viernes, 13 de julio de 2018
Alemania, entre la guerra comercial y la crisis política
Uno de los destinatarios principales de la escalada comercial de Trump es la zona euro y en especial Alemania, a la cual acusa de acumular un superávit inaceptable. Lo que fue exhibido como uno de los puntos fuertes del país germánico, se está convirtiendo en su Talón de Aquiles. En las últimas décadas, en particular desde la conformación de la Unión Europea, el ingreso nacional de Alemania depende cada vez más del comercio exterior. La contribución de las exportaciones al PBI asciende al 50%, lo que ha transformado a Berlín en una economía extremadamente vulnerable. Si hay un país europeo dañado por la guerra comercial lanzada por Trump, ése es Alemania. Además del acero y el aluminio, Estados Unidos amenaza ampliar el listado de productos que se verían afectados por una suba de aranceles. Es el caso de los automotores y equipos electrónicos, lo cual afectaría al corazón de las exportaciones alemanas. Hay quienes pronostican que ello podría provocar miles de despidos en las automotrices, empezando por la emblemática Volkswagen.
El abandono de Estados Unidos del pacto con Irán ha abierto otro capítulo de este enfrentamiento. La Casa Blanca amenaza con adoptar represalias y sanciones contra las empresas europeas que mantengan vínculos comerciales o tengan inversiones en aquel país. Esto vale para varias corporaciones alemanas que aprovecharon el acuerdo para radicarse en territorio iraní.
La reforma tributaria de Trump, a su turno, no sólo alienta la repatriación de capitales con asiento en otras plazas sino que coloca recargos impositivos a las empresas extranjeras. Esto ha perjudicado la operatoria de diferentes corporaciones germanas, entre ellas, al Deutsche Bank, que tuvo que reportar pérdidas por casi dos mil millones de dólares de sus sucursales en territorio norteamericano.
Desintegración de la Unión Europea
Este escenario potencia las tendencias a la desintegración de la Unión Europea. Alemania ha sido la principal usufructuaria de la zona euro, a expensas de las naciones más débiles. Bajo el paraguas de la Unión Europea se han acentuado los desequilibrios económicos entre sus miembros. El superávit comercial alemán ha tenido como contrapartida crecientes déficits de las otras naciones. Esta se ha vuelto una hipoteca insostenible, alentando las tendencias nacionalistas y el separatismo. La tendencias centrífugas expresadas en el Brexit se replican con fuerza en Italia. Allí, la nueva coalición de gobierno de la derecha y 5 Estrellas, tiene en carpeta un plan B que prevé la circulación de una moneda paralela al euro, el cual seguiría operando como unidad de cuenta de activos y patrimonios financieros, pero para reemplazarla en el momento oportuno y poner fin a la unidad monetaria de la zona. La bancarrota capitalista viene demoliendo todo el edificio institucional montado por el imperialismo, alentando la fractura del mercado mundial y la disolución de la Unión Europea.
Esta crisis de la Unión Europea ha abierto una deliberación a su interior, planteando cambios en su estructura. La tentativa de avanzar hacia una unión bancaria y fiscal choca, sin embargo, con la negativa de Alemania. La coalición gobernante rechaza este esquema que implicaría más costos que beneficios. No quiere saber nada con compartir el riesgo de la deuda pública de otros países, lo que constituiría un mecanismo de transferencia de recursos de Alemania en favor de las naciones más vulnerables. Se opone a establecer una unión fiscal, incluidas las propuestas de un presupuesto y un Ministerio de Hacienda comunes. Con el mismo criterio, son reacios a profundizar una unión bancaria, sin antes haber saneado los balances de los bancos de todos los países miembros de la zona euro, sobre todo, si se pretende establecer una garantía de los depósitos común.
Algunas preocupaciones del gobierno alemán son compartidas por los otros países europeos que abogan por una estricta disciplina fiscal, como los Países Bajos, Irlanda, Suecia, Noruega y Finlandia.
