandera norteamericana, y luego manifestando que el general iraní debió haber sido asesinado “hace muchos años”. Para justificar su acción, desde el Departamento de Defensa de Estados Unidos dijeron que Soleimani estaba “desarrollando activamente planes para atacar a los diplomáticos y miembros del servicio estadounidenses en Irak y en toda la región”. Un retorno a la doctrina de la “Guerra Preventiva” acuñada por George W. Bush.
La crisis se profundiza
En un cuadro de fuertes choques internacionales, el escenario en Medio Oriente se encuentra sacudido ya hace tiempo debido al quebrantamiento, por parte de la administración de Trump, de los endebles acuerdos que mantenían una cierta estabilidad en la región.
La expulsión de las fuerzas de ISIS de la región dio lugar a que el régimen iraní, y sus adeptos, lograran conquistar una mayor penetración en los países de la región. Las FMP nacieron bajo el pretexto de combatir al Estado Islámico y se han consolidado como una de las fuerzas regulares del Estado iraquí. A su vez, la influencia de Hezbollah en el Líbano, y el apoyo al presidente Bashar al Asad en Siria, le otorgaron a Soleimani y al régimen iraní una mayor incidencia sobre los países de la región con fuerte presencia de población chiíta. Esta situación empezó a preocupar al Estado de Israel y a los movimientos sunitas respaldados por Arabia Saudita, que empezaron a demandar una mayor intervención norteamericana para detener el avance iraní.
En este cuadro, Trump suspendió unilateralmente -en mayo del 2018- los acuerdos con el gobierno de Irán, dando lugar al restablecimiento de las sanciones económicas contra el país, que sirvieron para debilitar al régimen. Esto trajo consigo una serie de ataques sionistas contra posiciones iraníes en Siria y a un reforzamiento militar en las fronteras de ese país.
Estas medidas no fueron bien recibidas desde Teherán, donde los efectos del bloqueo norteamericano se empezaron a hacer sentir en la estrepitosa caída de las exportaciones de petróleo. De allí que la administración de Trump responsabilizara al gobierno iraní por el sabotaje a los buques petroleros en el Estrecho de Ormuz, de lo cual se valió para agravar las sanciones económicas a mediados del 2019.
En septiembre, misiles iraníes atacaron las instalaciones de la petrolera estatal Saudi Aramco perteneciente a Arabia Saudita, aliado en la región de los Estados Unidos (El Cronista, 1/1).
El aumento de la presión contra Irán por parte de Trump tenía el propósito de obtener un repliegue de la influencia iraní sobre Siria y la región (Irak, Líbano, Yemen), sin llegar a desencadenar una escalada belicista que a nadie conviene -el propio Trump tuvo que dar marcha atrás a sus bravuconeadas luego de que Irán derribara un dron yanqui que habría invadido su espacio aéreo.
Fuera de control
Los acontecimientos han escalado hasta la situación actual donde el asesinato de Soleimani aparece como un manifiesto llamado de atención del imperialismo norteamericano, y sus aliados, contra el régimen iraní, luego de que las milicias chiítas proiraníes se atrevieran a incursionar en la embajada norteamericana en Bagdad.
Mientras estos acontecimientos se desenvuelven, la región parece sumirse en un cuadro de disputas. El gobierno de Siria, con el apoyo de Rusia e Irán, acaba de impulsar bombardeos en la zona de Idlib -último reducto de las fuerzas rebeldes yihadistas-, lo que motivó que Trump salga al cruce exigiendo que se deje todo en manos de Turquía. Por otra parte, el gobierno turco ha ordenado el envío de tropas a la cercana Libia -contra las indicaciones de Trump- para apoyar a las fuerzas del gobierno respaldado por la ONU contra las tropas rebeldes ayudadas por Moscú.
El asesinato de Soleimani y la escalada de ataques han hecho subir los precios del petróleo debido al miedo a que se desate una mayor contienda bélica que afecte al suministro de este recurso estratégico. El Líder Supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, advirtió que los responsables de su muerte "deben esperar una dura venganza" (BBC 3/1).
Las sucesivas incursiones imperialistas en la región han dejado un cuadro devastado donde lo que prima es el control físico de posiciones tras la ruptura de los precarios acuerdos del pasado. Las masas, por su parte, han comenzado a aparecer en un escenario dominado por las penurias económicas que son resultado del agravamiento de la crisis mundial y sus efectos caóticos sobre la región, sin embargo aún no han consolidado una dirección independiente. Se vuelve imprescindible la intervención independiente de la población para expulsar al imperialismo de la región y tomar el gobierno de sus asuntos en sus propias manos.
Marcelo Mache
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