El ataque a Carlos Pagni tiene un ingrediente particular. Citando a un historiador, el periodista había comparado las circunstancias de la crisis argentina con el final de la República de Weimar (1932-1933), que acompañó al ascenso de Hitler: el mayor criminal político de la historia llegó al gobierno en el marco de las instituciones republicanas. Milei lo acusó, quién sabe por qué mecanismo de sus neuronas, de “banalizar el Holocausto”, aunque es obvia la intención de meter en un paquete único la campaña del sionismo y del fascismo contra un inventado “antisemitismo”. Los directores de “La Nación” la consideraron una acusación “insólita”, que es la escala más baja de la crítica periodística, cercana a la complicidad. La DAIA salió de inmediato a apoyar a Milei, en una actitud insólita frente a defensores inquebrantables del estado sionista. Bien mirada, sin embargo, la intención de Milei y de la DAIA es sacar a Hitler y al fascismo de la historia, en especial de su carácter de salida a las contradicciones insuperables del capitalismo mediante el exterminio y la guerra mundial.
Ante el foro industrial, Milei pronunció “el discurso de los veinte insultos”, de los que se sirvió para atacar a periodistas, economistas de derecha y a la izquierda, sin ahorrarse el vómito de los “zurdos hijos de mil putas”. La platea empresaria celebró la procacidad como una ocurrencia y hasta ironía con interrupciones y aplausos, como lo habían hecho con Hitler los banqueros y la industria pesada de Alemanaia. No advirtió que tenía enfrente a un personaje acorralado en el ejercicio del Poder Ejecutivo. Pero Milei no es, como lo fue Hitler, una salida criminal a la debacle capitalista y al pánico hacia una revolución proletaria, sino la expresión última de la debacle de la democracia y de un capitalismo hipotecado, que podría llevar a una rebelión popular antes que a una salida totalitaria.
La violencia del lenguaje, incluida especialmente la procacidad, es la expresión de una camarilla que apela a la violencia política y a los métodos de guerra civil, que se desborda por su propio aislamiento político. Porque, como lo demostró su paso por Villa Lugano, Milei y los liberticidas carecen de una base popular activa y no han avanzado nada en el año y medio transcurrido. El griterío soez es una maniobra calculada, para ocultar el agravamiento de la crisis social y el aumento de la bronca del pueblo. Milei insulta y agravia a quienes apoyan la liquidación de los derechos laborales, previsionales, educativos o sanitarios, en nombre de la restauración de los “equilibrios macroeconómicos”. Odisea, el programa de Pagni, es una tribuna de los impulsores del 'ajuste'. Los empresarios que aplaudieron los insultos de Milei se han aferrado al mástil de un navío que zozobra, sin advertir que las víctimas de Milei son los más firmes partidarios de la clase capitalista. Deben pensar, probablemente, que las guerras desatadas por Trump y Netanyahu marchan viento en popa y que es necesario subirse a la ola fascista para aplastar efectivamente los derechos de los trabajadores, incluidas sus organizaciones. El otro día, no perdieron la oportunidad de reclamarle que lleve hasta el final esa política de agresión a la clase obrera. El ataque a la prensa anticipa gobernar con métodos de excepción. El control de la prensa oral y escrita se asocia, en este punto, a los decretazos y vetos que, en cualquier caso, se han llevado adelante con la complicidad del Congreso.
Fascistas patéticos
Los liberticidas se prueban el traje del fascismo, pero a esa hechura le falta un componente fundamental: el mileismo no ha conformado una fuerza organizada. Ni siquiera ha podido reunir las voluntades para un aparato electoral. En torno de esta cuestión, acaba de estallar una interna en la mesa “superchica” del gobierno, es decir, entre Karina Milei y Santiago Caputo. La discordia reside, precisamente, en la estratégica elección provincial en Buenos Aires. Karina ha conchabado a un puntero, Sebastían Pareja, para el armado de listas en las secciones electorales. Pero el “material” recolectado, hasta ahora, es el de varios pejotistas con prontuario. Del otro lado, la banda de Santiago Caputo rechaza ese rumbo y apuesta a un reclutamiento propio que no ofrece hasta ahora mayores resultados. El armado de una fuerza reaccionaria de masas choca con el ajuste brutal que sacude a todas las clases explotadas. La carestía que sucedió al acuerdo con el FMI ha quebrado la propaganda oficial sobre la “estabilidad de precios”. Los índices de inflación ficticios no suplantan a la inquietud popular por los aumentos reales.
La camarilla de Milei se atreve a todo este ejercicio de marginalidad porque cuenta con el apoyo de otro régimen de marginales burgueses, comandados por Donald Trump. Pero lo más importante es la complicidad de la burocracia y la oposición con el gobierno, simplemente por el temor de que su derrumbe desate una rebelión popular. El periodismo que denigra Milei ha sido incapaz de enfrentarlo con alguna consecuencia. Nadie se pone la ropa del “Yo acuso!” de Emile Zola, ante un brote prefascista en la Francia de finales del siglo XIX.
Marcelo Ramal
04/05/2025