Quiebras bancarias
Por otra parte, el gobierno alemán pretende reservar los recursos para el rescate de sus propios bancos. Es que el Estado germano es el que inyectó más fondos en la crisis financiera iniciada en 2008 para el salvataje de sus corporaciones. Hoy, el conjunto de la banca alemana está en terapia intensiva, y el Deutsche Banck acumula tres años seguidos de pérdidas en sus balances, lo que ha provocado la renuncia de su CEO y el derrumbe de sus acciones al punto más bajo de la última década. Ello se relaciona con la reticencia de la burguesía alemana a un recate de la Unión Europea de características más generales, pues especula con apropiarse de la banca europea en crisis y reforzar el proceso de concentración económica y financiera bajo su tutela. Ello echa leña al fuego de las rivalidades con sus socios de la Unión Europea y aviva los reflejos defensivos de la burguesía de dichos países.
Con el derrumbe del Deutsche Bank, asoma el fantasma de un nuevo Lehman Brothers. Se pone de manifiesto la fragilidad de la principal potencia de Europa y de un modo general, de la economía mundial, que no ha logrado revertir la bancarrota capitalista que viene arrastrando desde hace una década. La suma de los activos tóxicos del Deutsche es varias veces superior al PBI alemán y su alto grado de apalancamiento la sitúa como uno de los principales riesgos sistémicos de la economía alemana y europea. Es una de las instituciones con mayores tenencias de bonos de Italia, cuyo valor vienen cayendo en picada. Alemania, que es exhibida como la economía “modelo”, se encuentra sentada en una bomba de tiempo.
La tensión social, a su turno, crece. Es cierto que Alemania exhibe el nivel de desocupados más bajos de Europa, con excepción de la República Checa. Pero una parte importante de la fuerza de trabajo reviste un carácter precario y con salarios de pobreza. Quienes trabajan bajo ese régimen no pueden permitirse ser propietarios de su vivienda y dependen de los subsidios estatales a pesar de estar trabajando. La principal razón por la que Alemania se volvió “más competitiva” comercialmente fue por la baja de los salarios.
Polarización y crisis de régimen
Casi treinta años después de la reunificación alemana, las diferencias entre el Este (lo que en su momento fue la República Democrática Alemana) y el Oeste, siguen siendo notables. “Oficialmente”, el desempleo de la antigua Alemania Oriental sigue siendo el doble que en la parte occidental del país -pero estas cifras, en la realidad, son sensiblemente mayores. El PBI per cápita en el Este tiene una desventaja del 26% respecto al Oeste. La gente que vive en las regiones del Este tiende a emigrar al Oeste porque hay mejores perspectivas laborales y los salarios son más altos. En el Este no hay grandes empresas y no se estableció ninguna desde la reunificación.
Este deterioro ha terminado por horadar al régimen político. Así se ha expresado en el derrumbe electoral de los dos partidos principales del sistema, que hicieron el año pasado la peor elección de su historia, que tuvo lugar a finales del año pasado. Entre los conservadores de Merkel y la socialdemocracia apenas lograron sumar al 50% de los electores. Alemania pasó varios meses sin que se pudiera formar gobierno, lo que se resolvió a través de una coalición precaria entre ambos partidos, que anda a los tumbos. Ahora, el gobierno encabezado por la otrora dama indiscutida, tambalea. Como contrapartida, asistimos al crecimiento de la derecha con el ascenso de Alternativa por Alemania (ADF), que reivindica la tradición del nazismo. La corriente reaccionaria recluta especialmente una adhesión en sectores desempleados y empobrecidos en los Estados del Este. La derecha viene promoviendo una campaña contra los inmigrantes, a quienes culpan de la crisis social y política. Pero lejos de ello, el hundimiento del régimen político responde a una crisis de fondo, que hunde sus raíces en la desintegración y fractura de la Unión Europea y de la zona euro. La cruzada contra los inmigrantes no es otra cosa que un recurso demagógico prefacista para desviar el descontento popular contra la miseria creciente.
La crisis política, de todos modos, contagia a todas las clases sociales y también se extiende a los trabajadores. Hay un clima creciente de insatisfacción y malestar en la clase obrera, que viene siendo afectada por un retroceso de sus salarios y de sus condiciones de vida.
En este cuadro viene de estallar a comienzos de este año la huelga de los metalúrgicos, que ha paralizado las principales empresa del sector, en primer lugar las automotrices. Ingresamos en una etapa más convulsiva de la lucha de clases en Alemania, que plantea con más fuerza la necesidad de resolver la crisis de dirección de la clase obrera y poner en pie un partido revolucionario.
Pablo Heller
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