Petrobras, creada por el Estado brasilero en la década del 50, es hoy en día una empresa ya privatizada, mantenida artificialmente como empresa estatal, para mejor proceder a su desmembramiento privatizador. Es una Sociedad Anónima cuyas acciones cotizan en las Bolsas de San Pablo, Nueva York y Madrid y donde el Estado tiene solo el 50,2% de las acciones, lo que le da una ligerísima mayoría en el directorio. Pero donde los directores estatales son agentes más o menos directos del capital privado que facilitan los negociados que pagan las finanzas públicas y el pueblo brasilero.
En torno a Petrobras se han desarrollado históricamente fuertes luchas políticas interburguesas para ver quién tenía el control de la empresa y la esquilmaba a su “piaccere”. Sin ir más lejos, el escándalo de la corrupción del “Lava Jato”, fue azuzado desde los Estados Unidos para desplazar a los grupos contratistas como Odebrecht, acusados de tener una relación preferencial ($$) con los gobiernos de Lula y Dilma, como contratistas supermillonarios de Petrobras.
Tarifas
Siguiendo la presión de la “parte privada” de Petrobras, el gobierno viene autorizando la elevación permanente del precio de los combustibles, siguiendo el derrotero del alza de los precios de los hidrocarburos en el mercado mundial. No se fijan los precios, ni siquiera tomando los costos menores de su producción en Brasil. Este aumento constante de los precios de los combustibles se ha transformado en el motor central de la creciente inflación brasilera. Golpeando el bolsillo de los camioneros y, desde ya, del pueblo trabajador. Ante los crecientes reclamos contra esta política depredatoria del capital financiero, Bolsonaro se había comprometido con sectores de los camioneros, a tratar de morigerar estos aumentos. Por eso, en febrero pasado, Bolsonaro echó en forma sorpresiva al presidente de Petrobras, Roberto Castello Branco, eligiendo en su reemplazo a Joaquim Silva e Luna, ex ministro de Defensa. Castelo Branco había declarado su oposición a cualquier límite al aumento de tarifas.
El “mercado” evidenció su oposición a cualquier perspectiva de control de tarifas haciendo caer en las Bolsas el valor de las acciones de Petrobras. Entre la espada y la pared, entre los monopolios que quieren que sigan aumentando los precios de los combustibles y el reclamo de camioneros y la masa popular que reclama que se detenga esta escalada de precios y la inflación que provoca contra el bolsillo de los trabajadores, Bolsonaro quedo “paralizado”. Debe haber pensado, en febrero pasado, que el aumento del petróleo en el mercado mundial se había detenido. Pero no fue así y los tarifazos inflacionarios continúan. La semana pasada, un plenario nacional de camioneros convocó a un paro general para el 1° de noviembre, exigiendo la reducción del precio del diesel y otros reclamos y llamando a que el pueblo los apoye.
Frente a esta situación, Bolsonaro salió a declarar en un arranque de “furia” que había que terminar con el monopolio de Petrobras y privatizarla para que la competencia que se crearía en el mercado morigerara en el futuro el aumento de precios. Esto fue respaldado por el vicepresidente, general Hamilton Mourao, que dijo: «en el futuro, Petrobras tendrá que ser puesta en el mercado para romper el monopolio que tiene la empresa, que termina perjudicando al país». Y el ministro de Economía, Paulo Guedes, reunido en esos momentos en Nueva York, con la crema del capital financiero, ratificó la idea de la privatización de Petrobras. Estas palabras fueron como maná para el oído “inversionista” y de inmediato las acciones de la Sociedad Anónima petrolera en la Bolsa, subieron. No es que se piense que se marcha a una privatización total de Petrobras, pero entienden que habría un compromiso gubernamental de no limitar los tarifazos y las superganancias de los “accionistas” (un mes atrás, Guedes había declarado que la privatización total de Petrobras llegaría recién dentro de una década). Lo que Guedes pretende es que se habilite la venta extra de algunas acciones de la Petrobras (lo que haría ya perder la mayoría estatal en el directorio). Plantea que, en ese caso, el aumento de tarifas, significaría automáticamente el aumento del valor de las acciones y la venta de pequeños paquetes accionarios le daría al gobierno los fondos para subsidiar la compra de garrafas de gas a los pobres que hoy ya no pueden costearlas. Una cínica política entreguista-pseudopopulista en beneficio del capital financiero.
