martes, 2 de abril de 2024

Hace sesenta años Brasil atravesó una situación revolucionaria


Hace 60 años, entre el 31 de marzo y el 1° de abril, tuvo lugar, en Brasil, el golpe militar probablemente más importante de la historia golpista en América Latina. Atravesó diferentes etapas políticas y, por lo tanto, una serie de crisis de diversa envergadura, para adoptar, a partir de 1969, un carácter represivo cada vez más brutal, al punto de convertirse, luego de los golpes militares en Bolivia (1971), Chile y Uruguay (1973) y Argentina (1976), en el pivot de lo que se conoce como la Operación Cóndor, que reunió a los servicios de seguridad de estas dictaduras en la planificación de secuestros, torturas y desapariciones, con el apoyo abierto de Estados Unidos. Luego de proceder a una vasta contrarrevolución agraria, que concentró aun más la gran propiedad capitalista, el gobierno militar se lanzó en su último tramo a una política “desarrollista”, fundada en una enorme redistribución de ingresos para sustentar inversiones en la gran industria. A finales de la década del 70 inició un retiro ordenado del poder, desde las elecciones digitadas de 1982 hasta la reunión de una Asamblea Constituyente en 1988.
 Lo que otorga al golpe militar del 64 una característica especial es que tuvo lugar en el cuadro de una crisis revolucionaria. Las Fuerzas Armadas exhibieron una división extraordinaria; se produjo una sublevación entre los cuadros inferiores de la Armada en defensa del gobierno constitucional; y la movilización popular cobró un ascenso veloz tanto en el campo como en las ciudades. Mientras la iniciativa golpista irrumpía en el estado de Minas Gerais y era recibida con cautela en Río de Janeiro, los cuerpos legalistas del ejército se manifestaban en contra del golpe en Río Grande do Sul, Pernambuco y Sergipe. El presidente en ejercicio, Joao Goulart, rehusó enfrentar el golpe alegando el peligro de una guerra civil, en tanto el Partido Comunista, con presencia vigorosa en Brasil, propiciaba el seguidismo a la parálisis del gobierno, como lo había hecho desde 1954, cuando el imperialismo norteamericano organizó la invasión a Guatemala por un cuerpo armado de la derecha. 
 El carácter extraordinario de la crisis que alumbró el golpe había quedado de manifiesto en la larga duración del proceso que llevó al golpe. Brasil atravesó una crisis prolongada en la década del 50, que culminó con el suicidio del presidente Getulio Vargas, calificado como el Perón brasileño, que fue adjudicado a un intento desesperado por evitar un golpe militar. Más inmediata en el tiempo, la crisis arranca en 1961 con la renuncia del presidente Janio Quadros, que había asumido meses antes. El episodio, todavía confuso para los historiadores, fue motivado por la oposición que generó la intención anunciad por Quadros de reconocer al gobierno revolucionario de Cuba y a la República Popular China. Quadros, sin embargo, no representaba al llamado ‘populismo’ sino, por el contrario, a la derecha del escenario político brasileño. La suspicacia que produjo la renuncia probablemente obedezca a la cadena de acontecimientos que la sucedió. Ocurre que en virtud de un sistema electoral ‘sui generis’, la elección del Ejecutivo separaba a los candidatos a presidente y vice, lo cual dio lugar a que la Vicepresidencia cayera en manos de la lista opositora a Quadros, que postulaba para ese cargo a Joao Goulart –heredero político de Getulio Vargas. La derecha y un amplio sector de los militares se opuso a que Goulart sucediera a Quadros; en este sentido, la renuncia de Quadros era funcional a un golpe. La crisis generó una situación prerrevolucionaria, con amenazas de golpe, de un lado, y movilizaciones populares, del otro. La salida a este choque, que se revelaría muy precaria, consistió en cambiar el régimen constitucional de Brasil. El Ejecutivo fue privado de todos sus poderes, que pasaron al Congreso, de un lado, y un Jefe de Gabinete, del otro. El engendro se agotó cuando un plebiscito impuso el retorno al sistema constitucional precedente. Entre 1961 y 1964, Brasil fue sacudido por un terremoto político. A lo largo de estos años crecerá el movimiento de las Ligas Campesinas, que la oligarquía denunció como un peligro comunista. 
 El otro fenómeno que convierte a la crisis golpista del 64 en extraordinaria es el papel relevante que jugó el imperialismo norteamericano, al punto de prever el envío de tropas para apoyar la asonada. La conspiración norteamericana comienza con John Kennedy, que caracteriza a la situación brasileña como “un agujero negro” en el tablero latinoamericano. Estados Unidos reclamaba la adhesión incondicional de Brasil contra la Revolución Cubana. Este fue el motivo, precisamente, que llevó al derrocamiento de Arturo Frondizi, en marzo de 1962, luego de una reunión que tuvo con el Che Guevara en la residencia de Olivos. Robert Kennedy, el hermano, fue enviado a Brasil, donde se reunió durante tres horas con Goulart para persuadirlo a que se alinee con Estados Unidos. A la salida ordena los preparativos políticos y militares para el golpe, que finalmente tendrá lugar bajo la presidencia de Johnson, el sucesor de John F. Kennedy. Goulart, sin embargo, no era un agente de La Habana ni de Pekin –en la crisis de los misiles, en Cuba, en octubre de 1962, fue reclamado por Kennedy para que opere como canal de contacto con Rusia para que retirara sus bases en Cuba-.
 En marzo de 1964 las masas brasileñas se manifestaron claramente para aplastar el golpe; esto explica la vacilación para intervenir de un ala mayoritaria del Ejército, incluso las dudas de quien sería el primer presidente del gobierno militar, Castello Branco. El nacionalismo y el stalinismo brasileño se interpusieron para que evitar que las masas frustraran el golpe. Goulart abandonó el gobierno sin presentar batalla; dejó a sus aliados políticos y militares en el vacío, para alojarse en su estancia en Río Grande do Sul y luego refugiarse en Uruguay. 
 Una situación revolucionaria no significa que se hayan reunido por completo las condiciones de una revolución. Pero sí es el momento para organizar a las masas en órganos soberanos propios e impulsar su armamento. En 1973, un escenario revolucionario se planteó en Chile, pero por eso precisamente el gobierno y los partidos de la Unidad Popular procedieron a desarmar a los trabajadores y cuadros inferiores de la Marina que veían venir el golpe. No es esta cuestión estratégica, sin embargo, lo que la izquierda democratizante brasileña está discutiendo acerca de este aniversario. Es un hecho que la tentativa golpista de Bolsonaro y su fracción militar, de enero del año pasado, no fue enfrentada mediante una convocatoria a las masas brasileñas. Al revés, Lula ha llamado a desistir de manifestaciones antigolpistas en este aniversario. Desde estas páginas señalamos el carácter revolucionario de la situación que precedió y acompañó aquel golpe militar, y el carácter contrarrevolucionario de sus direcciones políticas.

  Jorge Altamira 
 31/03/2024

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