Privatización
La privatización de Petrobras sigue desarrollándose en forma periférica. El gobierno no pierde su mayoría del 50,2% de las acciones, pero… la empresa es cada vez más chica porque se van entregando diversos sectores. Es que para vender las acciones que colocarían a Petrobras con nítida mayoría privada se necesita el aval del Congreso. Y en vísperas de una campaña electoral no es seguro el resultado de la votación al respecto. Por eso a fines del año pasado se llevó el problema a la Corte Suprema, que ha decidido que la venta de sectores de Petrobras no significaba la privatización de la empresa, sino una enajenación parcial de activos. Hecha la ley, hecha la trampa.
Castelo Branco, en el 2019-20, generó aplausos en el “mercado” por vender miles de millones de dólares en activos “no esenciales”. Ahora se está en plena liquidación de gran parte de las refinerías. Entre los principales activos ofrecidos a venta por Petrobras se destacan ocho de sus refinerías, por las que Guedes aspira a recibir unos 8.000 millones de dólares.
Bolsonaro y Guedes vienen siendo criticados por sectores de la derecha liberal porque no han avanzado decididamente en la privatización de empresas estatales. “¿Fracasamos con las privatizaciones? No estamos avanzando al ritmo que quisiéramos, pero hemos privatizado R $ 240 mil millones en 2 años y medio”, dijo el ministro Guedes, agregando que hasta ahora las operaciones han involucrado filiales, pero que “grandes empresas ”, como Correos, ya vienen.
P
ero la privatización de Petrobras progresa “lentamente”. El plan de desinversiones de la empresa prevé la venta de activos por hasta 23.000 millones de dólares hasta 2023.
Entre las dificultades que encuentra es que las “ofertas” de compra son bajas, porque aducen los capitalistas que no tienen garantías reales de que se mantendrán libres los aumentos de precios. Otro elemento es la lucha entre diversos pulpos. Ultrapar y Raízen (¿de capital nacional?) y la china Sinopec están entreverados en un combate por la posesión de algunas de estas refinerías, con sus repercusiones y divisiones en la política brasilera.
El movimiento obrero
Los obreros petroleros han parado y se han movilizado contra distintos ataques privatizadores. Pero la dirección del sindicato (Federación de Trabajadores Petroleros) no ha transformado estos movimientos obreros de lucha en un plan de lucha general y continuado hasta llegar a la huelga general. Y desde ya que tampoco la dirección burocrática de la central obrera (CUT), subordinada completamente a la estrategia electoralista de Lula y el PT. Este protesta contra aspectos de la entrega, pero… espera que Bolsonaro-Guedes hagan gran parte del “trabajo sucio”, que le permitiría, en caso de asumir, manejar una Petrobras mucho más chica.
Los pasos para desguazar a Petrobras y realizar las privatizaciones parciales, que se hacen con la excusa de terminar con el monopolio de la empresa “estatal” e incentivar la competencia, lo que harán es crear nuevos monopolios privados.
En Brasil, la bandera antiimperialista de defender a Petrobras implica la nacionalización integral de esta empresa y la expropiación sin pago de toda la industria hidrocarburífera, para constituir una empresa única de energía bajo gestión directa de sus trabajadores. El trasnochado pseudo nacionalismo de Lula, el PT y otras corrientes, no puede adoptar este rumbo, porque busca una alianza con la burguesía nacional, cuando esta colabora activamente en el saqueo de las empresas estatales. La lucha antiimperialista es en Brasil también una lucha anticapitalista.
Rafael Santos
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